miércoles, 14 de noviembre de 2018

El acuerdo [01/10]


Nombre de la historia: El acuerdo.
Pareja: KyuMin.
Género: Recuentos de la vida, Drama, Angst, Comfort, Romántico, más Drama (?)
Advertencias: Lime, mala redacción, horrores ortográficos, mediocridad y otras cosas varias.
Descripción: Después de 10 largos y melancólicos años, en medio de una prestigiosa convención de empresarios hoteleros, Cho Kyuhyun vuelve a encontrarse con Lee Sungmin, quien fuera en el pasado su compañero de habitación en el prestigioso internado "Dr. Kim Youngmin"  y también su primer amor. Impactado, los ojos de Kyuhyun se cierran llenos de lágrimas al evocar nuevamente aquellos recuerdos de la tormentosa e intensa relación que vivió con Sungmin y que, en la actualidad, siguen frescos en su mente, así como sus sentimientos, desde el día de la graduación cuando sus destinos ya decididos los separaron ¿Qué sucedió en ese internado y qué sucederá en este reencuentro? ¿Qué ha pasado en la vida de Sungmin y Kyuhyun durante estos 10 años sin verse? ¿Se podrán aclarar las dudas que nunca se respondieron en el pasado?

Dedicado a Karem, la más degenerada de todas <3 

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La historia - Parte 1


 En mi vida, he encontrado muchas y variadas cosas que me molestan: La terquedad de algunos miembros de mi mesa directiva, los cabrones de "Nintendo" que a pesar de los años siguen siendo una fiera competencia en el mercado de los videojuegos, la intromisión de mis padres en mi vida amorosa, los resultados del fútbol nacional, entre otras cosas, pero sin duda, lo que me ha fastidiado más larga y profundamente es no saber que me depara el futuro. Bueno, soy Cho Kyuhyun, uno de los CEOs multimillonarios más jóvenes según la revista "Forbes", mi cuerpo de 29 primaveras tiene fuerzas y ambiciones, cualquiera con 2 dedos de frente creería que el motivo impulsor de mi anhelo es saber las acciones correctas para llevar mi compañía a la cima, o que tal vez, después de obtener tantas responsabilidades me volví un adicto al control. Más nada tiene que ver con eso. Mis desesperados deseos empezaron hace 10 años, cuando fundar una compañía de videojuegos era tan solo una idea demente plasmada en un cuaderno y recién había egresado del internado de niños ricos al que mis padres me habían matriculado. Fue ese pasado, melancólico y doloroso, el que me convirtió en esto, la desesperación lo causó. Desde ese instante, mi yo exterior se comprometió a un sinfín de labores para no reparar en el dolor y en los pensamientos que para un futuro e intachable empresario eran inútiles, pero el yo real, aquel escondido en el fondo de mi corazón y mi alma, esperaba ansiosamente, hasta hoy, sin descanso, analizando perfiles y paisajes, poder algún día predecir el futuro.

 Predecir si en mi futuro él volvería a aparecer.

 Lástima que nunca pude prever nada, ninguna sola cosa, y de tan concentrado que estaba en mi trabajo y en ese deseo enfermizo, ni siquiera una sola vez me preparé mentalmente para el día en que mis ojos volvieran a encontrarse con los suyos.

 Cuando mi amigo Minho me persuadió de ir a una cumbre de empresarios hoteleros asiáticos para conocer mejor el rubro, imaginaba un desabrido ambiente lleno de viejos aburridos y antipáticos hablando sobre la forma correcta de atender a su arrogante clientela, sin embargo, el que estaba ahí animando la concurrencia con su encanto justo antes de verme era indudablemente Lee Sungmin, mi Lee Sungmin. En medio de la gran sala a unos metros frente a él, con los músculos rígidos, el celular que llevaba en las manos deslizándose y desarmándose sobre la alfombra no era nada comparado con la parálisis cerebral que estaba experimentando en ese momento.

—Sungmin...

 Después de 10 largos años ahí estaba, observándome con un gesto que mezclaba varios niveles de estupefacción, el chico que nunca se apartó de mi mente luego de haber pasado juntos nuestro último año en el internado, el chico tan malditamente hermoso del cual no fui capaz de despedirme el día de la graduación. El primer y último hombre que amé.

