jueves, 29 de noviembre de 2018

[06/10] El acuerdo


 Desde que acepté cuan peligroso era Sungmin, inicié una feroz ofensiva contra mis instintos descontrolados, tornando la guerra contra mí mismo más violenta de lo que nunca fue en batallas pasadas.
               
“No puedo besarlo, no puedo besarlo” Me repetía incesantemente.

 Besarlo sería asumir definitivamente que me gustaba y yo no iba a admitir tal cosa, y muchísimo menos admitiría la verdad, que estaba perdidamente enamorado de él. Eso era impensado, eso no pasaría, no en este universo.

 O era lo que trataba de meterme en la cabeza.

 Como he dicho antes, para ese entonces mi voluntad estaba débil y totalmente corrompida ante sus encantos, lo único de mí que aún luchaba era mi enorme, estúpida y casi admirable terquedad, la que me siguió proporcionando planes, aunque ya no tan buenos debido a todo el desgaste mental antes ejercido. Pensé y descarté muchas ideas ridículas, como ponerle una bolsa de papel en la cabeza cuando estuviera en el dormitorio o cegarme el resto del semestre con chile habanero, y lo mejor que se me ocurrió para evitar besarlo sin alejarme de él fue lo más obvio, es decir, reducir a cero la mirada hacia su rostro. Resultó ser un arma de doble filo. En adelante, resentí cada momento en que hablamos, cogimos, dormimos y convivimos sin mirarnos, pues obstruía notablemente esa magia de nuestra relación que no quería perder. Por una parte, debía recurrir a formas muy impersonales de hacérselo: Pegado de cara a la pared, ponerlo sobre sus cuatros extremidades, sentarlo de espaldas sobre mí. Una a la vez y con su cabeza lo más alejada de la mía. Eso en estricto rigor, no eran cosas que estorbaran mucho en el sexo. Sungmin seguía pareciéndome sensual, sus gemidos todavía contaban con ese tono agudo que me volvía loco y empalarlo era aún lo mejor que había probado en mi vida; nada debajo de su cuello me estaba prohibido, podía tocarlo y marcarlo a gusto. Eran ventajas que seguro habrían sido suficiente para cualquiera, pero para mí, no poder conectarme con su mirada luminosa, no poder besar sus tersas mejillas y no sentir pegados a mis oídos sus labios gimiendo mi nombre y suplicando por más, era terriblemente desalentador, tanto como para que la frecuencia con la que teníamos sexo disminuyera. Por otra parte, Sungmin no era tonto. Notó desde el principio que algo ocurría conmigo y que trataba sobre él. Nunca preguntó al respecto, quizás temiendo una mala reacción, sin embargo, no pudo ocultar que le afectaba. En nuestras conversaciones dudaba antes de hablarme y establecía incómodos silencios entremedio.

 Rápidamente, hice a la guerra tornarse tan cruda y letal que arrasaba con todo sin discriminar. Paso que daba, algo moría, el suelo se volvía estéril y las cosas sobre él se reducían a ceniza. No iba quedando nada que ganar, de hecho, ya no recordaba que quería ganar, sólo sabía que estaba perdiendo todo lo que me importaba. La única cosa maravillosa que había obtenido de ese infierno la estaba dejando ir de mis manos voluntariamente. La bella conexión que tenía con Sungmin estaba pendiendo de un hilo otra vez, porque no era capaz de admitir que no quería lo que tenía de él, sino que lo deseaba todo, todo lo que él pudiera darme y lo que yo pudiese robar. No, no era capaz, estaba demasiado asustado y era demasiado terco para deponer las armas por mi cuenta, alguien, o más bien él, debía quitármelas y tirarlas al suelo.

 Así sucedió.

 Al cabo de 2 tortuosas semanas, la resistencia llegó a su fin con nuestro esperado viaje de estudios. Por tradición, cada año los alumnos de último grado tras terminar el primer semestre y antes de iniciar las vacaciones de verano se embarcaban en un viaje de 10 días. Para incentivar la igualdad (Más no la equidad), los 3 cursos viajaban al mismo destino, el cuál siempre era un país desarrollado, donde los estudiantes se hospedaban en un hotel de 5 estrellas y cada día visitaban lugares históricos privilegiados. Ese año se escogió Japón, lugar que a pesar de ser trillado para muchos, contaba con un itinerario muy movido que nos aseguraría aprender y conocer más de lo que lograríamos viajando por cuenta propia, pues a nuestra disposición habían buses, helicópteros y un par de enormes yates.

  El viaje prometía bastante y todos estaban muy entusiasmados, sin embargo, motivo y consecuencia no se relacionaban entre sí.

 Nuestro destino podría haber sido la mismísima luna y así no les habría interesado en lo más mínimo, porque nadie quería el viaje en sí, lo importante era lo que implícitamente significaba: Salir del internado, dejar de sufrir y, sobre todo, volver a ser normales… o al menos al modo de ellos. Me explicaré. Para los estudiantes heterosexuales, tener que recurrir al sexo entre compañeros como modo de salvación no era desagradable nada más, también era terriblemente humillante. A ningún chico en el internado le hacía gracia perder, pues obtener la victoria sin importar los medios era algo que nos inculcaban todos los días, y ellos aparte de perder, lo hacían por voluntad propia, lo que era 10 veces más atroz. Por este motivo, siempre buscaban la oportunidad de volver a equilibrar sus vidas, es decir, tomar nuevamente ellos el control de las pocas cosas que sus padres les dejaban bajo sus criterios, y el viaje, era la primera opción para hacerlo, además de la mejor. En el viaje no había tareas, ensayos ni exámenes, tampoco había padres ni monitores. Era básicamente un premio por haber soportado tanto, y ellos, muchachos faltos de escrúpulos e inteligencia emocional, lo aprovecharían sin contenerse. Durante los días anteriores al viaje en medio de los exámenes finales, en vez de escucharse los clásicos lloriqueos, un murmullo emocionado se esparcía por aulas y pasillos. Todos hablaban acerca de volver a ser “Normales” diciendo con cuantas chicas planeaban acostarse, a qué servicio de acompañantes habían contactado y como eran físicamente las chicas que esperaban encontrar.

