jueves, 29 de noviembre de 2018

[06/10] El acuerdo


 Desde que acepté cuan peligroso era Sungmin, inicié una feroz ofensiva contra mis instintos descontrolados, tornando la guerra contra mí mismo más violenta de lo que nunca fue en batallas pasadas.
               
“No puedo besarlo, no puedo besarlo” Me repetía incesantemente.

 Besarlo sería asumir definitivamente que me gustaba y yo no iba a admitir tal cosa, y muchísimo menos admitiría la verdad, que estaba perdidamente enamorado de él. Eso era impensado, eso no pasaría, no en este universo.

 O era lo que trataba de meterme en la cabeza.

 Como he dicho antes, para ese entonces mi voluntad estaba débil y totalmente corrompida ante sus encantos, lo único de mí que aún luchaba era mi enorme, estúpida y casi admirable terquedad, la que me siguió proporcionando planes, aunque ya no tan buenos debido a todo el desgaste mental antes ejercido. Pensé y descarté muchas ideas ridículas, como ponerle una bolsa de papel en la cabeza cuando estuviera en el dormitorio o cegarme el resto del semestre con chile habanero, y lo mejor que se me ocurrió para evitar besarlo sin alejarme de él fue lo más obvio, es decir, reducir a cero la mirada hacia su rostro. Resultó ser un arma de doble filo. En adelante, resentí cada momento en que hablamos, cogimos, dormimos y convivimos sin mirarnos, pues obstruía notablemente esa magia de nuestra relación que no quería perder. Por una parte, debía recurrir a formas muy impersonales de hacérselo: Pegado de cara a la pared, ponerlo sobre sus cuatros extremidades, sentarlo de espaldas sobre mí. Una a la vez y con su cabeza lo más alejada de la mía. Eso en estricto rigor, no eran cosas que estorbaran mucho en el sexo. Sungmin seguía pareciéndome sensual, sus gemidos todavía contaban con ese tono agudo que me volvía loco y empalarlo era aún lo mejor que había probado en mi vida; nada debajo de su cuello me estaba prohibido, podía tocarlo y marcarlo a gusto. Eran ventajas que seguro habrían sido suficiente para cualquiera, pero para mí, no poder conectarme con su mirada luminosa, no poder besar sus tersas mejillas y no sentir pegados a mis oídos sus labios gimiendo mi nombre y suplicando por más, era terriblemente desalentador, tanto como para que la frecuencia con la que teníamos sexo disminuyera. Por otra parte, Sungmin no era tonto. Notó desde el principio que algo ocurría conmigo y que trataba sobre él. Nunca preguntó al respecto, quizás temiendo una mala reacción, sin embargo, no pudo ocultar que le afectaba. En nuestras conversaciones dudaba antes de hablarme y establecía incómodos silencios entremedio.

 Rápidamente, hice a la guerra tornarse tan cruda y letal que arrasaba con todo sin discriminar. Paso que daba, algo moría, el suelo se volvía estéril y las cosas sobre él se reducían a ceniza. No iba quedando nada que ganar, de hecho, ya no recordaba que quería ganar, sólo sabía que estaba perdiendo todo lo que me importaba. La única cosa maravillosa que había obtenido de ese infierno la estaba dejando ir de mis manos voluntariamente. La bella conexión que tenía con Sungmin estaba pendiendo de un hilo otra vez, porque no era capaz de admitir que no quería lo que tenía de él, sino que lo deseaba todo, todo lo que él pudiera darme y lo que yo pudiese robar. No, no era capaz, estaba demasiado asustado y era demasiado terco para deponer las armas por mi cuenta, alguien, o más bien él, debía quitármelas y tirarlas al suelo.

 Así sucedió.

 Al cabo de 2 tortuosas semanas, la resistencia llegó a su fin con nuestro esperado viaje de estudios. Por tradición, cada año los alumnos de último grado tras terminar el primer semestre y antes de iniciar las vacaciones de verano se embarcaban en un viaje de 10 días. Para incentivar la igualdad (Más no la equidad), los 3 cursos viajaban al mismo destino, el cuál siempre era un país desarrollado, donde los estudiantes se hospedaban en un hotel de 5 estrellas y cada día visitaban lugares históricos privilegiados. Ese año se escogió Japón, lugar que a pesar de ser trillado para muchos, contaba con un itinerario muy movido que nos aseguraría aprender y conocer más de lo que lograríamos viajando por cuenta propia, pues a nuestra disposición habían buses, helicópteros y un par de enormes yates.

  El viaje prometía bastante y todos estaban muy entusiasmados, sin embargo, motivo y consecuencia no se relacionaban entre sí.

 Nuestro destino podría haber sido la mismísima luna y así no les habría interesado en lo más mínimo, porque nadie quería el viaje en sí, lo importante era lo que implícitamente significaba: Salir del internado, dejar de sufrir y, sobre todo, volver a ser normales… o al menos al modo de ellos. Me explicaré. Para los estudiantes heterosexuales, tener que recurrir al sexo entre compañeros como modo de salvación no era desagradable nada más, también era terriblemente humillante. A ningún chico en el internado le hacía gracia perder, pues obtener la victoria sin importar los medios era algo que nos inculcaban todos los días, y ellos aparte de perder, lo hacían por voluntad propia, lo que era 10 veces más atroz. Por este motivo, siempre buscaban la oportunidad de volver a equilibrar sus vidas, es decir, tomar nuevamente ellos el control de las pocas cosas que sus padres les dejaban bajo sus criterios, y el viaje, era la primera opción para hacerlo, además de la mejor. En el viaje no había tareas, ensayos ni exámenes, tampoco había padres ni monitores. Era básicamente un premio por haber soportado tanto, y ellos, muchachos faltos de escrúpulos e inteligencia emocional, lo aprovecharían sin contenerse. Durante los días anteriores al viaje en medio de los exámenes finales, en vez de escucharse los clásicos lloriqueos, un murmullo emocionado se esparcía por aulas y pasillos. Todos hablaban acerca de volver a ser “Normales” diciendo con cuantas chicas planeaban acostarse, a qué servicio de acompañantes habían contactado y como eran físicamente las chicas que esperaban encontrar.

 Viendo todo eso como el adulto que soy ahora, me parece patético y repulsivo, y si bien parte de mí en ese tiempo también tenía esa sensación, otra parte más fuerte pensaba igual que ellos. Mis amigos, que estaban igual de ansiosos por rodearse de caras prostitutas, tampoco dejaban de hablar del tema, y yo, que los veía alegres y enérgicos, sentía que no podía quedarme atrás.

“Sí, es hora de ser normal otra vez. Lo que Sungmin me provoca es producto del encierro y nada más. Cuando vea a las hermosas chicas japonesas que se hospeden en el hotel olvidaré totalmente su rostro y estos deseos de besarlo serán algo gracioso del pasado. Hasta puede que me sume a la idea de los chicos y contrate a alguna prostituta… Sí, eso es lo correcto, eso es lo correcto”

 Me repetía aquello una y otra vez las 3 noches previas al viaje, cuando ya me había distanciado totalmente de Sungmin a nivel sexual y comunicativo. “Ahora que volveremos a la sociedad, esto ya no es necesario” le dije y me impresionó (Y golpeó) con su aprobación inmediata, no obstante, por más que lo decía y lo reflexionaba fríamente, al final siempre un suspiro salía de mis labios y mi pecho se oprimía con la convicción de que me equivocaba.

 El día de marcharnos llegó. Bañados, vestidos y con las maletas hechas salimos del dormitorio a las 06:30 AM al patio principal. Vimos los buses de nuestros respectivos cursos y luego nos miramos después de lo que me pareció una eternidad sin hacerlo. Observé su rostro con detalle, pues según creí, ya estaba libre de peligro. No parecía demacrado o indispuesto, pero algo en él, en sus ojos, emanaba incomodidad y un increíble desasosiego, y mientras me hundía en miles de preguntas y emociones turbulentas, mis amigos me llamaron y Sungmin se marchó con un movimiento de cabeza. Miré su figura perderse en el camino a su bus unos segundos, luego volteé.

 Era momento de hacer lo correcto, no podía seguir pensando en Sungmin una vez me subiera al bus. Pero así fue.

 En el viaje del internado al aeropuerto de Incheon y de ese punto al aeropuerto de Chitose en Hokkaido no pude apartar ese rostro inquieto de mi mente, de preguntarme que le ocurría y porque me sentía tan incómodo como esos ojos mientras todos los demás a mi alrededor reían y gozaban de la libertad. Traté de apartar esos pensamientos mojándome el rostro, abofeteándome y conversando de cualquier idiotez con los chicos, pero de pronto habíamos llegado a nuestro hotel de 5 estrellas y estábamos listo para iniciar nuestro primer tour y yo seguía igual. Los días empezaron a sucederse uno tras otro y me sentía más ahogado de lo que había estado en el internado o en la vida. Me presionaba porque la diversión estaba ahí, las chicas, los amigos, los excesos y la falta de restricciones, todo lo correcto para un muchacho como yo estaba ahí, en oferta y por única vez, y lo desperdiciaba por estar aletargado con el deseo de buscar a Sungmin, a quien no me había topado desde que se subió a su bus. Quería buscar su habitación, preguntarle a qué se debía esa incomodidad tan espantosa en sus ojos, saber qué le pasaba y qué me pasaba a mí. Y quería tocarlo otra vez, desnudarlo y hacerlo mío entre besos que nos dejaran sin respiración.

 Como un imbécil, estuve 7 días atrapado en la más ridícula indecisión, pensando obsesivamente en aquello y gastando el tiempo en tratar de dejar de pensar y hacer lo que era adecuado. Nunca terminaba por decidirme a seguir un camino, por lo que no hacía nada, no buscaba a Sungmin ni me divertía como los demás, de hecho, no recuerdo de esos 7 días más que mi tortura prolongándose por mi falta de coraje.