 Mudos, sin pensar en guardar apariencias ante la gente rodeándonos, nos observamos por una cantidad de tiempo que me es difícil precisar. No es para menos, la última vez que cruzamos palabra fue pocas horas antes de nuestra ceremonia de graduación mientras hacíamos el amor hasta el alba. Eso pondría incómodo a cualquiera, sobre todo si de un momento a otro los recuerdos de lo que habíamos vivido juntos se agolpaban en nuestras mentes como las lágrimas en nuestros ojos.

 Fue hace menos de 12 años que nos conocimos, sin embargo, para entender la situación salvaje y asfixiante en la que Sungmin, yo y todos los estudiantes de internado nos vimos envueltos, es necesario explicar antes algunas cosas sobre dicho lugar.

 El internado masculino "Dr. Kim Youngmin", fue fundado hace más de 100 años por la misma persona que le da su nombre, un reconocido psicólogo que hizo su fama por sus teorías acerca de la crianza de los hijos, las cuales proponían básicamente que con una disciplina extrema, inflexible y represiva, el niño lograría convertirse en un adulto decente y con un gran futuro (El que también los padres decidirían e impondrían). Hoy sus ideas, ya algo más modernizadas y "permisivas", sobreviven en el registro anual de suicidios estudiantiles causados por el sobre estrés, y claro, en su prestigioso internado. Pero siendo honesto, la postura sádica de Kim no habría pasado el año si no fuera por el amplio apoyo de la clase privilegiada. Aquellos empresarios cegados por el poder y el dinero, que no querían perder sus bienes ni siquiera enterrados 2 metros bajo tierra y encontraron la solución únicamente en hacer que sus hijos siguieran sus pasos, quisieran o no. Para ellos, que ya desde hace siglos han tenido a la iglesia de su lado, les parecía espléndido que ahora la "parte científica" también apoyara sus ambiciones, e incluso mejor, les ofreciera una guía para seguir obligando a sus hijos a hacer lo que les plazca. De esta forma, cuando tiempo después el internado fue fundado, la elite coreana enloqueció y en cosa de horas la lista de matriculados dejaba ver un futuro centro educacional para niños ricos, y que la gente de menor rango social, quienes también habían quedado prendados por las ideas de Kim, no podrían ver más allá de las imágenes publicadas en el periódico.

 Ahora bien, pensando en lo famoso que fue el internado apenas al abrir, era obvio que paulatinamente su popularidad crecería. Con cada nuevo niño rico que se matriculaba, aparecía un nuevo inversionista, que junto a los demás posibilitaban que el lugar tuviera mucho más para ofrecer y eso a su vez aumentara el prestigio. Al poco tiempo de que los primeros matriculados -totalmente traumados- egresaran tan disciplinados y aplicados como prometía Kim, las universidades nacionales empezaron a acechar a cada muchacho que se graduaba de ahí, y cuando otro tiempo después, esos mismos egresados ya estaban convertidos en políticos o prolíficos empresarios, las universidades extranjeras no tardaron en sumarse a la búsqueda de prospectos para sus facultades. De esta forma, para mantener el prestigio que crecía cada vez más, poco a poco el internado empezó a ser mucho más estricto con sus matriculados. Los muchachos ya no podían ser solamente ricos, también tenían que contar con aptitudes para el estudio o por último en el área del deporte o el arte (Aunque en esta área las exigencias eran ridículas). Es por ello que de un momento a otro el internado dejó de ofrecer cursos de primaria y se limitó a impartir secundaria y bachillerato. Para tener una mejor visión del estudiante investigaban a fondo de cual escuela venía y cuál había sido su desempeño.

 En el tiempo que estuve ahí, siempre pensé que esa medida fue más positiva para los pequeños que para el internado. No quiero imaginar qué cosas le hubiese ocurrido a niños de 7 años estando junto a los demás alumnos asiduos al lugar, además de perder su infancia con tal disciplina.

 Porque sí, a pesar de nunca recibir ninguna clase de ataque físico, de todas formas no le desearía un semestre ahí ni a mi más grande enemigo.