 Viendo todo eso como el adulto que soy ahora, me parece patético y repulsivo, y si bien parte de mí en ese tiempo también tenía esa sensación, otra parte más fuerte pensaba igual que ellos. Mis amigos, que estaban igual de ansiosos por rodearse de caras prostitutas, tampoco dejaban de hablar del tema, y yo, que los veía alegres y enérgicos, sentía que no podía quedarme atrás.

“Sí, es hora de ser normal otra vez. Lo que Sungmin me provoca es producto del encierro y nada más. Cuando vea a las hermosas chicas japonesas que se hospeden en el hotel olvidaré totalmente su rostro y estos deseos de besarlo serán algo gracioso del pasado. Hasta puede que me sume a la idea de los chicos y contrate a alguna prostituta… Sí, eso es lo correcto, eso es lo correcto”

 Me repetía aquello una y otra vez las 3 noches previas al viaje, cuando ya me había distanciado totalmente de Sungmin a nivel sexual y comunicativo. “Ahora que volveremos a la sociedad, esto ya no es necesario” le dije y me impresionó (Y golpeó) con su aprobación inmediata, no obstante, por más que lo decía y lo reflexionaba fríamente, al final siempre un suspiro salía de mis labios y mi pecho se oprimía con la convicción de que me equivocaba.

 El día de marcharnos llegó. Bañados, vestidos y con las maletas hechas salimos del dormitorio a las 06:30 AM al patio principal. Vimos los buses de nuestros respectivos cursos y luego nos miramos después de lo que me pareció una eternidad sin hacerlo. Observé su rostro con detalle, pues según creí, ya estaba libre de peligro. No parecía demacrado o indispuesto, pero algo en él, en sus ojos, emanaba incomodidad y un increíble desasosiego, y mientras me hundía en miles de preguntas y emociones turbulentas, mis amigos me llamaron y Sungmin se marchó con un movimiento de cabeza. Miré su figura perderse en el camino a su bus unos segundos, luego volteé.

 Era momento de hacer lo correcto, no podía seguir pensando en Sungmin una vez me subiera al bus. Pero así fue.

 En el viaje del internado al aeropuerto de Incheon y de ese punto al aeropuerto de Chitose en Hokkaido no pude apartar ese rostro inquieto de mi mente, de preguntarme que le ocurría y porque me sentía tan incómodo como esos ojos mientras todos los demás a mi alrededor reían y gozaban de la libertad. Traté de apartar esos pensamientos mojándome el rostro, abofeteándome y conversando de cualquier idiotez con los chicos, pero de pronto habíamos llegado a nuestro hotel de 5 estrellas y estábamos listo para iniciar nuestro primer tour y yo seguía igual. Los días empezaron a sucederse uno tras otro y me sentía más ahogado de lo que había estado en el internado o en la vida. Me presionaba porque la diversión estaba ahí, las chicas, los amigos, los excesos y la falta de restricciones, todo lo correcto para un muchacho como yo estaba ahí, en oferta y por única vez, y lo desperdiciaba por estar aletargado con el deseo de buscar a Sungmin, a quien no me había topado desde que se subió a su bus. Quería buscar su habitación, preguntarle a qué se debía esa incomodidad tan espantosa en sus ojos, saber qué le pasaba y qué me pasaba a mí. Y quería tocarlo otra vez, desnudarlo y hacerlo mío entre besos que nos dejaran sin respiración.

 Como un imbécil, estuve 7 días atrapado en la más ridícula indecisión, pensando obsesivamente en aquello y gastando el tiempo en tratar de dejar de pensar y hacer lo que era adecuado. Nunca terminaba por decidirme a seguir un camino, por lo que no hacía nada, no buscaba a Sungmin ni me divertía como los demás, de hecho, no recuerdo de esos 7 días más que mi tortura prolongándose por mi falta de coraje.

 Para el octavo día de nuestro viaje, cuando los tours y las excursiones habían finalizado y teníamos los siguientes días para disfrutarlos libremente, yo me encontraba tan ensimismado que mi cuerpo se movía por mero instinto y las veces que recobraba la conciencia, debía estar retroalimentándome rápidamente sobre lo que había estado pasando a mi alrededor.

—¿Cariño?

 Cuando desperté de mi último letargo, me encontraba sentado junto a una hermosa chica japonesa de unos 18 años, cuyos senos enormes, exceso de maquillaje y ropa de fiesta le hacían lucir varios años mayor. A nuestros lados, mis amigos, sonrojados por el alcohol en sus cuerpos, eran agasajados por mujeres de aspecto similar a la que me acompañaba. Todos éramos bañados por la clásica luz viciada de bar y rodeábamos una mesita de vidrio llena de coloridos cocteles y pocillos con frutos secos y snacks para picar. Traté de recordar que hacía ahí, luego miré a Minho. En la mañana me había dicho que nos encontraríamos en ese bar del hotel a las 7 con las chicas de una agencia de acompañantes a las que había llamado. Parpadeé rápido mientras asimilaba la información, cuando la mirada de la chica a mi lado llamó mi atención. Aún esperaba una reacción.

—Ah… que…—Fue lo único que atiné a balbucear.
—Hasta que por fin despiertas, ¿Quieres un trago? —Preguntó, camuflando con una sonrisa coqueta su coreano algo nasal— Pareces algo tenso.

 Dicho esto, se acercó un poco hacia mí y con torpeza yo me alejé otro poco. No tenía idea de cómo reaccionar ante esta situación que recién estaba conociendo, ante esa desconocida insinuándose y a cualquier persona que estuviese en ese sitio. No importaba cuanto intentara adaptarme, me sentía incómodo y asustado.

—No, gracias. No tengo ganas de tomar nada— Me animé a responderle con fingida tranquilidad.
—Ummm…. Tú, quizás…¿Te sientes deprimido como para festejar? — Inquirió otra vez poniendo su mano en mi mejilla, haciéndome saltar de la impresión— Porque si tienes un problema, podemos ir a tu habitación y conversar todo lo que quieras, soy buena escuchando... y también sé hacer muchas cosas que podrían subirte el ánimo ¿Te gustaría? — Agregó poniendo su otra mano en mi pierna.