 Para el octavo día de nuestro viaje, cuando los tours y las excursiones habían finalizado y teníamos los siguientes días para disfrutarlos libremente, yo me encontraba tan ensimismado que mi cuerpo se movía por mero instinto y las veces que recobraba la conciencia, debía estar retroalimentándome rápidamente sobre lo que había estado pasando a mi alrededor.

—¿Cariño?

 Cuando desperté de mi último letargo, me encontraba sentado junto a una hermosa chica japonesa de unos 18 años, cuyos senos enormes, exceso de maquillaje y ropa de fiesta le hacían lucir varios años mayor. A nuestros lados, mis amigos, sonrojados por el alcohol en sus cuerpos, eran agasajados por mujeres de aspecto similar a la que me acompañaba. Todos éramos bañados por la clásica luz viciada de bar y rodeábamos una mesita de vidrio llena de coloridos cocteles y pocillos con frutos secos y snacks para picar. Traté de recordar que hacía ahí, luego miré a Minho. En la mañana me había dicho que nos encontraríamos en ese bar del hotel a las 7 con las chicas de una agencia de acompañantes a las que había llamado. Parpadeé rápido mientras asimilaba la información, cuando la mirada de la chica a mi lado llamó mi atención. Aún esperaba una reacción.

—Ah… que…—Fue lo único que atiné a balbucear.
—Hasta que por fin despiertas, ¿Quieres un trago? —Preguntó, camuflando con una sonrisa coqueta su coreano algo nasal— Pareces algo tenso.

 Dicho esto, se acercó un poco hacia mí y con torpeza yo me alejé otro poco. No tenía idea de cómo reaccionar ante esta situación que recién estaba conociendo, ante esa desconocida insinuándose y a cualquier persona que estuviese en ese sitio. No importaba cuanto intentara adaptarme, me sentía incómodo y asustado.

—No, gracias. No tengo ganas de tomar nada— Me animé a responderle con fingida tranquilidad.
—Ummm…. Tú, quizás…¿Te sientes deprimido como para festejar? — Inquirió otra vez poniendo su mano en mi mejilla, haciéndome saltar de la impresión— Porque si tienes un problema, podemos ir a tu habitación y conversar todo lo que quieras, soy buena escuchando... y también sé hacer muchas cosas que podrían subirte el ánimo ¿Te gustaría? — Agregó poniendo su otra mano en mi pierna.

 Evité a tiempo dar otro brinco, más no pude ocultar el susto en mi rostro, por lo que traté de desviar la mirada. Observé a mis amigos. Changmin abrazaba a su acompañante por los hombros, riéndose ambos a carcajadas de Jonghyun, que con los ojos vendados trataba de comerse los canapés que se había puesto su chica sobre sus pechos, mientras por su lado, Minho no perdía el tiempo y dejaba suaves besos en el blanco cuello de su acompañante. Todos la pasaban estupendamente, además, la chica a mi lado era preciosa y amable, y de seguro una profesional, nada me pasaría estando con ella, era lo correcto, lo correcto, lo correcto.

 Y de todas formas no podía.

—N-No es que esté deprimido, la verdad me siento algo engripado, si no, claro que aceptaría tu propuesta— Negué con las palabras atropellándose en mi boca, en tanto me incorporaba y salía nervioso de mi lugar chocando con todo a mi paso.
—Oh…—Suspiró la chica con un puchero de decepción.
—Y-y no quiero contagiarte. En otra ocasión será— Continué juntando mis manos para disculparme—Mientras, puedes estar con Jonghyun, él siempre ha querido hacer un trío.
—Amén, hermano— Corroboró el aludido, levantando una jarra de cerveza, muerto de borracho y aún con la venda en los ojos.
—Kyuhyun, ¿Dónde vas? — Preguntó Changmin extrañado, alejándose un poco de la chica a su lado.
—Me siento mal, me voy a mi habitación— Exclamé mientras me alejaba rápidamente— No se preocupen, sigan sin mí.
—¡Oye, espera! —Me llamó sin convencerse con mi explicación, pero yo ya estaba a punto de salir y no pensaba detenerme.

 Una vez fuera caminé aún más rápido, azorado, por todos los pasillos del hotel. No sabía dónde iba, tampoco me importaba, sólo quería alejarme de ese lugar. Mi oportunidad para escoger al fin una dirección, la correcta, había estado ahí y yo no la había tomado. No pude soportar ni siquiera dar el primer paso.

“¿Por qué eres así, pendejo de mierda? Maldito estúpido, ¿Qué diablos te pasa? ¿Qué diablos es lo que buscas?” Pensaba mientras me jalaba los cabellos “Ya no aguanto, ya no puedo aguantar esto

 Y antes de poder seguir recriminándome, al llegar a un cruce de pasillos me estrellé bruscamente con una persona. Aturdido, me afirmé de la pared para no caer. Sobé mi cabeza por el duro golpe y abrí los ojos buscando con quien debía disculparme.

—Ah…

 Era él.

—¡Sungmin! — Exclamé esbozando instintivamente una sonrisa, aunque rápidamente me retracté y bajé la cabeza— Di-Disculpa…
—N-No te preocupes— Me respondió con timidez, sobándose la cabeza— Yo no iba mirando por donde iba…

 Tratando de hacer un último esfuerzo evadí su rostro mirando incómodo a mi alrededor. Y vi el letrero del ascensor. El hotel estaba conformado por dos torres unidas por un vistoso puente. Hace unos minutos me encontraba en el primer piso del segundo edificio, ahora me encontraba en el piso 13 del primero. Mi cuerpo recién asimiló todo el recorrido que hizo y me sentí enormemente extenuado. Respiré erráticamente, mis neuronas empezaron a hacer sinapsis y evocaron recuerdos cercanos. El día que llegamos al hotel, entre la multitud me pareció ver a Sungmin entrar en el primer edificio. Inconscientemente, lo había estado buscando durante todo ese recorrido sin aparente sentido.

Me tomé nuevamente la cabeza y sentí las piernas débiles.

—¿T-Te sientes bien? —Se preocupó.
—Sí, no es nada— Contesté rápido para evitar que se acercara.
—Oh…— Bufó con embarazo.

 Su tono de voz me tentó de forma que no pude oponerme a mis instintos. Quité las manos de mi cabeza y lo observé detenidamente. Vestía una camiseta de manga larga azul pálido con parches de cuero sintético en los codos, unos pantalones negros ajustados y unas enormes botas de construcción, cuya inmensa fealdad era seguro directamente proporcional con la comodidad que entregaban. Tenía un espantoso sentido de la moda y así, en su forma de vestir casual, lucía como el ángel más hermoso de todo el coro divino. Y me hubiera dejado embobar de no seguir en su rostro esa mirada afligida e incómoda, que en ese momento habían sumado a su martirizador efecto unas casi imperceptibles ojeras y un notable enrojecimiento en sus ojos.

 “¿Qué le sucede? ¿Por qué esa mirada? ¿Por qué tiene la misma mirada que tengo yo? Quiero seguir este camino, quiero preguntarle, pero no puedo. No debo” Me repetía en la cabeza, enterrando las uñas en las palmas para evitar la tentación.

 Fue él quien interrumpió finalmente el incómodo silencio.

 —¿La… La has pasado bien? — Preguntó con un tono y sonrisa alegres obviamente forzados. Sus ojos fijos en el suelo, desamparados, lo delataban— Yo no he podido adaptarme mucho a este brusco cambio, hasta creo que es más fácil para mí soportar el internado que socializar con chicas— Rio nerviosamente— Ahora tengo algo de hambre y Hyukjae (El único simpatizante que tenía en su curso) me ha dicho que si quería podía ir con su grupo. Supuestamente, tiene unas amigas muy agradables que quiere presentarme y…
—¡No!

 Eso no, eso nunca.

—¿Ah? —Exclamó impresionado. Mi respiración aún agitada estaba lejos de acompasarse. Me acerqué un poco más a él.
—D-Digo, sí querías encontrarte con él en el bar, no podrás hallarlo porque…porque se fue con un grupo de compañeros y acompañantes justo antes de que yo me marchara— Mentí. La verdad es que al irme el tipo seguía ahí y con celular en mano parecía buscar a alguien entre la multitud.

 Yo no había decidido aún tomar su ruta o la otra, pero me negaba categóricamente a que él tuviera la oportunidad de escoger otras opciones, o específicamente una tan peligrosa como esa. No quería que existiera la oportunidad de que tuviera éxito haciendo lo que yo no pude, no quería que una chica lo alejara de mí, tampoco un chico amable como Hyukjae ni nadie. Era despreciable y egoísta limitarlo en pos de mi bienestar, sin embargo, era superior a mis fuerzas. En lo más profundo de mi ser, quería que Sungmin esperara hasta que me armara de valentía suficiente para admitir mis sentimientos por él, y mientras, mi débil y atrofiado exterior traducía esos deseos de forma defectuosa haciendo que una de mis manos se encerrara suave pero firme en uno de sus brazos.

—V-Ven a cenar conmigo… —Agregué, casi suplicante en un susurro.

 Rápidamente sentí mi rostro calentarse. Me estaba poniendo tan rojo como un tomate, y por primera vez en mi vida quise que Sungmin reaccionara de la misma forma. Para mi suerte, después de unos segundos de estupefacción, bajó el rostro con un leve rubor creciendo en sus mejillas. Parecía contrariado (“Igual que yo, ¿Por qué es igual?” Pensé) y tardó un poco en despegar los labios.

—Está bien— Accedió al fin con la voz igual de baja.