 Lo primero que puedo decir del internado en sí -y es lo que más sorprende- es que cumple con todas sus promesas. Los cimientos de la escuela están en medio de las zonas forestales de Seoraksan, cerca de las montañas del mismo nombre, y lejos de ser de apariencia rural, el recinto posee una infraestructura magnífica y totalmente adelantada a su época (Pensando en el momento en que se construyó). Se sitúa lo suficientemente lejos de la bulliciosa sociedad para que no perturbe la concentración de los alumnos y está lo suficientemente equipada para no tener que extrañarla, contando con autobuses, un helicóptero, un centro médico con todo tipo de especialistas, piscina olímpica, canchas para distintos deportes, una biblioteca con un catálogo impresionante, departamento postal, y las respectivas aulas, dormitorios y oficinas administrativas, todas de lujo. Por otro lado, la educación también es excelente. Según los rumores los profesores eran escogidos con mucho más cuidado que nosotros, y era visible, cada maestro era brillante y un experto en su tema, además de contar con un largo currículum que abalaba todas sus cualidades. Y los profesores no eran los únicos empleados bien preparados. Entre los 300 trabajadores que había en el lugar, buena parte eran guardias de seguridad que protegían tanto la entrada como todo el recinto, esto disminuía drásticamente las oportunidades de acoso escolar y que cualquier problema pudiera pasar a mayores. También había supervisores de dormitorios, empleados de limpieza, de mantención, chefs, etc. Todos muy eficientes y amables con el alumnado.

 Viéndolo así, la estancia en el internado parecía maravillosa, llena de ostentaciones y digna de los futuros dueños del mundo, no obstante, en medio de las promesas estaba la principal, esa "capacidad sobresaliente" con la que egresaría cada alumno, y cumplirla llevaba a 3 grandes problemas que hacían de la existencia ahí una tortura:

1- La sobre exigencia: Que enseñaran ahí los mejores profesores del país o que nos dieran alimentos diseñados para estimular la actividad cerebral no era significado de que cualquier cantidad de información podía deslizarse como vaselina dentro de nuestras cabezas, menos la que allí entregaban. Como decía, el internado estaba plenamente interesado en hacer distancia de los demás recintos educacionales, y una de sus técnicas era adelantarnos, mínimo, 3 contenidos. O sea que a nuestro ritmo llegábamos a adelantarnos tanto que en segundo de secundaria podíamos estar estudiando temas que los estudiantes normales recién veían en segundo de instituto, o que derechamente, ni siquiera aprendían. En el internado habían 3 grupos que iban en el mismo grado, y cada alumno era designado al grupo que se enfocara mejor en lo que sus padres habían decidido para su futuro, y así, los profesores les enseñaban la pauta educacional regular a profundidad y velocidad aumentada, más conocimientos útiles para su futura profesión. No era sólo estresante, sino lo más estresante del mundo, y casi imposible para algunos. Sin importar que cada alumno sobresalía en algo, eso no era sinónimo de que también éramos buenos en el resto de las disciplinas, de hecho, en varios casos era todo lo contrario. Parecía que el internado en sí, con todos sus brillantes profesores, ignoraban totalmente la evidencia de que a pesar de tener todos coeficiente normal o sobre el promedio, la velocidad de absorción y decodificación de aprendizajes es distinta en cada individuo. Bueno, ahí Kim era Dios y sus herederos los jefes, ningún empleado podía decir algo al respecto, y los alumnos que se tomaban su tiempo para aprender, debían sufrir las consecuencias, llegando a dormir 3 o 4 horas al día para mantenerse al corriente.

2.- La presión paternal: Esta de por sí ya estaba implícita al ser un niño rico inscrito en un internado caro y de tanto prestigio, sin embargo, la guía que hizo tan famoso a Kim Youngmin ponía más peso sobre esa -de por sí- agobiante carga. La mayoría de los apoderados eran seguidores acérrimos de sus ideas y las seguían al pie de la letra. Se volvían emocionalmente distantes con sus hijos durante toda su etapa escolar, terminantes en sus palabras y acciones, y no mostraban piedad si el resultado era microscópicamente menor al esperado. Ignorando, restringiendo, humillando dentro del círculo familiar y hasta golpeando castigaban todo tipo de fracasos, mientras los éxitos eran "premiados" con retos aún mayores y un recuerdo constante de los éxitos propios o de los hermanos del alumno, minimizando de forma espantosa los logros de este para que, según Kim, aprendieran a ser humildes y ambiciosos en la vida. Esto se reforzaba con la insistencia. En cada conversación tenida con el hijo se debía mencionar los objetivos planeados para él y sus resultados, presionar tanto que el alumno sólo pudiera pensar y vivir por eso.