 Evité a tiempo dar otro brinco, más no pude ocultar el susto en mi rostro, por lo que traté de desviar la mirada. Observé a mis amigos. Changmin abrazaba a su acompañante por los hombros, riéndose ambos a carcajadas de Jonghyun, que con los ojos vendados trataba de comerse los canapés que se había puesto su chica sobre sus pechos, mientras por su lado, Minho no perdía el tiempo y dejaba suaves besos en el blanco cuello de su acompañante. Todos la pasaban estupendamente, además, la chica a mi lado era preciosa y amable, y de seguro una profesional, nada me pasaría estando con ella, era lo correcto, lo correcto, lo correcto.

 Y de todas formas no podía.

—N-No es que esté deprimido, la verdad me siento algo engripado, si no, claro que aceptaría tu propuesta— Negué con las palabras atropellándose en mi boca, en tanto me incorporaba y salía nervioso de mi lugar chocando con todo a mi paso.
—Oh…—Suspiró la chica con un puchero de decepción.
—Y-y no quiero contagiarte. En otra ocasión será— Continué juntando mis manos para disculparme—Mientras, puedes estar con Jonghyun, él siempre ha querido hacer un trío.
—Amén, hermano— Corroboró el aludido, levantando una jarra de cerveza, muerto de borracho y aún con la venda en los ojos.
—Kyuhyun, ¿Dónde vas? — Preguntó Changmin extrañado, alejándose un poco de la chica a su lado.
—Me siento mal, me voy a mi habitación— Exclamé mientras me alejaba rápidamente— No se preocupen, sigan sin mí.
—¡Oye, espera! —Me llamó sin convencerse con mi explicación, pero yo ya estaba a punto de salir y no pensaba detenerme.

 Una vez fuera caminé aún más rápido, azorado, por todos los pasillos del hotel. No sabía dónde iba, tampoco me importaba, sólo quería alejarme de ese lugar. Mi oportunidad para escoger al fin una dirección, la correcta, había estado ahí y yo no la había tomado. No pude soportar ni siquiera dar el primer paso.

“¿Por qué eres así, pendejo de mierda? Maldito estúpido, ¿Qué diablos te pasa? ¿Qué diablos es lo que buscas?” Pensaba mientras me jalaba los cabellos “Ya no aguanto, ya no puedo aguantar esto

 Y antes de poder seguir recriminándome, al llegar a un cruce de pasillos me estrellé bruscamente con una persona. Aturdido, me afirmé de la pared para no caer. Sobé mi cabeza por el duro golpe y abrí los ojos buscando con quien debía disculparme.

—Ah…

 Era él.

—¡Sungmin! — Exclamé esbozando instintivamente una sonrisa, aunque rápidamente me retracté y bajé la cabeza— Di-Disculpa…
—N-No te preocupes— Me respondió con timidez, sobándose la cabeza— Yo no iba mirando por donde iba…

 Tratando de hacer un último esfuerzo evadí su rostro mirando incómodo a mi alrededor. Y vi el letrero del ascensor. El hotel estaba conformado por dos torres unidas por un vistoso puente. Hace unos minutos me encontraba en el primer piso del segundo edificio, ahora me encontraba en el piso 13 del primero. Mi cuerpo recién asimiló todo el recorrido que hizo y me sentí enormemente extenuado. Respiré erráticamente, mis neuronas empezaron a hacer sinapsis y evocaron recuerdos cercanos. El día que llegamos al hotel, entre la multitud me pareció ver a Sungmin entrar en el primer edificio. Inconscientemente, lo había estado buscando durante todo ese recorrido sin aparente sentido.

Me tomé nuevamente la cabeza y sentí las piernas débiles.

—¿T-Te sientes bien? —Se preocupó.
—Sí, no es nada— Contesté rápido para evitar que se acercara.
—Oh…— Bufó con embarazo.

 Su tono de voz me tentó de forma que no pude oponerme a mis instintos. Quité las manos de mi cabeza y lo observé detenidamente. Vestía una camiseta de manga larga azul pálido con parches de cuero sintético en los codos, unos pantalones negros ajustados y unas enormes botas de construcción, cuya inmensa fealdad era seguro directamente proporcional con la comodidad que entregaban. Tenía un espantoso sentido de la moda y así, en su forma de vestir casual, lucía como el ángel más hermoso de todo el coro divino. Y me hubiera dejado embobar de no seguir en su rostro esa mirada afligida e incómoda, que en ese momento habían sumado a su martirizador efecto unas casi imperceptibles ojeras y un notable enrojecimiento en sus ojos.

 “¿Qué le sucede? ¿Por qué esa mirada? ¿Por qué tiene la misma mirada que tengo yo? Quiero seguir este camino, quiero preguntarle, pero no puedo. No debo” Me repetía en la cabeza, enterrando las uñas en las palmas para evitar la tentación.

 Fue él quien interrumpió finalmente el incómodo silencio.

 —¿La… La has pasado bien? — Preguntó con un tono y sonrisa alegres obviamente forzados. Sus ojos fijos en el suelo, desamparados, lo delataban— Yo no he podido adaptarme mucho a este brusco cambio, hasta creo que es más fácil para mí soportar el internado que socializar con chicas— Rio nerviosamente— Ahora tengo algo de hambre y Hyukjae (El único simpatizante que tenía en su curso) me ha dicho que si quería podía ir con su grupo. Supuestamente, tiene unas amigas muy agradables que quiere presentarme y…
—¡No!

 Eso no, eso nunca.

—¿Ah? —Exclamó impresionado. Mi respiración aún agitada estaba lejos de acompasarse. Me acerqué un poco más a él.
—D-Digo, sí querías encontrarte con él en el bar, no podrás hallarlo porque…porque se fue con un grupo de compañeros y acompañantes justo antes de que yo me marchara— Mentí. La verdad es que al irme el tipo seguía ahí y con celular en mano parecía buscar a alguien entre la multitud.