 Mi mano sujetándolo, descendió lentamente para atrapar la suya y de esa forma lo llevé hasta el ascensor. Bajamos así, sin decir nada y sin mirarnos, hasta llegar al primer piso. Al abrirse la puerta, nos soltamos y cruzamos el lobby, la entrada rodeada de cerezos y la calle. La tensión incómoda se iba convirtiendo a cada paso en otro tipo de tensión, la que yo definí al poner mi mano en su cintura mientras entrábamos en el restaurante. Su espalda dio un respingo y bajó el rostro para esconder otro sonrojo. Una pequeña descarga de placer azotó mi cabeza al presenciarlo. La guerra estaba terminando, era la batalla final y en cosas de minutos yo perdería ante él, y casi sin cordura ni orgullo, quería provocarlo tanto que cuando fuera hora de liquidarme, lo hiciera con tanta fuerza que yo no pudiera recordar lo vivido y lo que era antes de ser derrotado y gobernado por él.

 Aún con la mano en su cintura, lo guíe por entre las mesas directamente a un cubículo privado, donde nos recibieron con mucha hospitalidad. El restaurante, además de tener 5 estrellas, era uno de los negocios de un tío de Jonghyun, por lo que ya había ido un par de veces con los chicos los días anteriores y como amigos de un familiar del dueño, teníamos derecho a ir por nuestra cuenta las veces que se nos antojara y nos hacían la vista gorda si pedíamos alcohol (Igual que en el hotel, propiedad del bisabuelo de un compañero de Sungmin). Aprovechando el beneficio, con nuestro pedido solicité dos botellas de sake, las cuales me empeñé en vaciar con rapidez y para mi sorpresa, Sungmin también. Luego una tabla de sushi de primera calidad nos fue dejada con una ceremoniosidad digna de la realeza, lo cual nos abrumó un poco. Una vez solos en el cubículo, apenas hablamos, aunque no nos hizo falta, y agradecí que nuestra imprudencia fuera cubierta por esas cuatro paredes de bambú. De inicio a final tuve uno de mis brazos detrás de su espalda, mientras con la otra comía y bebía. A veces le daba de mi vaso un trago para luego tomarme lo que sobraba, y el por su parte, me daba de comer con sus palillos, los cuales lamía cuando yo los desocupaba. Si le decía algo, se lo susurraba pegando mis labios a su oído o a su cuello, y al responder, Sungmin apretaba mi muslo con su mano.

 De esta forma, al salir del lugar rato después y con el cielo nocturno encima, apenas podía caminar con normalidad por lo empalmado que estaba y, sin embargo, no quise terminar ahí.

 Le pedí que me acompañara al centro comercial que estaba a 3 calles para comprar un videojuego. Nos dimos varias vueltas por esa y las otras tiendas, mucho más centrado en acariciarlo y devorarlo con la mirada que en comprar alguna cosa, siendo muy positivo que a él parecía no molestarle en lo absoluto. Seguíamos susurrándonos a los oídos, nos tocábamos las manos y si lo veía observando algo, me acercaba por la espalda, le rodeaba el estómago con las manos y poniendo mi cabeza en su hombro para disimular, presionaba mi entrepierna contra su trasero. Era una locura. Por más que tratábamos de ser sutiles, con tal tensión sexual era obvio que no lo estábamos logrando, y yo me sentía como un mosquito yendo directo a un electrificador. Tan obvio, tan peligroso y tan pero tan tentador. Y estaba aterrado. Tiritaba de miedo y excitación combinada, porque quería a Sungmin para mí, lo deseaba en cuerpo y alma, quería volver a hacerme uno con él y quería comerme sus labios para succionar de su corazón todas esas cosas que me escondía, pero temía horriblemente a esas miradas juzgadoras que de repente nos sorprendían en flagrante manoseo indebido, temía a esa sociedad que nos dilapidaría por ser un par de mocosos ricos y maricas deshonrando tan espantosamente las tradiciones conservadoras de la clase acomodada surcoreana. Además, si me animaba a estar con Sungmin ¿A que nos llevaría? ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Podría soportar lo que vendría después? Todo eso me parecía peor que caer en las mismas llamas del infierno, no obstante, estando ahí, tocándolo, aspirando su aroma, mirando sus ojos incitantes, resistirme no era opción. Se sentía como estar en un camino que llevaba directo a un abismo, en el que detrás de mí había una pared que poco a poco me empujaba a él. Iba a caer sí o sí.

 Cuando finalmente regresamos al hotel, la lejanía e incomodidad volvió a invadirnos. Nos paramos uno frente al otro con las cabezas inclinadas, justo donde se separaban los caminos para entrar al lobby del primer y segundo edificio (Ah, ironía…).

 Bueno, aún estaba a tiempo para retractarme. Era bastante sencillo, debía dar media vuelta, irme por el camino de la derecha que llevaba a mi edificio y estaría haciendo lo correcto. Una vida moralmente correcta me esperaba ahí, podía salvarme aún.

Vamos, ¿Qué esperas? ¡Muévete! ¡Muévete!

 Y así no lograba dar un paso.

 Miré a Sungmin tratando de encontrar la respuesta, la señal o el encantamiento mágico que me permitiera dar la vuelta y caminar. Por un momento fue como ver un espejo, tenía la misma postura que yo: Cuerpo tieso, brazos pegados a los costados, puños y labios muy apretados. Parecía tan incapaz de moverse como yo, y pese a todo pronóstico, lo hizo. Lentamente, vi como movía sus pies para darse la vuelta.

 Bibidi babidi bú.

 Como un rayo, me aproximé a él, tomé bruscamente su mano y fui capaz de darme la vuelta y caminar hacia el segundo edificio con más energía de la que hubiese imaginado.

Bueno, el camino correcto y la decisión incorrecta, no he perdido del todo ¿Verdad?”

 Con la vista fija hacia adelante, lo arrastré por el lobby hasta el ascensor. Como un niño aburrido, apreté varias veces el botón del piso 13 y en cuanto la puerta fue cerrada, lo acorralé y me comí a besos su cuello mientras lo tocaba frenéticamente por todos lados.

—Ahh…

Sus suspiros no tardaron en llegar a mi oído y la falta de cordura me habría hecho desnudarlo ahí mismo si el ascensor no hubiese parado un segundo antes de que me decidiera.  Volvimos a correr. Metí con torpeza la tarjeta en mi puerta y entramos sin molestarnos en prender la luz. Bruscamente, tiré a Sungmin sobre la cama, poniéndome sobre él. Lo miré fijamente a los ojos y él se afirmó a mi espalda, sin embargo, la posición no me satisfacía. Quité sus brazos de mi espalda y le di la vuelta a su cuerpo. Puse mi bulto encendido en su trasero, se sentía bien, pero aún no era suficiente. Me subí a la cama y lo puse sobre mí. Nada. Volví a incorporarme, lo levanté tomando su mano y estampé su espalda contra la pared. Tampoco funcionaba, y el problema es que tenía claro que ni probando 1000 posiciones más me sentiría a gusto.

 Lo que más quería era besarlo, y ya no podía resistir más.

 Tomé firmemente su rostro haciéndole saltar de la impresión. La respiración se me aceleró a un nivel errático y no era capaz de siquiera levantar la cabeza. De seguro él me miraba como si yo fuera un loco ( Y con cuánta razón). Temblé como gelatina, apenas me sostenía sobre los pies, estaba preso del pánico nuevamente. La guerra ha terminado, he agotado todas mis municiones y bombas, mi batallón entero está muerto y yo estoy postrado en una trinchera, malherido, con las manos lívidas y temblorosas sosteniendo un rifle cargado con una bala, y Sungmin espera detrás de mí, apuntando, a ver si decido acabar yo con mi sufrimiento o si lo hace él ¿Qué diferencia hay? De una u otra forma, el disparo me llevará a un mismo destino y el tiro será tan radical que ya no habrá vuelta atrás, no podré ser el mismo de antes nunca más. Miro el rifle, lo muevo para colocar la punta en mi mentón, pongo el dedo sobre el gatillo y respiro hondo, soltando un gemido aterrorizado. Trato de mover el dedo y no puedo. Respiro rápido 3 veces y trato de hacerlo de nuevo apretando los dientes.

 “Quiero hacerlo, Sungmin. Ya he perdido contra ti y quiero ir por el camino incorrecto contigo, no hay nada más que quisiera hacer aunque tuviese 1000 caminos más para elegir, pero tengo mucho miedo ¿Cómo reaccionarán mis superiores? ¿Mis amigos, mi familia, mi padre y la sociedad? Si nos descubren, ¿Cómo explicaré semejante traición? Nos harán corte marcial, nos fusilarán delante de todos. Quiero correr ese riesgo si es contigo, Sungmin. Quiero jalar el gatillo, sin embargo, mis manos tiemblan tanto que no puedo controlarlas. Necesito que me ayudes, debes sujetar mis manos para que dejen de moverse y pueda disparar, y debes hacerme ver que quieres que lo haga, porque para empezar ni siquiera sé si quieres esto. Te arrastré a la fuerza a esta guerra y nunca me molesté en preguntarte si realmente querías pelear conmigo o si sólo te resignaste. Necesito saberlo, Sungmin.”

 Y como si él hubiera escuchado mis plegarias internas, tiró su arma, entró a mi trinchera y se puso en cuclillas frente a mí.

—¡Mm! — Un espasmo me poseyó al regresar abruptamente en mis cabales.

 Un tacto tibio y suave se sentía sobre mis manos. Elevé lentamente mi borrosa mirada. Tenía los ojos suavemente cerrados y el rostro le ardía mientras cariñosamente frotaba sus mejillas rojas en una de mis palmas. “Todo va a estar bien” Me dijeron sus ojos luminosos en cuanto se abrieron, haciendo que una cálida tranquilidad se inyectara en mis venas.

 Contienes mi temblor y pones tu dedo junto al mío en el gatillo. Significa que aceptas ¿Verdad?”



 Segundos después, quitó sus manos de las mías y las puso delicadamente en mis mejillas. Sus ojos se cerraron otra vez y sus labios formaron un corazón al estirarse. Nervioso, lo imité y comencé a acercarme.

 Dios, no sé besar, ojalá no sea tan malo como cuando perdimos la virginidad” Pensé sin poder evitarlo.