3.- El estilo de vida en el internado: Aquí iba la parte no bonita que decoraba el recinto, porque si había reglas para educarse, también había reglas para vivir que prometían la inculcación de valores. Lo cierto es que a pesar de las instalaciones de lujo vivíamos en una austeridad muy personal, es decir, teníamos todo lo necesario para vivir, cada cosa de la mejor calidad, pero nada más. Los juguetes, celulares, consolas de videojuegos y cualquier cosa que significase una distracción estaban prohibidas dentro del internado. Sólo podíamos reencontrarnos con esos placeres en vacaciones y épocas festivas. Las computadoras estaban autorizadas, sin embargo, con el fin de potenciar su uso educativo, un sinfín de sitios web estaban totalmente bloqueados. No era una opción para escapar imaginariamente de ese lugar. Tampoco vivíamos en habitaciones espaciosas como las que teníamos en nuestras casas y nadie nos atendía. Debíamos llevar nuestra ropa a una lavandería, ir a buscar nuestras comidas a la cafetería y compartíamos con un compañero un dormitorio lo suficientemente grande para que cayeran 2 camas, 2 armarios, 2 escritorios y 1 baño, volviéndose este un recordatorio más de la humildad, mientras que nuestro compañero podía ser de cualquier grado y grupo, esto para reforzar la empatía y la camaradería. Por otro lado, estaban los empleados del lugar. Desde el rango más alto al más bajo tenían la misma característica en común: Nos trataban con amabilidad, sin embargo, en ninguna circunstancia confiaban en nosotros. Si necesitábamos algo siempre debíamos pedirlo mostrando una identificación, las aulas tenían cámaras de vigilancia, los pasillos y exteriores eran constantemente rondados por guardias, habían toques de queda desde las 20 PM hasta las 6AM y revisiones mensuales en los dormitorios. Si nos enfermábamos, no bastaba con decirlo, debíamos ir al centro médico y recibir una confirmación para ausentarnos de clases, lo que añadía una serie de visitas de una enfermera a nuestro dormitorio para asegurar nuestra recuperación y que no descansáramos más de la cuenta. Estar enfermo de forma invalidante, un desastre natural o la muerte de un familiar cercano eran las únicas razones para no ir a clases. Siempre estuve seguro de que sólo una cárcel podía producir un sentimiento parecido al de estar ahí, porque además todos los empleados tenían autoridad absoluta sobre nosotros. Ninguno estaba a nuestro servicio, si hacían cosas por nosotros era porque era su trabajo designado, o sea, si desobedecíamos a cualquiera de ellos, podían marcarnos una falta perfectamente válida que no merecía investigación o apelación. Cada falta equivalía a una semana en detención después de clases, 5 faltas conseguían un encuentro no muy alegre de nuestros padres con el inspector y 10 faltas ameritaban no volver a pisar el internado nunca más en la vida, incluyendo una anotación de conducta reprochable en nuestro expediente que nos negaría el derecho de ingreso a cualquier recinto educacional distinguido en el mundo, sin importar que el alumno sea el mayor genio existente sobre la faz de la tierra.

 Como se puede ver, lo maravilloso del internado Kim Youngmin existe únicamente en las cabezas de quienes nunca pasarían por ahí. Con esas 3 estresantes consecuencias, o a veces 2 nada más, los estudiantes se veían obligados a recurrir a otras 3 opciones, las que Kim en su ineptitud nunca pudo prever y hasta hoy sus herederos luchan por encubrir a cómo de lugar. La primera opción era subir a la azotea del edificio principal, escalar la verja y tirarse a los brazos del bosque profundo, donde la peste de tu cadáver sería lo único que ayudaría a encontrarte. La segunda era recurrir a las drogas por medio del contrabando fraguado por empleados corruptos y alumnos cuyos padres había hecho su fortuna de la misma forma dudosa.

 La tercera era el acuerdo.