 Yo no había decidido aún tomar su ruta o la otra, pero me negaba categóricamente a que él tuviera la oportunidad de escoger otras opciones, o específicamente una tan peligrosa como esa. No quería que existiera la oportunidad de que tuviera éxito haciendo lo que yo no pude, no quería que una chica lo alejara de mí, tampoco un chico amable como Hyukjae ni nadie. Era despreciable y egoísta limitarlo en pos de mi bienestar, sin embargo, era superior a mis fuerzas. En lo más profundo de mi ser, quería que Sungmin esperara hasta que me armara de valentía suficiente para admitir mis sentimientos por él, y mientras, mi débil y atrofiado exterior traducía esos deseos de forma defectuosa haciendo que una de mis manos se encerrara suave pero firme en uno de sus brazos.

—V-Ven a cenar conmigo… —Agregué, casi suplicante en un susurro.

 Rápidamente sentí mi rostro calentarse. Me estaba poniendo tan rojo como un tomate, y por primera vez en mi vida quise que Sungmin reaccionara de la misma forma. Para mi suerte, después de unos segundos de estupefacción, bajó el rostro con un leve rubor creciendo en sus mejillas. Parecía contrariado (“Igual que yo, ¿Por qué es igual?” Pensé) y tardó un poco en despegar los labios.

—Está bien— Accedió al fin con la voz igual de baja.

 Mi mano sujetándolo, descendió lentamente para atrapar la suya y de esa forma lo llevé hasta el ascensor. Bajamos así, sin decir nada y sin mirarnos, hasta llegar al primer piso. Al abrirse la puerta, nos soltamos y cruzamos el lobby, la entrada rodeada de cerezos y la calle. La tensión incómoda se iba convirtiendo a cada paso en otro tipo de tensión, la que yo definí al poner mi mano en su cintura mientras entrábamos en el restaurante. Su espalda dio un respingo y bajó el rostro para esconder otro sonrojo. Una pequeña descarga de placer azotó mi cabeza al presenciarlo. La guerra estaba terminando, era la batalla final y en cosas de minutos yo perdería ante él, y casi sin cordura ni orgullo, quería provocarlo tanto que cuando fuera hora de liquidarme, lo hiciera con tanta fuerza que yo no pudiera recordar lo vivido y lo que era antes de ser derrotado y gobernado por él.

 Aún con la mano en su cintura, lo guíe por entre las mesas directamente a un cubículo privado, donde nos recibieron con mucha hospitalidad. El restaurante, además de tener 5 estrellas, era uno de los negocios de un tío de Jonghyun, por lo que ya había ido un par de veces con los chicos los días anteriores y como amigos de un familiar del dueño, teníamos derecho a ir por nuestra cuenta las veces que se nos antojara y nos hacían la vista gorda si pedíamos alcohol (Igual que en el hotel, propiedad del bisabuelo de un compañero de Sungmin). Aprovechando el beneficio, con nuestro pedido solicité dos botellas de sake, las cuales me empeñé en vaciar con rapidez y para mi sorpresa, Sungmin también. Luego una tabla de sushi de primera calidad nos fue dejada con una ceremoniosidad digna de la realeza, lo cual nos abrumó un poco. Una vez solos en el cubículo, apenas hablamos, aunque no nos hizo falta, y agradecí que nuestra imprudencia fuera cubierta por esas cuatro paredes de bambú. De inicio a final tuve uno de mis brazos detrás de su espalda, mientras con la otra comía y bebía. A veces le daba de mi vaso un trago para luego tomarme lo que sobraba, y el por su parte, me daba de comer con sus palillos, los cuales lamía cuando yo los desocupaba. Si le decía algo, se lo susurraba pegando mis labios a su oído o a su cuello, y al responder, Sungmin apretaba mi muslo con su mano.

 De esta forma, al salir del lugar rato después y con el cielo nocturno encima, apenas podía caminar con normalidad por lo empalmado que estaba y, sin embargo, no quise terminar ahí.

 Le pedí que me acompañara al centro comercial que estaba a 3 calles para comprar un videojuego. Nos dimos varias vueltas por esa y las otras tiendas, mucho más centrado en acariciarlo y devorarlo con la mirada que en comprar alguna cosa, siendo muy positivo que a él parecía no molestarle en lo absoluto. Seguíamos susurrándonos a los oídos, nos tocábamos las manos y si lo veía observando algo, me acercaba por la espalda, le rodeaba el estómago con las manos y poniendo mi cabeza en su hombro para disimular, presionaba mi entrepierna contra su trasero. Era una locura. Por más que tratábamos de ser sutiles, con tal tensión sexual era obvio que no lo estábamos logrando, y yo me sentía como un mosquito yendo directo a un electrificador. Tan obvio, tan peligroso y tan pero tan tentador. Y estaba aterrado. Tiritaba de miedo y excitación combinada, porque quería a Sungmin para mí, lo deseaba en cuerpo y alma, quería volver a hacerme uno con él y quería comerme sus labios para succionar de su corazón todas esas cosas que me escondía, pero temía horriblemente a esas miradas juzgadoras que de repente nos sorprendían en flagrante manoseo indebido, temía a esa sociedad que nos dilapidaría por ser un par de mocosos ricos y maricas deshonrando tan espantosamente las tradiciones conservadoras de la clase acomodada surcoreana. Además, si me animaba a estar con Sungmin ¿A que nos llevaría? ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Podría soportar lo que vendría después? Todo eso me parecía peor que caer en las mismas llamas del infierno, no obstante, estando ahí, tocándolo, aspirando su aroma, mirando sus ojos incitantes, resistirme no era opción. Se sentía como estar en un camino que llevaba directo a un abismo, en el que detrás de mí había una pared que poco a poco me empujaba a él. Iba a caer sí o sí.

 Cuando finalmente regresamos al hotel, la lejanía e incomodidad volvió a invadirnos. Nos paramos uno frente al otro con las cabezas inclinadas, justo donde se separaban los caminos para entrar al lobby del primer y segundo edificio (Ah, ironía…).