 Y finalmente mi derrota fue sellada.

 Con los labios exageradamente estirados, los ojos apretados y un contacto cerrado de labios, nos besamos por primera vez como si ambos tuviéramos 7 años.

 El contacto duró 10 segundos, los cuales sentí como tocar el paraíso. Si cierro los ojos y hago memoria, aún puedo recordar la humedad de sus labios sobre los míos y el placer sentido por mis terminaciones nerviosas; su nariz pegada a la mía con nuestras respiraciones chocando; Su pulgar izquierdo acariciando mi mejilla derecha y el calor que desprendían las suyas sobre mis manos; y sus largas pestañas haciendo sombra sobre sus mejillas cuando abrí los ojos por un segundo.

 Si aquello parecía demasiado mágico para ser verdad, el pequeño ¡Pic! que sonó cuando nuestros labios se despegaron fue lo suficientemente real para convencerme de que había ocurrido. Abrimos los ojos al mismo tiempo y retiramos lentamente nuestras manos, ambos estábamos rojos de pies a cabeza, y de todas formas nos negamos a escondernos. Nuestras miradas se entrelazaron chispeantes y nos sonreímos hasta que necesité nuevamente esos labios curvados sobre los míos, y esta vez, no pensé ni un segundo en detenerme. Me acerqué, lo arrinconé abrazándolo por la cintura y él se abalanzó hacia mí rodeándome el cuello. 



Le di un beso corto similar al primero, luego probé su labio superior, después el inferior. Sabían a sake, nada parecido al sabor que describen los libros que había leído, pero era igual de adictivo y asombroso. Extasiado, lo aprisioné más con mis brazos y torpemente lo besé una y otra vez. Sus manos a veces se pasean por mi cabello mientras tratamos de acordar un ritmo. Lo encontramos más rápido de lo que esperamos, nuestros labios se fundieron con una habilidad innata que por lo menos de mí no hubiese esperado y decidí aprovecharlo. No paramos hasta que nuestros pulmones nos suplicaron tregua.

 Recuerdo que su respiración estaba muy agitada, como si se hubiera aguantado más de lo que debería, pero con todo y eso, tenía una sonrisa que le era difícil de ocultar.

—Besas…muy bien…— Dijo finalmente, tratando de no dejarse vencer por la vergüenza mientras me miraba.
—Me agrada saber… que puedo ser bueno en algo desde el principio— Contesté todavía agitado, soltando ambos una pequeña risa.
—Sin duda creo… que esta será tu especialidad… de ahora en adelante— Agregó poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja justo antes de que volviera a besarlo.

 Y la conversación acabó. Él volvió a abrazarse a mí y esta vez, sin ganas de quedarnos en ese lugar, le hice amarrar sus piernas a mis caderas. Lo tendí en la cama y me puse sobre él sin apartar mis labios de los suyos. Puede que fuera media hora o más el tiempo que nos estuvimos besando apenas parando para respirar, el asunto es que fue absolutamente educativo. Abriendo en un principio tímidamente la boca, aprendimos a jugar con nuestras lenguas y a conocer de una forma irrealmente exquisita otra parte de nosotros mismos. Nuestros labios encajaban de una forma tan perfecta que ni la excitación volviéndonos locos fue capaz de separarme de él por más de un segundo. Nos quitábamos la ropa con una torpeza y brusquedad que no habíamos visto hace mucho tiempo, tanto por la urgencia de volver a besarnos como por la inusual atmósfera a nuestro alrededor. Era extraño, ya nada en nuestros movimientos, nuestras miradas y nuestras respiraciones parecía igual a las incontables veces que habíamos tenido sexo. Algo había cambiado en nosotros, algo que volvía todo movimiento más intenso, más sincero. Parecía que teníamos que volver a conocernos y es exactamente lo que hicimos. Cogimos 3 veces esa noche y cada una de ellas fue tan lenta, concienzuda y explosiva que si me descuidaba sentía que en cualquier momento tanto placer y paz me matarían. Penetrarlo me hacía dar vueltas la cabeza, sentirlo tan apasionando aferrándose a mí era un deleite visual, y sus labios…carajo, yo no podía quitar la sensación del primer beso de mi boca y necesitaba experimentarla una y otra vez. En ocasiones estaba tan embobado besándolo que ni siquiera podía recordar que estábamos haciendo, en donde estaba o qué diablos era yo.

—K-Kyu…hyun…—Susurró él en uno de esos letargos, con la respiración agitada y tratando de apartar mi boca lo suficiente para hablar.
—¿Q-Qué pasa? —Pregunté yo por inercia, medio atontado.
—N-No…te estás moviendo— Respondió con una sonrisa boba.
—Oh— Reaccioné yo, volviendo a embestirlo suavemente— Lo-Lo siento…
—No te preocupes— Finalizaba él, con otra mueca boba. No parecía más lúcido de lo que yo estaba.

 Y entonces volvíamos a besarnos, flotando sobre las nubes.



 Terminamos ya entrada la madrugada y completamente agotados, nos quedamos dormidos al instante, pero no sin que antes yo me acomodase lo suficientemente cerca para dormir con sus labios pegados a los míos.

 Al día siguiente, desperté al mediodía con él enredado a mí, su cabeza apoyada en mi pecho y sus caricias sobre mi brazo expuesto. Cuando me estiré para desperezarme, él se incorporó bruscamente y me miró con ojos asustados. No tardé más de un par de segundos en entender qué estaba pensado.

Quizás él se haya arrepentido de lo que pasó anoche

 Rápidamente me acerqué a él y le demostré que no era así con un largo beso. Sus brazos se destensaron al instante y lo atraje para que se pusiera encima de mi cuerpo. Dejé sus labios y besé sus mejillas, el acomodó sus piernas a mis lados. Me sentí tentado a acariciar su trasero y lo hice; él se tentó con mis labios y me besó otra vez dejando caer todo su peso sobre mí.

 Todo era perfecto.

—Ahh, estoy exhausto. Mi cuerpo está pesadísimo— Bufó pocos segundos después, dejando caer su rostro al lado de mi cabeza.
—Yo también estoy hecho polvo. Necesitamos algo de energía— Sugerí con voz suave sobre su oído. Luego extendí el brazo hacia el teléfono en el velador de junto y marqué el número de la recepción. Él levantó la cabeza— Buenas tardes, soy Cho Kyuhyun de la habitación n°137 y quisiera servicio a la habitación… sí… quiero 2 platos de tonkatsu con muchas verduras, una porción de takoyaki, otra de tempura, una botella de su mejor vino con dos copas y… 2…4 bebidas energéticas.

 Al pronunciar lo último lo miré deseoso y le guiñé un ojo, él escondió su rostro avergonzado, aunque con una gran sonrisa.

—¿Podría traerlo todo en 45 minutos? Sí… exacto. Muchas gracias.

 Y dicho esto tiré el teléfono y volteando mi cuerpo, me puse encima de él y lo besé tal como había aprendido esa misma madrugada. No duró mucho tiempo. Casi en seguida nos fuimos al baño y juguetonamente empezamos a asearnos. Nos lavamos manos, caras y dientes en un ambiente muy grato, hasta que el me echó del cuarto porque no quería que lo viera hacer sus necesidades (“No otra vez” Dijo). Luego de un buen rato, con las mejillas rosadas me dejó entrar otra vez, yo me reí y nos bañamos juntos. Bajo el agua golpeándonos volvimos a hacerlo a pesar de la fatiga. Lo tomé en brazos apegándolo a la pared y para no marearme lo penetré con una tortuosa y embriagadora lentitud. El sonido de nuestros labios chocando sonó con la misma intensidad y agudeza que las gotas golpeando el suelo.

 La comida llegó exactamente en 45 minutos. En bata y secándome el cabello salí a recibirla. Dos botones dejaron todo en el pequeño comedor que había en la suite, firmé la cuenta, les di propina y luego se marcharon. Sungmin llegó unos segundos después en su bata y nos sentamos uno frente al otro. Estábamos dispuesto a comer como los señoritos adinerados que éramos, pero de repente su mirada juguetona y cómplice se conectó con la mía y supe entonces que teníamos la misma idea. Me levanté de mi asiento, tomé un par de platos y seguido por él los llevamos a la enorme cama donde habíamos dormido.

 Y ahí, en un hotel de 5 estrellas en Hokkaido con un día precioso y un montón de actividades fascinantes a la vista, nos quedamos todo el día en esa cama comiendo, viendo películas, cogiendo, besándonos y riendo, riéndonos a carcajadas. Por la más mínima cosa graciosa, nos reíamos hasta que se nos salían las lágrimas y el estómago nos dolía. Había pasado mucho tiempo, mucho en verdad, desde que me había sentido tan pleno y feliz. Quería con todo mi corazón estar ahí para siempre con él, que nadie nos molestara nunca más, que sólo los botones sin rostro y sin boca nos fueran a alimentar, y envejecer en ese cuarto de hotel, sin la intromisión de nadie, sin los pensamientos y ordenes de nadie.

 No obstante, eso era demasiado pedir para la realidad.   

 En un momento de la tarde, Changmin fue a visitarme mientras Sungmin y yo estábamos por enésima vez en ese día perdidos en los brazos del otro. Con las mentes atontadas y los cuerpos eufóricos por las bebidas energizantes, arremetíamos lento y rudo contra el otro. Las sábanas estaban empapadas de sudor, de sudor y mi esencia que goteaba de la entrada de Sungmin cada vez que yo me hundía en él. Si lo pienso ahora era algo desagradable, sin embargo, no nos importaba, estábamos satisfechos y por ello no reparábamos en nada, ni condones, papel higiénico o cualquier cosa. Claro hasta que sentimos los ruidos tras la puerta.

—¡Kyuhyun! ¡Soy Changmin! ¿Estás ahí?

 Paramos en seco. Nos miramos y dejamos pasar unos segundos en completo silencio. Finalmente hice una mueca y seguí embistiéndolo.