 Es un hecho científico que la madurez emocional del hombre llega con mucha más lentitud que la física, y en un lugar lleno de adolescentes hombres, el agobio de un cuerpo en evolución lleno de naciente deseo sexual, la falta de conocimiento sobre cómo lidiar con ello y el estrés sacando lo más primitivo de nosotros no eran una buena combinación. En tan sólo los primeros meses en que el internado abrió sus puertas por primera vez, los muchachos descubrieron que el estrés también se podía espantar teniendo sexo entre ellos, y se encargaron perfectamente de trasmitir esa enseñanza a las siguientes generaciones. Pero ser inmaduro no significaba que no fuesen listos. Todos tenían más que presente que si eran descubiertos en algo así resultaría nefasto tanto para su familia como para ellos, sobre todo para ellos, ser desheredados era el miedo más común y poderoso en los alumnos. Entonces crearon el acuerdo, el cual consistía en hacer un trato verbal con el compañero de cuarto o bien otro -Era más difícil por los toques de queda-, y tener una relación puramente sexual con él durante el año escolar. Aquello te aseguraba discreción, no sufrir contagio de enfermedades venéreas y una eficiente vía de escape del estrés, o al menos la mayoría de las veces. Para asegurar el secreto, el tema se trataba únicamente cuando empezaba el acuerdo y cuando se terminaba, y de por sí, no todos los chicos eran de fiar. No podías saber si tu compañero sexual tenía el mismo acuerdo con otras personas o si en verdad sería discreto entre sus amigos y no terminarías en boca de todos.

 Muy lindo ¿No?

 Cuando descubrí todos esos secretos y me vi a mí mismo nauseabundo por todo el estrés y la desesperación, sentí un miedo espantoso por ese lugar, por mis compañeros, por caer en sus tentaciones, por perderme a mí mismo en ese juego o terminar clavado en las ramas del frondoso bosque por resistirme.

 Pero luego recordé que yo no era igual a ellos, que tenía la obligación de salir victorioso porque el deber sobre mi espalda iba más allá del dinero.

 Era hijo de Cho Younghwan.

 Mi padre, nacido y criado en el seno de una familia de clase trabajadora, había dado vuelta con su genialidad todo lo que para el mundo significaba ser hijo de un Cho. De ser uno más del montón, nuestro apellido pasó a ser significante de las mejores escuelas de idioma en toda Asia y mi padre una eminencia de la educación y un ejemplo para toda nuestra familia, sobre todo para mí. Él siempre me ha repetido que su esfuerzo no habría hecho jamás que su cuenta bancaria tuviera 10 ceros si no lo hubiese fortalecido con su instinto e ingenio, por lo que me enseñó a usar ambas armas, a darme cuenta de las cosas que no se ven a simple vista y tomar en cuenta todos los factores a la hora de tomar riesgos. Eso no sólo estimuló mis talentos, también contribuyó en las expectativas que él, mi familia y todo el que nos conociera tuvieran sobre mí. Cuando me di cuenta, ser un Cho significaba algo grande que yo no tenía autorización de contrariar con fracasos o mediocridades, y eso fue lo que selló mi pase de entrada al internado.

 Para empezar ni mi padre ni yo nunca habíamos caído en la adornada y absurda palabrería de Kim, pero las opiniones de sus nuevos socios y la perspectiva de darme una educación considerablemente superior a la que él había tenido en su niñez, lo llevaron a matricularme sin dejarse convencer ni por los más elaborados argumentos míos, y yo, que lo respetaba más que a cualquier persona en el mundo, no fui capaz de ir contra él una vez dictaminó mi destino. Entré a los 15 años a cursar mi etapa de instituto y al conocer la verdadera naturaleza del lugar me sentí agradecido de no haber cursado también la secundaria ahí. Con un pensamiento independiente incompleto y menos voluntad, seguro habría caído en cada una de las consecuencias del estrés, y no haberlo hecho era ganancia sólida, por lo que luego de mis respectivas reflexiones sobre mi condición, sólo me quedaba sobrevivir los 3 años restantes.

 Durante 2 años luché fieramente contra las tentaciones haciendo uso de toda estrategia y consiguiendo amigos en mi clase que compartían la misma situación. Si no era necesario académicamente, no hacía contacto con nadie que no fueran ellos, ni verbal, físico o visual. Existían muchachos de apariencia andrógina que potenciaban esa cualidad con el fin de seducir, y yo no deseaba verme una noche masturbándome con sus rostros en la mente. También, con mi habilidad creciente en informática, hackeé el sistema de bloqueo de páginas en mi computadora, gracias a lo cual pude jugar en línea durante las madrugadas y conseguir pornografía -la cual compartí con mis amigos-. Lidié con la infernal ansiedad haciendo atletismo, y cuando eso o lo demás no era suficiente, lloraba o vomitaba hasta aliviarme.