 Bueno, aún estaba a tiempo para retractarme. Era bastante sencillo, debía dar media vuelta, irme por el camino de la derecha que llevaba a mi edificio y estaría haciendo lo correcto. Una vida moralmente correcta me esperaba ahí, podía salvarme aún.

Vamos, ¿Qué esperas? ¡Muévete! ¡Muévete!

 Y así no lograba dar un paso.

 Miré a Sungmin tratando de encontrar la respuesta, la señal o el encantamiento mágico que me permitiera dar la vuelta y caminar. Por un momento fue como ver un espejo, tenía la misma postura que yo: Cuerpo tieso, brazos pegados a los costados, puños y labios muy apretados. Parecía tan incapaz de moverse como yo, y pese a todo pronóstico, lo hizo. Lentamente, vi como movía sus pies para darse la vuelta.

 Bibidi babidi bú.

 Como un rayo, me aproximé a él, tomé bruscamente su mano y fui capaz de darme la vuelta y caminar hacia el segundo edificio con más energía de la que hubiese imaginado.

Bueno, el camino correcto y la decisión incorrecta, no he perdido del todo ¿Verdad?”

 Con la vista fija hacia adelante, lo arrastré por el lobby hasta el ascensor. Como un niño aburrido, apreté varias veces el botón del piso 13 y en cuanto la puerta fue cerrada, lo acorralé y me comí a besos su cuello mientras lo tocaba frenéticamente por todos lados.

—Ahh…

Sus suspiros no tardaron en llegar a mi oído y la falta de cordura me habría hecho desnudarlo ahí mismo si el ascensor no hubiese parado un segundo antes de que me decidiera.  Volvimos a correr. Metí con torpeza la tarjeta en mi puerta y entramos sin molestarnos en prender la luz. Bruscamente, tiré a Sungmin sobre la cama, poniéndome sobre él. Lo miré fijamente a los ojos y él se afirmó a mi espalda, sin embargo, la posición no me satisfacía. Quité sus brazos de mi espalda y le di la vuelta a su cuerpo. Puse mi bulto encendido en su trasero, se sentía bien, pero aún no era suficiente. Me subí a la cama y lo puse sobre mí. Nada. Volví a incorporarme, lo levanté tomando su mano y estampé su espalda contra la pared. Tampoco funcionaba, y el problema es que tenía claro que ni probando 1000 posiciones más me sentiría a gusto.

 Lo que más quería era besarlo, y ya no podía resistir más.

 Tomé firmemente su rostro haciéndole saltar de la impresión. La respiración se me aceleró a un nivel errático y no era capaz de siquiera levantar la cabeza. De seguro él me miraba como si yo fuera un loco ( Y con cuánta razón). Temblé como gelatina, apenas me sostenía sobre los pies, estaba preso del pánico nuevamente. La guerra ha terminado, he agotado todas mis municiones y bombas, mi batallón entero está muerto y yo estoy postrado en una trinchera, malherido, con las manos lívidas y temblorosas sosteniendo un rifle cargado con una bala, y Sungmin espera detrás de mí, apuntando, a ver si decido acabar yo con mi sufrimiento o si lo hace él ¿Qué diferencia hay? De una u otra forma, el disparo me llevará a un mismo destino y el tiro será tan radical que ya no habrá vuelta atrás, no podré ser el mismo de antes nunca más. Miro el rifle, lo muevo para colocar la punta en mi mentón, pongo el dedo sobre el gatillo y respiro hondo, soltando un gemido aterrorizado. Trato de mover el dedo y no puedo. Respiro rápido 3 veces y trato de hacerlo de nuevo apretando los dientes.

 “Quiero hacerlo, Sungmin. Ya he perdido contra ti y quiero ir por el camino incorrecto contigo, no hay nada más que quisiera hacer aunque tuviese 1000 caminos más para elegir, pero tengo mucho miedo ¿Cómo reaccionarán mis superiores? ¿Mis amigos, mi familia, mi padre y la sociedad? Si nos descubren, ¿Cómo explicaré semejante traición? Nos harán corte marcial, nos fusilarán delante de todos. Quiero correr ese riesgo si es contigo, Sungmin. Quiero jalar el gatillo, sin embargo, mis manos tiemblan tanto que no puedo controlarlas. Necesito que me ayudes, debes sujetar mis manos para que dejen de moverse y pueda disparar, y debes hacerme ver que quieres que lo haga, porque para empezar ni siquiera sé si quieres esto. Te arrastré a la fuerza a esta guerra y nunca me molesté en preguntarte si realmente querías pelear conmigo o si sólo te resignaste. Necesito saberlo, Sungmin.”

 Y como si él hubiera escuchado mis plegarias internas, tiró su arma, entró a mi trinchera y se puso en cuclillas frente a mí.

—¡Mm! — Un espasmo me poseyó al regresar abruptamente en mis cabales.

 Un tacto tibio y suave se sentía sobre mis manos. Elevé lentamente mi borrosa mirada. Tenía los ojos suavemente cerrados y el rostro le ardía mientras cariñosamente frotaba sus mejillas rojas en una de mis palmas. “Todo va a estar bien” Me dijeron sus ojos luminosos en cuanto se abrieron, haciendo que una cálida tranquilidad se inyectara en mis venas.

 Contienes mi temblor y pones tu dedo junto al mío en el gatillo. Significa que aceptas ¿Verdad?”



 Segundos después, quitó sus manos de las mías y las puso delicadamente en mis mejillas. Sus ojos se cerraron otra vez y sus labios formaron un corazón al estirarse. Nervioso, lo imité y comencé a acercarme.

 Dios, no sé besar, ojalá no sea tan malo como cuando perdimos la virginidad” Pensé sin poder evitarlo.

 Y finalmente mi derrota fue sellada.

 Con los labios exageradamente estirados, los ojos apretados y un contacto cerrado de labios, nos besamos por primera vez como si ambos tuviéramos 7 años.