—Dejemos que insista, se irá— Susurré sobre sus labios antes de besarlos. Sin mayor objeción, Sungmin lo aceptó y volvió a abrazarse a mí.
—¡Kyuhyun! ¡No seas payaso y ábreme! Pregunté en la recepción. Sé que pediste servicio a la habitación hace un rato y que no hay registros de que hayas salido del hotel.
—Rayos— Mascullé parando otra vez. Levanté la cabeza y exclamé impaciente: —¡Estoy muy ocupado ahora! ¡Largo!
—No me grites de esa manera. Sólo me preocupo por ti, estúpido—Bufó con tono indignado— Ayer te fuiste del bar como si estuvieses teniendo una crisis psicótica y no nos has dados señales de vida desde entonces.
—¡No hay nada de qué preocuparse! ¡Estoy perfectamente bien! ¡Ahora vete por favor! —Grité con un tono más amigable. Al mismo tiempo, le di una profunda embestida a Sungmin que le hizo tener que poner una mano en su boca y otra bien aferrada a mi espalda para poder contener un largo gemido.
—¿Por qué tanta necesidad de privacidad? ¿Acaso estás con alguien? —Inquirió Changmin con agudeza. No quería decírselo, pero quizás haciéndolo me dejaría en paz.
—Sí, estoy con alguien— Admití bajando la voz. Miré a Sungmin, sus mejillas estaban rojas y brillantes por el esfuerzo. Se veía tan sexy que no pude evitar besarlo.
—Haberlo dicho antes, Kyuhyun. Aoi-chan se enfadó mucho ayer porque la dejaste plantada— Siguió hablando risueño, y sin prestarle mayor atención, seguí besando a Sungmin. Colé mi lengua por toda su boca y él acarició mi trasero. Estuvimos a punto de reírnos por eso cuando, entre palabras, Changmin agregó: —¿O acaso Sungmin se va a poner celoso si te coges a otro culo aparte del suyo?

 Mis puños se endurecieron en cosa de un segundo. Sabía perfectamente que Changmin no tenía culpa, no sabía que Sungmin estaba ahí y tampoco tenía intenciones que fueran más allá de bromear un poco, pero en ese instante, en que Sungmin estaba pegado a mí -literalmente-, con su rostro fijo en el mío y sin que ninguna emoción suya pudiera escapar de mi vista, deseaba matar a mi amigo como nunca antes lo deseé. Apelando a mi buen humor, decidí respirar y tratar de calmarme.

—Ya te he dicho que no me gustan esas bromas sobre Sungmin— Mascullé apenas sereno.

 Más él no fue capaz de entender mis señales.

—Ahí estás de nuevo poniéndote serio por tan poco. No sé por qué lo defiendes tanto— Acotó con una risita que me pareció insoportable— Y acerca de eso ¿Sabes lo que oí? Unos sujetos de su curso andan rumoreando que ayer en la noche lo vieron corriendo de la mano con un tipo. Ni fuera del internado se le corrige lo invertido.
—¡PUES SI QUIERES CREER LAS ESTUPIDECES QUE DICEN ESOS RETRASADOS, VE Y HÁBLALAS CON ELLOS, PERO YA TE HE DICHO QUE DELANTE DE MÍ NO LO INSULTES! —Grité embravecido. El cuerpo de Sungmin se tensaba bajo mi tacto, pero yo no era capaz de controlarme—¡ESTOY HARTO DE REPETÍRTELO! ¡SI VUELVES A INSULTARLO JURO QUE VOY A GOLPEARTE! ¡ASÍ QUE MEJOR VETE Y DÉJAME EN PAZ!

 Ni con toda la vociferación mi rabia se apaciguó, estuve a punto de levantarme y encararlo. Por suerte, Sungmin se aferró a mí con más fuerza y a punta de besos trajo de vuelta mi cordura. Lo miré afligido por no poder evitar que cosas así pasaran incluso cuando yo estaba presente, sin embargo, lejos de parecer tristes, sus ojos brillaron con un cariño que caldeó mi corazón. “No pasa nada” Decían.

 Mientras tanto, Changmin permaneció en silencio por varios segundos. Seguro estaba impactado por tal repentina explosión de ira y temía de lo que pudiese ocurrir si decía algo más. De repente, me sentí aterrado ante todas las dudas y pensamientos que debían estar atravesando su cabeza.

 Finalmente, soltó un largo suspiro.

—Ok, lo-lo siento— Concedió con una mezcla de extrañeza e ironía en su voz— Te dejaré solo.

 Y lo hizo.

 Suspiré aliviado de que, al menos por el momento, todo terminara. Me dejé caer sobre Sungmin, quien me acarició la espalda y besó mis hombros con ternura. Después de un rato, volví a incorporarme, lo miré y regresamos a lo nuestro, como si nada hubiese pasado.

 Toda la tarde, él se entregó a mí con admirable docilidad y entusiasmo, y yo me entregué a él. Nadie volvió a molestarnos y su cuerpo brillante de sudor reflejando el cielo pasando de amarillos y naranjas a violetas y azules, fue la única manera en que me enteré de que el día se había ido. Todo ese tiempo estuvimos bajo un místico y cómodo silencio. Las palabras no hacían falta ya, no cuando todas las formas que habíamos encontrado de redescubrirnos trasmitían perfectamente lo que queríamos decir.

 El siguiente y último día, también nos quedamos juntos. Nos levantamos temprano y fuimos a la piscina temperada del primer piso. En completa soledad, nadamos de esquina a esquina, nos besamos y relajamos. Él trató de enseñarme algunas piruetas, no obstante, por más que lo intentaba lo único que conseguía era caer al agua de forma fea y estruendosa. Un par de horas después nos devolvimos a mi habitación, pedimos algo de comer y tras acabarlo, dormimos hasta entrada la tarde. Ya era hora de preparar nuestras cosas para irnos. Incómodos por despedirnos así como así, decidimos hacerlo una vez más. Me tomé mi tiempo para recorrer mis labios por todo su cuerpo, quería recordar su sabor, textura y aroma todo el verano, llenar mi mente de mis momentos con él en esos días, sobre todo aquellos. Fue un sexo tan dulce y maravilloso que en cuanto me salí de él, paradójicamente sentí un vacío enorme en mi interior y un arduo deseo por amarrarlo y no dejarlo ir.

Vivamos aquí, te lo suplico, quedémonos aquí para siempre sólo nosotros dos.”

 Mis ojos trasmitieron ese pensamiento con tal intensidad que pareció entenderlo, más su respuesta fue una hermosa sonrisa, una que a pesar de sorprenderme, me devolvió la calma.

 Nos vestimos pausadamente después de eso. Llamé al servicio de cuarto para que prepararan mis cosas y mientras esperaba llevé a Sungmin a la puerta. Todavía sonriendo, me abrazó y juntó nuestras frentes cariñosamente. Después tomé una de sus pequeñas manos y la besé con anhelo, la que luego puso en mi nuca para atraerme e iniciar un largo y profundo beso. La sensación sublime de nuestras lenguas luchando me hizo sentir tan ligero como una pluma. Dios, como iba a extrañar esa boca, y me encontraba tan inmerso besándola que no fue hasta separarnos que sentí su mano en el bolsillo de mi chaqueta. Antes de que pudiese mostrarle mi extrañeza, me sonrió una vez más, esta vez con las mejillas rojas, me susurró un adiós y se fue con paso tranquilo. Lo seguí con la mirada y una vez lo perdí de vista, revisé mi bolsillo. Detrás de un folleto del restaurante de sushi al que fuimos, había escrito con letra grande y bonita un número de teléfono. Me tapé la boca para reír, luego suspiré. Mi pecho se sentía ligero y mi cuerpo lleno de felicidad. Ni que Changmin hubiera aparecido otra vez para decirme que sabía de lo mío con Sungmin habría cambiado eso. Incluso traté de ser lógico y mirar al pasado, pensar en todo lo que sufrí y lo que atravesó mi mente en el proceso. Era inútil. Nada de aquello hacía efecto en el desproporcionado sentimiento que crecía en mi interior y en la intensa dicha que me provocaba.

 Los botones que había llamado llegaron.

—¿Usted es Cho Kyuhyun, señor? —Preguntó uno de ellos.
—Sí, muchas gracias— Contesté con una sonrisa.

 Miré una última vez hacia el pasillo y finalmente entré.

 Sí, el disparo había sido fulminante. Yo ya no era el mismo y nunca más podría volver atrás.

Continuará…







miércoles, 21 de noviembre de 2018

El acuerdo [05/10]





A la mañana siguiente el mal sabor del primer aviso perduró en mi boca, por lo que decidí hacer algo. Bueno, ya sabía que evitar no me servía, de lo contrario no habría llegado a ese punto con él, así que creí que mi mejor opción sería enfrentar y dominar. Exponerme abiertamente a los encantos de Sungmin, recibir el impacto, acostumbrarme a él y finalmente manejarlo con el conocimiento de a qué me estoy enfrentando. Y como yo no estaba entendiendo en realidad lo que me pasaba con Sungmin, no aceptaba ni dimensionaba el sentimiento cálido, profundo y gigantesco que él provocaba en mi interior, exponerme fue igual o peor que evitarlo. Sin embargo, en mi defensa puedo decir que la pasamos bien antes de volver a mis tormentosos delirios.

 Dicho y hecho, terminamos la práctica. Con más ansias de las que queríamos mostrar, en nuestros próximos encuentros probamos nuevas posiciones y formas de estimularnos. Conocimos las maravillas del sexo oral, de apretarnos rudo en medio del acto, de dibujarnos sobre la piel con chupones, de oírnos jadear por la dicha que nos causaba estar conectados de esa manera y de lo humano que el sexo desenfrenado se volvía cuando nuestras miradas y dedos se entrelazaban como si siempre se hubieran estado buscando.