 Todos esos recursos funcionaron muy bien para enfrentarme al internado, no obstante, siempre tuve muchos problemas con un obstáculo: Mi compañero de cuarto. Un tipo un año mayor que yo, asiduo al lugar, libidinoso y psicópata hasta el último gen. En el internado existían 2 tipos de alumnos que hacían el acuerdo. Por un lado, estaban aquellos que no eran gays pero cuyos deseos insoportables les hacían "Adaptarse" mientras estaban en el internado, y por otro lado, estaban los que si eran gays y encontraban en el internado la oportunidad perfecta para complacer sus verdaderas inclinaciones. Mi compañero pertenecía al segundo grupo, y con su naturaleza manipuladora era capaz de hacer de las suyas como le venía en gana. Fingía de manera magistral un encanto y amabilidad seductora que atraía a cualquiera que él deseara, menos a mí. Sería por eso o quizás por otra cosa que no tardó en mostrarme su verdadera personalidad. No obstante, nunca me hizo daño y yo nunca lo delaté. Teníamos una especie de trato implícito: Yo no decía a nadie las cosas que hacía y él no me delataba por mis incursiones prohibidas en internet. De este modo, lo vi 2 años hacer planes para encontrarse con sus amiguetes y escaparse a dormitorios ajenos durante los toques de queda como si fuese pleno día. Era brillante, no lo descubrieron ninguna sola vez, y en parte lo admiraba por eso, pero por otra parte, lo detestaba. Como dije, no me obligó jamás a nada, sin embargo, no pareció contentarse nunca con mi rechazo, y de vez en cuando, si no se estaba jactando conmigo de sus hazañas, intentaba seducirme. No recuerdo su nombre, pero su rostro seductor, sus ojos venenosos, su cuerpo desnudo pavoneándose ante mí después de cada ducha y sus palabras tratando de manipularme permanecen vivas en mi memoria. Estuve muchas veces a punto de ceder, y eso me hacía odiarlo más. No dudaba en mostrárselo con la mirada cuando se rendía y en venganza, me escupía otra de sus espantosas frases. Recuerdo una con particular viveza.

 "Algún día caerás ante esto que tanto dices odiar"

 La repetía con más frecuencia que las demás, y la última vez que lo hizo fue cuando se graduó y salió por última vez de nuestro dormitorio. Si cierro los ojos puedo ver nítidamente su sonrisa enferma perdiéndose tras la puerta y sentir mi rostro deformado por la estupefacción. Siempre creí que con "esto" se refería a sus insinuaciones, no obstante, ¿Por qué decirlo de nuevo si no nos veríamos nunca más? Entonces entendí que se trataba de ceder a eso contra lo que tanto luché, que en realidad nunca fueron las drogas o el suicidio, sino perderme a mí mismo en los brazos de otro muchacho, de hacer el acuerdo con alguien. Traté de no aterrarme, de creer que él trataba de fastidiarme por última vez. Demasiado positivismo. Al comienzo de mi último año ahí, el temor más grande experimentado parecía a punto de hacerse realidad.

 Una semana y media después de ingresar, yo extrañamente seguía sin un compañero nuevo, hasta que un monitor me llevó un aviso indicando que mi soledad acabaría muy pronto. Un chico que había perdido a su compañero por una expulsión llegaría a acompañarme. Y efectivamente, a la mañana siguiente, una nueva placa en mi puerta reemplazaba la de mi antiguo compañero.

"Lee Sungmin" ponía.

 ¿Quién diablos era? Pregunta estúpida sin duda. Mis métodos de evasión me hacían no saber ni la mitad de los nombres de mis compañeros de clase, menos idea tenía sobre los demás. Probé en el almuerzo preguntándole a mis amigos, cuyas formas de distraerse de las tentaciones incluían los chismes, y de Lee Sungmin habían muchos y no buenos precisamente.