 El contacto duró 10 segundos, los cuales sentí como tocar el paraíso. Si cierro los ojos y hago memoria, aún puedo recordar la humedad de sus labios sobre los míos y el placer sentido por mis terminaciones nerviosas; su nariz pegada a la mía con nuestras respiraciones chocando; Su pulgar izquierdo acariciando mi mejilla derecha y el calor que desprendían las suyas sobre mis manos; y sus largas pestañas haciendo sombra sobre sus mejillas cuando abrí los ojos por un segundo.

 Si aquello parecía demasiado mágico para ser verdad, el pequeño ¡Pic! que sonó cuando nuestros labios se despegaron fue lo suficientemente real para convencerme de que había ocurrido. Abrimos los ojos al mismo tiempo y retiramos lentamente nuestras manos, ambos estábamos rojos de pies a cabeza, y de todas formas nos negamos a escondernos. Nuestras miradas se entrelazaron chispeantes y nos sonreímos hasta que necesité nuevamente esos labios curvados sobre los míos, y esta vez, no pensé ni un segundo en detenerme. Me acerqué, lo arrinconé abrazándolo por la cintura y él se abalanzó hacia mí rodeándome el cuello. 



Le di un beso corto similar al primero, luego probé su labio superior, después el inferior. Sabían a sake, nada parecido al sabor que describen los libros que había leído, pero era igual de adictivo y asombroso. Extasiado, lo aprisioné más con mis brazos y torpemente lo besé una y otra vez. Sus manos a veces se pasean por mi cabello mientras tratamos de acordar un ritmo. Lo encontramos más rápido de lo que esperamos, nuestros labios se fundieron con una habilidad innata que por lo menos de mí no hubiese esperado y decidí aprovecharlo. No paramos hasta que nuestros pulmones nos suplicaron tregua.

 Recuerdo que su respiración estaba muy agitada, como si se hubiera aguantado más de lo que debería, pero con todo y eso, tenía una sonrisa que le era difícil de ocultar.

—Besas…muy bien…— Dijo finalmente, tratando de no dejarse vencer por la vergüenza mientras me miraba.
—Me agrada saber… que puedo ser bueno en algo desde el principio— Contesté todavía agitado, soltando ambos una pequeña risa.
—Sin duda creo… que esta será tu especialidad… de ahora en adelante— Agregó poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja justo antes de que volviera a besarlo.

 Y la conversación acabó. Él volvió a abrazarse a mí y esta vez, sin ganas de quedarnos en ese lugar, le hice amarrar sus piernas a mis caderas. Lo tendí en la cama y me puse sobre él sin apartar mis labios de los suyos. Puede que fuera media hora o más el tiempo que nos estuvimos besando apenas parando para respirar, el asunto es que fue absolutamente educativo. Abriendo en un principio tímidamente la boca, aprendimos a jugar con nuestras lenguas y a conocer de una forma irrealmente exquisita otra parte de nosotros mismos. Nuestros labios encajaban de una forma tan perfecta que ni la excitación volviéndonos locos fue capaz de separarme de él por más de un segundo. Nos quitábamos la ropa con una torpeza y brusquedad que no habíamos visto hace mucho tiempo, tanto por la urgencia de volver a besarnos como por la inusual atmósfera a nuestro alrededor. Era extraño, ya nada en nuestros movimientos, nuestras miradas y nuestras respiraciones parecía igual a las incontables veces que habíamos tenido sexo. Algo había cambiado en nosotros, algo que volvía todo movimiento más intenso, más sincero. Parecía que teníamos que volver a conocernos y es exactamente lo que hicimos. Cogimos 3 veces esa noche y cada una de ellas fue tan lenta, concienzuda y explosiva que si me descuidaba sentía que en cualquier momento tanto placer y paz me matarían. Penetrarlo me hacía dar vueltas la cabeza, sentirlo tan apasionando aferrándose a mí era un deleite visual, y sus labios…carajo, yo no podía quitar la sensación del primer beso de mi boca y necesitaba experimentarla una y otra vez. En ocasiones estaba tan embobado besándolo que ni siquiera podía recordar que estábamos haciendo, en donde estaba o qué diablos era yo.

—K-Kyu…hyun…—Susurró él en uno de esos letargos, con la respiración agitada y tratando de apartar mi boca lo suficiente para hablar.
—¿Q-Qué pasa? —Pregunté yo por inercia, medio atontado.
—N-No…te estás moviendo— Respondió con una sonrisa boba.
—Oh— Reaccioné yo, volviendo a embestirlo suavemente— Lo-Lo siento…
—No te preocupes— Finalizaba él, con otra mueca boba. No parecía más lúcido de lo que yo estaba.

 Y entonces volvíamos a besarnos, flotando sobre las nubes.



 Terminamos ya entrada la madrugada y completamente agotados, nos quedamos dormidos al instante, pero no sin que antes yo me acomodase lo suficientemente cerca para dormir con sus labios pegados a los míos.

 Al día siguiente, desperté al mediodía con él enredado a mí, su cabeza apoyada en mi pecho y sus caricias sobre mi brazo expuesto. Cuando me estiré para desperezarme, él se incorporó bruscamente y me miró con ojos asustados. No tardé más de un par de segundos en entender qué estaba pensado.

Quizás él se haya arrepentido de lo que pasó anoche

 Rápidamente me acerqué a él y le demostré que no era así con un largo beso. Sus brazos se destensaron al instante y lo atraje para que se pusiera encima de mi cuerpo. Dejé sus labios y besé sus mejillas, el acomodó sus piernas a mis lados. Me sentí tentado a acariciar su trasero y lo hice; él se tentó con mis labios y me besó otra vez dejando caer todo su peso sobre mí.

 Todo era perfecto.

—Ahh, estoy exhausto. Mi cuerpo está pesadísimo— Bufó pocos segundos después, dejando caer su rostro al lado de mi cabeza.
—Yo también estoy hecho polvo. Necesitamos algo de energía— Sugerí con voz suave sobre su oído. Luego extendí el brazo hacia el teléfono en el velador de junto y marqué el número de la recepción. Él levantó la cabeza— Buenas tardes, soy Cho Kyuhyun de la habitación n°137 y quisiera servicio a la habitación… sí… quiero 2 platos de tonkatsu con muchas verduras, una porción de takoyaki, otra de tempura, una botella de su mejor vino con dos copas y… 2…4 bebidas energéticas.