  En poco tiempo, el presentimiento de Sungmin se hizo realidad y al desarrollar una destreza, el sexo pasó de simplemente bueno a simplemente fabuloso.

 Y gracias a esos días tan intensos, sucedieron 2 cosas que desembocaron en nuestro acercamiento y mi inminente perdición:

1.- Me aprendí de memoria cada detalle del cuerpo desnudo de Sungmin. No por verlo cada noche, sino porque voluntariamente lo estudié con fascinación, a un nivel casi obsesivo, porque yo era el único en el mundo que tenía ese derecho. Yo y nadie más sabía que a pesar de que el color de su piel oscilaba entre la leche y el rosa, sus pezones eran oscuros, pequeños y apretados, como dos botones que si presionabas lo conducían a la locura. Nadie sabía que en realidad él no se depilaba para parecer más atractivo, sino que naturalmente tenía poco vello. No obstante, tenía un sutil camino de pelitos bajo el ombligo que llevaba directo a los genitales, los cuales eran cubiertos por firmes rizos, suaves como el terciopelo y oscuros como la noche. Refugiado bajo ellos, estaba su pene rosado, de un tierno grosor y unos 10 centímetros de largo cuando dormía, 15 cuando lo despertaba con mis caricias, entonces se tornaba duro como una roca, la sangre hervía justo debajo de la delicada piel y transformaba en ambrosía lo que salía de la punta. Más abajo, sus testículos eran aún más rosados, dos esferas lampiñas y casi idénticas, daba gusto mirar la simetría con la que colgaban una al lado de la otra, y si eso no era suficiente encanto, el lunar en forma de amorfo corazón en el muslo derecho de su entrepierna era el añadido perfecto. Por otro lado -literalmente-, la firmeza y exquisitez de ese trasero que siempre llamaba la atención de todos quienes lo veían pasar, sólo yo la conocía a ciencia cierta. Mis manos eran las únicas que habían comprobado lo blandas y suaves que eran aquellas nalgas. Parecían dos malvaviscos, daban ganas de moldearlos, apretarlos y morderlos, y no siempre podía resistirme a complacer ese deseo. Y finalmente, era yo nada más quien habían visto a milímetros de distancia cada parte de su cuerpo, era yo quien podía contemplar cuanto quisiera el perfecto diseño de su rostro, yo quien podía ver esa cicatriz que se hizo cuando niño en el talón izquierdo, yo quien podía notar que su dedo medio del pie derecho era casi imperceptiblemente más pequeño que los demás. Yo y nadie más ahí o en cualquier parte del universo.

2.- Con los beneficios de nuestros placenteros encuentros nocturnos, vinieron los efectos que habíamos buscado. El estrés asfixiante había desaparecido, dormíamos bien, no teníamos dolores corporales, malhumor e incluso nuestras pieles lucían mejor que nunca. En resumen, estábamos saludables y tan satisfechos como se podía estar en un lugar así, pero lamentablemente, esa clase de bienestar no era algo que se lograba con productos de belleza o drogas, era evidente que algo pasaba, y pronto los “antis” de Sungmin y los chismosos en general comenzaron a hacer un hervidero a costas nuestras. Los primeros en actuar fueron los pervertidos que detestaban y deseaban a Sungmin a partes iguales, porque al ver la despampanante belleza que él desprendía, de alguna forma se vieron más incitados a acosarlo. Yo no solía encontrármelo con frecuencia en los pasillos del internado, sin embargo, uno de esos días el destino nos hizo tropezar en un mismo lugar y me permitió ver aquel espantoso espectáculo.  Sungmin caminaba a paso firme, con la espalda recta, moviendo los brazos al ritmo de sus piernas y con ningún gesto en su rostro que delatara alguna emoción, excepto sus ojos. Había una terrible sensación de incomodidad en su brillo, pues si bien nadie le atacaba físicamente, las miradas que se iban posando en su piel a medida que avanzaba se sentían seguro como ser manoseado por decenas de garras hostiles. Después de ver a Sungmin pasar ante mis ojos, puse mi vista en los espectadores. Ya no eran como un grupo de obreros mirando a una mujer bonita transitando cerca de ellos, era como un grupo de pedófilos admirando a un niño secuestrado desnudarse ante ellos. Infinitamente asqueroso, y peor, no era lo único. Como había dicho, los chismes aparecieron, y gracias a ello mi nombre se hizo conocido por todo el instituto. Existían distintas versiones. Unas decían que los encantos de Sungmin me habían atrapado, que ahora estaba bajo sus chantajes y sería el próximo expulsado. Otros decían que mi aspecto de retraído era una fachada y que en realidad estaba igual de enfermo que él, razón por la cual habíamos durado tanto juntos. También se decía que estaba enamorado de Sungmin y que actuaba como su perrito faldero por iniciativa propia, que incluso yo había sido quien robó a Jo Kwon. Por suerte ese último rumor no proliferó más que los otros, no obstante, eso no me libró del aprieto. Todos los ojos se posaron sobre mí, y como si les conociera, ciertos osados se atrevieron a decirme cosas cuando me veían en los pasillos.

“Hey, ¿Su trasero es tan delicioso como parece?”

“¿Qué se siente cogerse a ese psicópata pervertido? ¿No se te ha caído el pito aún?”

“Con qué te ha chantajeado a ti también ¿Eh? ¿Y vale la pena? Porque si es así, invítenme”

 Oírlos me enfurecía al punto de herirme las palmas con las uñas, y no era por mí, de mí podían decir lo que quisieran, pero se estaban metiendo con Sungmin. Las horribles cosas que le decían, las asquerosas miradas y gestos, el constante ambiente hostil a su alrededor, lo lastimaban, le arruinaban el día a día, y él no tenía como defenderse. No podía usar sus habilidades marciales, y de por sí Sungmin practicaba aquel deporte para bajar los niveles de estrés, no por canalizar su violencia, no era agresivo, al contrario, era muy sereno y afable, para toda situación buscaba salida con las palabras. Era esa clase de persona que en una versión cuerda de este universo caería bien a todos y tendría a sus pies a hombres y mujeres por igual, pero en esta versión cruda y real no había ni el más mínimo residuo de sentido común, ahí todos eran poseídos por sus instintos más básicos y bestiales. Yo los comprendía, sin embargo, no podía excusarlos y permitirles actuar así, no cuando se metía con Sungmin, con mi Sungmin, menos después de todos mis maricas desvaríos de cuidarlo y hacerlo feliz. Al menos tenía que intentar algo, y cuando por fin perdí el último átomo de paciencia que me quedaba y mis uñas habían calado en los huesos de mis manos, simplemente lo hice. Ese día ellos hallaron una gran oportunidad para fastidiarnos, pues desde que habían empezado los rumores, esa era la segunda vez que Sungmin y yo volvimos a coincidir en el pasillo, con la diferencia de que esta vez no había ningún vigilante cerca pero sí muchos estudiantes saliendo de clases, y el botón de mi descontrol era bastante tentador como para que uno de ellos no quisiera presionarlo.

—Ehhhh, miren quienes se han encontrado— Escupió aquel. Mi ceño se frunció de inmediato y traté de seguir caminando, pero él me detuvo con su presencia— ¿Saben? Escuché que el club de taxidermia está haciendo actividades al aire libre y su salón están vacío ¿Por qué no van a revolcarse? Seguro las cosas que tienen ahí no son muy diferentes de las que a él le gusta meterte ¿No, Kyuhyun?

 Suficiente.

 Sin necesitar una segunda provocación, lo agarré del cuello de la camisa y lo arrastré hasta estamparlo duramente contra la pared. Un murmullo de impresión se oyó alrededor y todos permanecieron estáticos. Por su lado, el sujeto me miraba atónito y la expresión furiosa en mi rostro era agravada con una errática respiración ¡Dios, cuanto quería matarlo a golpes! Pero no podía dejar solo a Sungmin ahí el resto del año, así que me calmé y pensé otra cosa. Al conseguir algo, sonreí de lado y fulminé al sujeto con malicia.

—¿Quieres que te cuente algo? — Inicié soltándolo con una mano y dándole una pequeña palmadita en la mejilla con una falsa intención de amistad— Desde hace rato los oía a todos ustedes hablarme en el pasillo, susurrándome cosas, y debo admitir que hasta ahora nadie atrajo mi atención, pero tú, tú sin duda has logrado dar justo en el blanco y ya no puedo resistirme, así que me rindo ¿Quieres hablar? ¡Pues vamos a hablar! ¿De qué hablamos? ¿Qué tal de ti? Sí, sí, ese es un buen plan, porque tengo muchas dudas acerca de ti y tu familia por cosas que me han dicho mis amigos ¿Por qué no me hablas de tus sesiones de sexo oral con el profesor de biología en el laboratorio del sexto piso?

 El chico abrió los ojos tanto como pudo y su rostro se llenó de horror mientras alrededor el murmullo de asombro fue notablemente más ruidoso que el primero.

—¿Hay buena luz y ventilación para hacerlo? Algo así debe tener porque no es muy discreto— Agregué fingiendo una risotada. En seguida, volví a mirarlo— ¿No quieres hablar de eso? Bueno, ¿Qué tal si hablamos de tu padre cuando le propuso un negocio de lavado de dinero al padre de Lee Taemin? ¡Oh, espera! Eso era ultra secreto, pe-pero tu querías hablar ¿O no? ¿O ya no tienes ganas de hablar conmigo? ¡Anda, dime!

 El sujeto, totalmente paralizado, ni siquiera parpadeó para responderme. Al notarlo, sonreí de nuevo y volteé el rostro hacia los espectadores.