—¿No sabes quién es? —Changmin, el más cercano a mí del grupo, me preguntó incrédulo aquella vez— Es del 3°C y uno de los sujetos con peor reputación en el internado, todos hemos escuchado hablar de él al menos alguna vez.

—No puedo creer que te haya tocado compartir habitación con él. Estás jodido...—Se lamentó Jonghyun.

—¿Qué tanto es lo que ha hecho ese Sungmin? —Inquirí, ya enormemente asustado.

—Es un libidinoso peor que el tipo con el que compartías antes — Explicó Minho— Y como es bellísimo a rabiar, tiene también más "kilometraje" *

—¿Es cierto eso de su atractivo? He tenido pocas oportunidades de verlo, y siempre de lejos— Interrumpió Changmin con curiosidad.

—Cuando fui a inscribirme al equipo de tenis en primer año, él estaba en el gimnasio donde hacen artes marciales y Kibum me lo señaló. Es cierto que solamente Kim Heechul del 3°A podría hacerle competencia. Sería la clase de sujeto con el que todos los degenerados de aquí querrían acostarse de no ser porque es un demente, razón por la cual no ha dejado de cambiar compañero de cuarto desde que llegó. Según dicen, tentó a cada uno para hacer el acuerdo, con su cara bonita más un par de guiños y palabras seductoras ninguno se resistió, y cuando los tenía en sus redes, mostraba su verdadera cara. De la noche a la mañana empezaba a pedir sexo enfermo, ya saben, con sadomasoquismo, hipoxifilia, fantasías de ser hermanos o padre e hijo, y si eso no era suficiente para espantarlos, lo hacía con sus abruptos cambios de humor y deseos de poseerles. Se ponía totalmente loco cuando les veía estar con otras personas, les gritaba e insultaba delante de todos, muerto de rabia.

—¿Y cómo es que no ha sido expulsado? —Pregunté sorprendido— Con todas esas cosas que ha hecho, y más encima sin ocultaras, hay suficientes motivos para que no vuelva a pisar este lugar.

—Eso es lo peor de todo, no hay manera de deshacerse de él hasta que se gradúe— Continuó Minho— Kibum me contó que el padre de Sungmin es uno de los inversionistas favoritos del internado. Cada año dona grandes cantidades de dinero y el director sabe que si su retorcido hijo es expulsado, esas donaciones se van con él. Sungmin también lo sabe y no ha dudado en aprovecharlo. Aparte de librarse de varias expulsiones, ha conseguido que la administración le haga favores encargándose por él de aquellos que no quisieron cumplir sus caprichos. Sé que de milagro un par de sus ex compañeros lograron terminar sus estudios aquí, sin embargo, el resto fue expulsado sin necesidad de 10 faltas.

 Al terminar de escucharlo, mi cuerpo perdió de un segundo a otro su fuerza, lo que me hizo agradecer estar sentado. Todo indicaba que estaba frito. Podía rechazarlo amablemente cada vez que el intentara seducirme, pero si era tan inestable como lo fichaban mis amigos, ¿Bastaría con eso? Podría igual guardarme rencor y tratar de deshacerse de mí.

 Lo que quedó de ese día de clases lo usé completamente en la búsqueda de una solución, y como ese tiempo no fue suficiente, trasladé mis cavilaciones a uno de los jardines traseros. Tuvo que pasar bastante tiempo antes de que viera la respuesta.

 No, no quería que volviera a ocurrir.

 Ya había sido intimidado 2 años por aquel jodido psicópata, no aguantaría que otro lo hiciera, no soy alguien que todos puedan pasar a llevar. Además, él no era el único que podía jugar sucio. Mi padre tenía buenas relaciones con el ministro de educación, y si Sungmin trataba de joderme, yo haría uso de ese recurso y me lo jodería a él y a todo el internado si era necesario.

 Qué ingenuo era.

 Decidido y tras haber formulado en mi mente la amenaza que le daría de bienvenida, me levanté, tomé una bocanada de aire, caminé a paso rápido hacia mi dormitorio y aprovechando la adrenalina, pasé brusco mi tarjeta por el lector y abrí la puerta de un brusco tirón.

 Ese día, cuando vi su rostro sorprendido voltear hacia mí, supe muy en el interior que las palabras de mi antiguo compañero me habían vencido.

Continuará...


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