 Al pronunciar lo último lo miré deseoso y le guiñé un ojo, él escondió su rostro avergonzado, aunque con una gran sonrisa.

—¿Podría traerlo todo en 45 minutos? Sí… exacto. Muchas gracias.

 Y dicho esto tiré el teléfono y volteando mi cuerpo, me puse encima de él y lo besé tal como había aprendido esa misma madrugada. No duró mucho tiempo. Casi en seguida nos fuimos al baño y juguetonamente empezamos a asearnos. Nos lavamos manos, caras y dientes en un ambiente muy grato, hasta que el me echó del cuarto porque no quería que lo viera hacer sus necesidades (“No otra vez” Dijo). Luego de un buen rato, con las mejillas rosadas me dejó entrar otra vez, yo me reí y nos bañamos juntos. Bajo el agua golpeándonos volvimos a hacerlo a pesar de la fatiga. Lo tomé en brazos apegándolo a la pared y para no marearme lo penetré con una tortuosa y embriagadora lentitud. El sonido de nuestros labios chocando sonó con la misma intensidad y agudeza que las gotas golpeando el suelo.

 La comida llegó exactamente en 45 minutos. En bata y secándome el cabello salí a recibirla. Dos botones dejaron todo en el pequeño comedor que había en la suite, firmé la cuenta, les di propina y luego se marcharon. Sungmin llegó unos segundos después en su bata y nos sentamos uno frente al otro. Estábamos dispuesto a comer como los señoritos adinerados que éramos, pero de repente su mirada juguetona y cómplice se conectó con la mía y supe entonces que teníamos la misma idea. Me levanté de mi asiento, tomé un par de platos y seguido por él los llevamos a la enorme cama donde habíamos dormido.

 Y ahí, en un hotel de 5 estrellas en Hokkaido con un día precioso y un montón de actividades fascinantes a la vista, nos quedamos todo el día en esa cama comiendo, viendo películas, cogiendo, besándonos y riendo, riéndonos a carcajadas. Por la más mínima cosa graciosa, nos reíamos hasta que se nos salían las lágrimas y el estómago nos dolía. Había pasado mucho tiempo, mucho en verdad, desde que me había sentido tan pleno y feliz. Quería con todo mi corazón estar ahí para siempre con él, que nadie nos molestara nunca más, que sólo los botones sin rostro y sin boca nos fueran a alimentar, y envejecer en ese cuarto de hotel, sin la intromisión de nadie, sin los pensamientos y ordenes de nadie.

 No obstante, eso era demasiado pedir para la realidad.   

 En un momento de la tarde, Changmin fue a visitarme mientras Sungmin y yo estábamos por enésima vez en ese día perdidos en los brazos del otro. Con las mentes atontadas y los cuerpos eufóricos por las bebidas energizantes, arremetíamos lento y rudo contra el otro. Las sábanas estaban empapadas de sudor, de sudor y mi esencia que goteaba de la entrada de Sungmin cada vez que yo me hundía en él. Si lo pienso ahora era algo desagradable, sin embargo, no nos importaba, estábamos satisfechos y por ello no reparábamos en nada, ni condones, papel higiénico o cualquier cosa. Claro hasta que sentimos los ruidos tras la puerta.

—¡Kyuhyun! ¡Soy Changmin! ¿Estás ahí?

 Paramos en seco. Nos miramos y dejamos pasar unos segundos en completo silencio. Finalmente hice una mueca y seguí embistiéndolo.

—Dejemos que insista, se irá— Susurré sobre sus labios antes de besarlos. Sin mayor objeción, Sungmin lo aceptó y volvió a abrazarse a mí.
—¡Kyuhyun! ¡No seas payaso y ábreme! Pregunté en la recepción. Sé que pediste servicio a la habitación hace un rato y que no hay registros de que hayas salido del hotel.
—Rayos— Mascullé parando otra vez. Levanté la cabeza y exclamé impaciente: —¡Estoy muy ocupado ahora! ¡Largo!
—No me grites de esa manera. Sólo me preocupo por ti, estúpido—Bufó con tono indignado— Ayer te fuiste del bar como si estuvieses teniendo una crisis psicótica y no nos has dados señales de vida desde entonces.
—¡No hay nada de qué preocuparse! ¡Estoy perfectamente bien! ¡Ahora vete por favor! —Grité con un tono más amigable. Al mismo tiempo, le di una profunda embestida a Sungmin que le hizo tener que poner una mano en su boca y otra bien aferrada a mi espalda para poder contener un largo gemido.
—¿Por qué tanta necesidad de privacidad? ¿Acaso estás con alguien? —Inquirió Changmin con agudeza. No quería decírselo, pero quizás haciéndolo me dejaría en paz.
—Sí, estoy con alguien— Admití bajando la voz. Miré a Sungmin, sus mejillas estaban rojas y brillantes por el esfuerzo. Se veía tan sexy que no pude evitar besarlo.
—Haberlo dicho antes, Kyuhyun. Aoi-chan se enfadó mucho ayer porque la dejaste plantada— Siguió hablando risueño, y sin prestarle mayor atención, seguí besando a Sungmin. Colé mi lengua por toda su boca y él acarició mi trasero. Estuvimos a punto de reírnos por eso cuando, entre palabras, Changmin agregó: —¿O acaso Sungmin se va a poner celoso si te coges a otro culo aparte del suyo?

 Mis puños se endurecieron en cosa de un segundo. Sabía perfectamente que Changmin no tenía culpa, no sabía que Sungmin estaba ahí y tampoco tenía intenciones que fueran más allá de bromear un poco, pero en ese instante, en que Sungmin estaba pegado a mí -literalmente-, con su rostro fijo en el mío y sin que ninguna emoción suya pudiera escapar de mi vista, deseaba matar a mi amigo como nunca antes lo deseé. Apelando a mi buen humor, decidí respirar y tratar de calmarme.