—¡Bueno, él ya no quiere hablar! ¿Por qué ustedes no aprovechan la oportunidad? — Al oír esto varios retrocedieron, pero yo, totalmente poseído, no tuve clemencia y apunté a uno— ¡Tú! ¿Por qué no nos cuentas de cómo tu familia está desviando fondos del consorcio que tienen junto a los padres de esos 3? 
—¿Eh? — Los aludidos de inmediato giraron sus miradas hacia el otro, quien se puso blanco como el papel y retrocedió aún más.
—¡Y tú!— Apunté a otro— Por favor, me muero por saber cómo tu hermana se libró de ese embarazo no deseado que consiguió en ese club de sexo al que iba regularmente en Taiwan ¿Fue con la ayuda divina? Porque no creo que se haya hecho un aborto ¿Verdad? Tus padres son fervientes opus dei y tu padre gestiona el actuar de dicha institución en nuestro país. Que él hiciera abortar a su hija sería un escándalo que sin duda arruinaría a tu familia, aunque claro, siempre se puede ir a una clínica y decir que tiene Apendicitis ¿Verdad? —Dicho esto, le guiñé el ojo.

 El lugar quedó bajo un silencio sepulcral, yo fingí sorpresa.

—¿Eh? ¿Nadie quiere hablar ahora? ¡A-Ah! Es porque no son asuntos de mi importancia ¿Verdad? —Soltando del todo al primer tipo, me di vuelta y golpeé mi cabeza fingiendo culpa— ¡Lo siento mucho! Mis amigos son tan chismosos, y aún más los suyos que no saben guardar secretos ¿No es cierto? —Varios chicos se miraron entre ellos— ¡Pero tranquilos! Yo entiendo eso de que haya gente difamándote gratuitamente y metiéndose donde no les llaman, respeto mucho que no lo quieran. No hablaré con ustedes de eso nunca más, ni con ustedes ni con los que no mencioné, sin embargo, deben dejar de hablarnos a mí y a Sungmin, porque si no quieren conversar de cosas que nadie quiere saber ¿Por qué se acercan a hablarnos? Creo que para eso debe existir cercanía previa y todos nosotros no somos muy amigos aún ¿No es verdad?

 Mi risotada se dejó oír por todo el pasillo. De repente, fuertes pisadas de botas se oyeron a lo lejos. Un vigilante venía. Sin desperdiciar tiempo, me acerqué a Sungmin, tomé su brazo y lo hice caminar conmigo entre la gente que se abría ante nosotros. Una vez libres, di vuelta la cabeza y borré mi falsa sonrisa.

—Espero que haya quedado muy claro— Finalicé con tono sombrío. Nos largamos al segundo después en medio del sostenido silencio.

 Caminamos rápido y sin detenernos por varios pasillos y escaleras sin decir una palabra. Para cuando nos detuvimos, estábamos en el quinto piso del edificio B. Ahí se solían hacer los cursos de manualidades y economía doméstica, un chiste que se contaba solo para la mayoría de los alumnos, por tanto, el flujo de gente era bastante reducido y a esa hora los únicos que pasaban por ahí de tanto en tanto eran los guardias, así que no tuvimos necesidad de seguir andando, y qué suerte, porque apenas solté el brazo de Sungmin, todo el coraje, el sadismo y la adrenalina del momento recién vivido se desprendieron de mí, dejándome sin fuerzas para mantenerme de pie. Me apoyé en uno de los muros, y soltando un suspiro de alivio infinito, poco a poco fui cayendo al suelo.

—Diablos, ¿Qué fue eso? — Bufé apretando los ojos y sosteniéndome el pecho con una mano, creyendo que en cualquier momento me daría un infarto por el shock.

 Sungmin pareció no moverse por un largo rato y no quise abrir los ojos para corroborarlo. No importaba si nos salvé de esos cretinos, había quedado como un maldito lunático ante sus ojos, y creí que en cualquier momento se marcharía aterrado, cuando de repente sentí su cuerpo tumbarse al lado mío, entrelazando nuestros brazos y depositando su cabeza en mi hombro. Sorprendido, me erguí ligeramente para mirarlo. Sus ojos estaban suavemente cerrados y toda su cara estaba encendida.

—Gracias…—Susurró muy bajito, y yo volví a desplomarme, cerrando los ojos, poniendo mi rostro igual de rojo sobre su cabeza y negándome a pensar en cualquier cosa.

 Unos 10 minutos después, volví a la realidad.

—Sungmin, tengo que ir a clase de filosofía, ¿Podrías ayudarme a ponerme de pie?

 Esa noche, cuando ambos nos encontrábamos en el dormitorio, él me miró desde su escritorio y preguntó tímidamente qué videojuego estaba jugando.

 Los rumores siguieron, sobre todo los nuevos que trataban sobre mí por aquel enfrentamiento, y sería por eso o porque el chico de la estafa fue expulsado luego de que yo abriera la boca, que nadie volvió a hacernos gestos o a decirnos cosas por los pasillos. En mi mesa de almuerzo el tema nunca apareció, incluso ellos temían que si me decían una palabra no les iría bien.

 Y gracias a esa tranquilidad a nuestro alrededor y a nuestra creciente intriga por el otro, y a pesar de las alertas que me enviaba mi mente, volvimos a acercarnos como la primera vez.

 Suceden muchas cosas tan fascinantes como tortuosas mientras nos reconocemos. Por ejemplo, volvemos a las tímidas conversaciones durante el día, y agregamos algunas más profundas en la noche después del sexo. Aprendemos muchas cosas uno del otro, de nuestras formas de pensar y nuestras posturas hacia ciertos temas. Me encanto sabiendo que él también cree que Kim Youngmin es el más grande bufón de la historia y que si hubiera sido posible Platón habría revivido únicamente para matarlo apenas fue dado a luz.

—Igual, puede que de existir en un mismo periodo se hubieran agradado, ambos eran igual de clasistas— Planteé yo una noche.
—¡Por favor! — Se indignó él con un aire divertido— Aún con eso, Platón desarrolló la primera teoría de la educación que es la base del sistema educacional actual en todo el mundo, Youngmin en cambio era un zoquete con dinero y mucho tiempo libre.
—Ah, buen punto— Le concedí entre risas.

 La incomodidad, la vergüenza y el pudor se perdieron rápidamente en el pasado, de modo que a veces nos quedábamos dormidos en una cama y no nos molestábamos en abrumarnos a la mañana siguiente. Hasta llegamos a hacerlo voluntariamente, acurrucándonos, abrazando tiernamente al otro como los niños precoces que éramos mientras participábamos de ese turbio juego de adultos. 



También, empezamos a olvidar que teníamos sexo sólo por expulsar el estrés, y de hacerlo una o dos veces a la semana, nos buscábamos cada vez que lo deseábamos, y yo a él en ese punto lo deseaba descontroladamente. Después de tiempo ignorando campalmente miles de advertencias de peligro por parte de mi cuerpo, recién me hice a la idea de que mi plan de “Enfrentar y manejar” no estaba funcionando un sábado por la mañana, cuando sabiendo que en cualquier momento vendría un supervisor para la revisión mensual de habitación, tenté a Sungmin para tener sexo. Conocía perfectamente sus puntos sensibles y cómo debía estimularlos, su resistencia no duró mucho tiempo.

—¡Ah! No… no… Debemos para- ¡Ah, Kyuhyun!

 Con las sedosas sábanas de mi cama tapándonos hasta los hombros, un estupendo sexo matutino era aliñado con la dosis perfecta de adrenalina por el miedo de ser atrapados infraganti. Si no estaba besando su cuello -esta vez sin dejar marcas- dejaba escapar todos mis jadeos sobre él, mientras Sungmin, preocupado gimiendo para que termináramos, se aferraba con más fuerza a mi cuerpo. Era la contradicción más bella que había visto en mi vida y por tal me hacía más difícil volver a mis cabales y obedecerle.

—Un poco más… nada más un poco… un poco…

Le suplicaba embistiéndolo profundamente, y así, él no dejaba de repetir lo mismo. En realidad, no nos poníamos atención, gemíamos dichas palabras para sentirnos mejor con nosotros mismos por no querer parar.

—¡Aaaah! …No… Kyuhyun… sigamos despu-¡Ah! —Continuó insistiendo.
—No puedo… por favor…necesito más…— Volví a pedir, esta vez con mi nariz pegada a la suya.

 Él abrió los ojos, los que en un principio brillaban por la excitación y el terror combinados, pero al segundo parecieron hipnotizados. Habría reparado en ello si yo mismo no me hubiera sentido repentinamente embobado.

—Por favor…

 Fue lo último que alcanzó a susurrar y que yo asimilé al menos por un rato. Percibí una feroz atracción hacia su rostro y aún mayor de una parte específica. Busqué con la mirada hasta dar con sus labios. Eran ellos que llamaban a los míos. Ese potente y desesperado deseo de besarlo de hace tiempo y que yo había reprimido a buena hora en otras ocasiones aparecía de nuevo, y esta vez me encontraba terriblemente vulnerable. Enterrado en Sungmin, enredado a él, contemplando su hermoso rostro, no podía reprimir mis deseos más profundos.

 Poseído, fui lentamente acortando la distancia entre nosotros mientras él ponía tímidamente su mano sobre mi mejilla. Nuestros labios se rozaron ínfimamente y se hubieran fundido por primera vez si la razón no nos hubiera regresado forzadamente a la realidad.



—¡Estudiantes Cho Kyuhyun y Lee Sungmin! ¡Soy el líder de supervisores Shin Dongyup y vengo a hacer la revisión de dormitorio! ¡Tengan la amabilidad de abrirme la puerta!

 Como dos iones de carga positiva, nos repelimos en seguida, recuperando inmediatamente la cordura ¿Qué diablos estuvimos a punto de hacer? No, no era buen momento para pensar en eso. Centrándonos en el problema, nos miramos uno al otro, presos del horror.

—¿A-Ahora qué?— Susurré histérico. No había forma de vestirse, quitar el ardor del cuerpo y ordenar la habitación en un tiempo prudente antes de abrir la puerta. Sungmin cerró los ojos unos segundos.
—Ve a encerrarte al baño y abre la llave de la ducha— Murmuró con tono demandante, volviendo a poner su vista en mí.
—¿Eh? —Me extrañé, pero él no dijo nada más y después de unos segundos no necesité que lo hiciera—De acuerdo.