—Ya te he dicho que no me gustan esas bromas sobre Sungmin— Mascullé apenas sereno.

 Más él no fue capaz de entender mis señales.

—Ahí estás de nuevo poniéndote serio por tan poco. No sé por qué lo defiendes tanto— Acotó con una risita que me pareció insoportable— Y acerca de eso ¿Sabes lo que oí? Unos sujetos de su curso andan rumoreando que ayer en la noche lo vieron corriendo de la mano con un tipo. Ni fuera del internado se le corrige lo invertido.
—¡PUES SI QUIERES CREER LAS ESTUPIDECES QUE DICEN ESOS RETRASADOS, VE Y HÁBLALAS CON ELLOS, PERO YA TE HE DICHO QUE DELANTE DE MÍ NO LO INSULTES! —Grité embravecido. El cuerpo de Sungmin se tensaba bajo mi tacto, pero yo no era capaz de controlarme—¡ESTOY HARTO DE REPETÍRTELO! ¡SI VUELVES A INSULTARLO JURO QUE VOY A GOLPEARTE! ¡ASÍ QUE MEJOR VETE Y DÉJAME EN PAZ!

 Ni con toda la vociferación mi rabia se apaciguó, estuve a punto de levantarme y encararlo. Por suerte, Sungmin se aferró a mí con más fuerza y a punta de besos trajo de vuelta mi cordura. Lo miré afligido por no poder evitar que cosas así pasaran incluso cuando yo estaba presente, sin embargo, lejos de parecer tristes, sus ojos brillaron con un cariño que caldeó mi corazón. “No pasa nada” Decían.

 Mientras tanto, Changmin permaneció en silencio por varios segundos. Seguro estaba impactado por tal repentina explosión de ira y temía de lo que pudiese ocurrir si decía algo más. De repente, me sentí aterrado ante todas las dudas y pensamientos que debían estar atravesando su cabeza.

 Finalmente, soltó un largo suspiro.

—Ok, lo-lo siento— Concedió con una mezcla de extrañeza e ironía en su voz— Te dejaré solo.

 Y lo hizo.

 Suspiré aliviado de que, al menos por el momento, todo terminara. Me dejé caer sobre Sungmin, quien me acarició la espalda y besó mis hombros con ternura. Después de un rato, volví a incorporarme, lo miré y regresamos a lo nuestro, como si nada hubiese pasado.

 Toda la tarde, él se entregó a mí con admirable docilidad y entusiasmo, y yo me entregué a él. Nadie volvió a molestarnos y su cuerpo brillante de sudor reflejando el cielo pasando de amarillos y naranjas a violetas y azules, fue la única manera en que me enteré de que el día se había ido. Todo ese tiempo estuvimos bajo un místico y cómodo silencio. Las palabras no hacían falta ya, no cuando todas las formas que habíamos encontrado de redescubrirnos trasmitían perfectamente lo que queríamos decir.

 El siguiente y último día, también nos quedamos juntos. Nos levantamos temprano y fuimos a la piscina temperada del primer piso. En completa soledad, nadamos de esquina a esquina, nos besamos y relajamos. Él trató de enseñarme algunas piruetas, no obstante, por más que lo intentaba lo único que conseguía era caer al agua de forma fea y estruendosa. Un par de horas después nos devolvimos a mi habitación, pedimos algo de comer y tras acabarlo, dormimos hasta entrada la tarde. Ya era hora de preparar nuestras cosas para irnos. Incómodos por despedirnos así como así, decidimos hacerlo una vez más. Me tomé mi tiempo para recorrer mis labios por todo su cuerpo, quería recordar su sabor, textura y aroma todo el verano, llenar mi mente de mis momentos con él en esos días, sobre todo aquellos. Fue un sexo tan dulce y maravilloso que en cuanto me salí de él, paradójicamente sentí un vacío enorme en mi interior y un arduo deseo por amarrarlo y no dejarlo ir.

Vivamos aquí, te lo suplico, quedémonos aquí para siempre sólo nosotros dos.”

 Mis ojos trasmitieron ese pensamiento con tal intensidad que pareció entenderlo, más su respuesta fue una hermosa sonrisa, una que a pesar de sorprenderme, me devolvió la calma.

 Nos vestimos pausadamente después de eso. Llamé al servicio de cuarto para que prepararan mis cosas y mientras esperaba llevé a Sungmin a la puerta. Todavía sonriendo, me abrazó y juntó nuestras frentes cariñosamente. Después tomé una de sus pequeñas manos y la besé con anhelo, la que luego puso en mi nuca para atraerme e iniciar un largo y profundo beso. La sensación sublime de nuestras lenguas luchando me hizo sentir tan ligero como una pluma. Dios, como iba a extrañar esa boca, y me encontraba tan inmerso besándola que no fue hasta separarnos que sentí su mano en el bolsillo de mi chaqueta. Antes de que pudiese mostrarle mi extrañeza, me sonrió una vez más, esta vez con las mejillas rojas, me susurró un adiós y se fue con paso tranquilo. Lo seguí con la mirada y una vez lo perdí de vista, revisé mi bolsillo. Detrás de un folleto del restaurante de sushi al que fuimos, había escrito con letra grande y bonita un número de teléfono. Me tapé la boca para reír, luego suspiré. Mi pecho se sentía ligero y mi cuerpo lleno de felicidad. Ni que Changmin hubiera aparecido otra vez para decirme que sabía de lo mío con Sungmin habría cambiado eso. Incluso traté de ser lógico y mirar al pasado, pensar en todo lo que sufrí y lo que atravesó mi mente en el proceso. Era inútil. Nada de aquello hacía efecto en el desproporcionado sentimiento que crecía en mi interior y en la intensa dicha que me provocaba.

 Los botones que había llamado llegaron.

—¿Usted es Cho Kyuhyun, señor? —Preguntó uno de ellos.
—Sí, muchas gracias— Contesté con una sonrisa.

 Miré una última vez hacia el pasillo y finalmente entré.

 Sí, el disparo había sido fulminante. Yo ya no era el mismo y nunca más podría volver atrás.

Continuará…







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