 Esa mañana me di cuenta de cuanto en realidad nos habíamos acercado, porque con una orden tan confusa yo había logrado entender su plan, claro que no pude saber como ocurrió hasta que más tarde él me lo contó detalladamente, pues en aquel momento me preocupé únicamente de salir disparado al baño y meterme a la tina.

—¿Señorito Lee Sungmin? ¿Señorito Cho Kyuhyun? ¿Se encuentran aquí? —Insistió el supervisor con impaciencia.
—¡A-Aquí estamos! — Contestó Sungmin con voz lastimera—¿Podría usted abrir la puerta? Cuando entre comprenderá porque no podemos hacerlo nosotros.
—Muy bien— El sujeto accedió extrañado y de inmediato, se escuchó el sonido electrónico de la puerta al abrirse — Entonces, con su permiso…

 Al entrar a la estancia, el hombre se impresionó al ver las camas desordenadas y la ropa tirada por doquier, rara vez se veía que los estudiantes no siguieran el protocolo de inspección y estoy seguro de que hubiera imaginado correctamente lo que estábamos haciendo si Sungmin, tapado hasta la barbilla, no hubiera desviado su atención con la mejor de sus caras de dolor.

—Ah, desde ya lo lamento mucho por lo impresentable de la habitación, pero como verá, no estoy en condiciones de siquiera levantarme— Explicó Sungmin, para de inmediato fingir un ataque de tos. 
 —Es usted el estudiante Lee Sungmin ¿Verdad? — Dijo acercándose a él mientras hojeaba su libreta.
—Sí, señor—Susurró mientras el supervisor, escéptico, ponía una mano en su frente. El ardor sudoroso dejado en su cuerpo por mis atenciones aparentó perfectamente una fiebre alta.
—Tiene muy elevada la temperatura, pero no tengo ningún registro de que usted estuviera enfermo— Le cuestionó el supervisor severamente, luego levantó el rostro y miró a su alrededor — Y otra cosa, ¿Dónde está el estudiante Cho Kyuhyun?
—¡A-Aquí, señor! —Mojado de pies a cabeza, salí envuelto en toallas.
—¿Se puede saber por qué dadas las circunstancias de que su compañero se encuentra enfermo y la habitación está desordenada en pleno día de inspección, usted está recién bañándose? — Inquirió molesto poniendo los brazos en jarras— Además, ¿Por qué no ha dado aviso de la condición de Lee Sungmin?
—Pues… Sungmin empezó a indisponerse poco antes de la medianoche, el toque de queda ya había comenzado y el teléfono estaba descompuesto. He dado aviso hace días de ello, pero aún no han venido a repararlo— Sin intenciones de confiar en mi palabra, el hombre se acercó de inmediato a comprobar el estado del aparato. Por suerte, aquella era la única parte real de mi historia y al notar que el teléfono no tenía tono, suavizó el ceño— Mi compañero estaba realmente mal, así que cuidé su sueño toda la noche y hace poco cuando vino el doctor, me pidió ayuda para examinarlo y luego me dijo que me bañara y tomara un antigripal para evitar el contagio. No me quedó nada de tiempo para prepararme para la revisión.
—¿Puede mostrarme el parte médico? —Pidió el sujeto con más tranquilidad.
—No lo tengo, señor— Respondí rápidamente.
—¿No lo tiene? —Se alteró de nuevo.
—El médico decidió que le daría unas inyecciones a Sungmin en vez de medicamentos, así que tuvo que ir por los implementos y agregar algunas notas al respecto en el parte. Dijo que volvería en unos 15 minutos, se fue hace muy poco en realidad, quizás usted le haya visto pasar por los pasillos.

 El supervisor me observó largos y tortuosos segundos con una expresión severa, y yo la mantuve con el cuerpo rígido, tratando de no dejar ver todo lo asustado que me estaba poniendo. Cuando estaba seguro de que nos había descubierto, volvió a destensar el rostro.

—Sí, ahora que lo recuerdo, vi al doctor Kang hace unos segundos— Me respaldó. Una coincidencia así era tan buena que casi no pude contener mi impresión, por suerte sí lo hice y me limité a asentir— De todas formas, no puedo dejar pasar por alto esto, creo firmemente que pudo abordar de mejor forma la situación. Por su estado, el estudiante Lee Sungmin quedará absuelto, pero a usted le marcaré una falta para que lo tenga presente en una próxima oportunidad.
—Entendido, señor— Acepté inmediatamente, bajando la cabeza con gran alivio. Mucho mejor una falta que ser expulsado.
—Ahora vaya y vístase. Yo por mientras revisaré rápidamente la habitación, luego quiero que la ordene para que el doctor Kang haga tranquilamente su trabajo.

 Obedecí y fui rápidamente a vestirme. Cuando el terminó y cerró la puerta, ambos suspiramos largamente y nos miramos. Unos 10 segundos después, nos largamos a reír. Fueron unas risas tímidas que ascendieron lentamente hasta convertirse en sonoras e imparables carcajadas.

—¡Casi me orino del miedo! — Gimoteé entre risas.
—¡Yo casi muero! — Respondió el cubriéndose la cara con las sábanas.

 Y así se zanjó el asunto. No quise darle la importancia que merecía a ese casi beso y lo dejé pasar como si prácticamente nunca hubiese ocurrido, pero claro que ocurrió y dejó consecuencias. Días después parecía que tampoco podíamos controlarnos fuera de la habitación. Predispuesto involuntariamente por ambos, nos topábamos con más frecuencia en los pasillos y las miradas que nos dirigíamos, aunque excitantes, eran terriblemente indiscretas. La ocasión en que entendí definitivamente que este asunto me estaba pasando la cuenta fue producto de eso.

 Iba a mi club de atletismo en la tarde y sentí el impulso de tomar el camino más largo, el cual coincidía felizmente con el de artes marciales. Luché con todas mis fuerzas para, por lo menos, atravesar sin mirar, pero un grito, fiero y sensual, me frenó en seco. Era él. Abandonando mi compostura, como un poseso me arrimé a la puerta entreabierta. Rodeado por una multitud embobada y vestida con pulcros karategis y cinturones de distintos colores, Sungmin se batía a duelo con un muchacho. La pelea era bastante intensa, ambos parecían estar parejos a pesar del gran tamaño del contrincante, no obstante, nadie ponía atención a eso. A quien realmente miraban con embeleso era a Sungmin. Enseñando esa maestría que había desarrollado desde niño, se movía con una ligereza increíble, dando golpes limpios y certeros. Todo su cuerpo se sacudía de una forma tan coordinada que parecía una danza, una muy erótica si agregábamos la piel sudorosa y divina que se exponía con cada ataque y las escalofriantes pero encantadoras expresiones asesinas en su rostro. Todos, incluso quienes le odiaban, no dejaban de mirarlo con ojos brillantes y bocas abiertas, tratando de descifrar esa enorme belleza y porqué les producía sensaciones tan confusas e intensas a pesar de detestarlo tanto. Por mi parte, la incredulidad y la inocencia no eran algo que yo siquiera pudiera fingir. Todo mi rostro estaba surcado por la lascivia y la arrogancia, pues lo que ellos únicamente podían desear, yo ya lo tenía. Sungmin era completamente mío. Todos los usos posibles de esa fuerza y flexibilidad me pertenecían, y estaba ansioso por ponerlos en práctica una vez más.

 Y tal vez fue la intensidad de todos esos pensamientos y deseos expresados a través de mis ojos que, tras derribar a su contrincante, Sungmin giró instintivamente su rostro hacia donde yo me encontraba. Me sorprendió que entre los suspiros asombrados y el grito del profesor anunciando su victoria, él conectó su mirada a la mía sin ningún temor, sobresalto o rubor avergonzado. Su dura expresión me llenó de dudas ¿Estaría molesto por mi impertinencia al estar ahí exponiéndonos? Un momento después, se giró y antes de esconder su rostro vi en la comisura de los labios una pícara sonrisa que me demostró lo contrario. Avanzó con lentitud, moviendo las caderas de una forma sutil y coqueta, hasta llegar a un banquillo donde habían varias toallas y botellas de agua. Aún de espaldas, giró su rostro para que yo pudiese verlo y se tocó los hombros con suavidad para quitarse lento y sexy la parte superior del karategi. Su piel se mostró hermosa y llena de brillo por el sudor encima, y el chupón que había dejado hace 3 días bajo el nacimiento de pelo en su nuca aún se podía apreciar. La delgada cintura se agitó mientras el terminaba de quitarse la prenda y luego se perdió de vista cuando se agachó a dejar la prenda. Tragué con dificultad una espesa porción de saliva. Sungmin no estaba usando ropa interior y la forma de su trasero se remarcó perfectamente en sus pantalones. Un conveniente par de segundos después volvió a erguirse con una botella de agua en la mano. La llevó a su boca y bebió de ella, permitiendo que desde la comisura escurriera el líquido por su mentón, su cuello y se perdiera en su pecho escondido. Dejo de beber y juguetonamente se limpió la humedad, refregándola por su cuello, sus hombros y sus brazos. Finalmente, se echó aire con las manos, aunque esta vez, sus mejillas tenían un rubor ajeno a la agitación por la pelea. Era evidente que dada nuestra reciente fascinación por perseguirnos, esperaba encontrarme en algún momento del día, que todo había sido previsto y su timidez no le permitía continuar su espectáculo sin avergonzarse. Yo sonreí, cerré suavemente la puerta y seguí mi camino lo mejor que pude ignorando la erección que pujaba contra mis pantalones. Avergonzado o no, su treta había funcionado, y si bien tenía algo de tiempo para ir a un baño a complacerme, preferí esperar a encontrarme con él e informarle adecuadamente que su mensaje había sido captado. Efectivamente, esperé a que terminaran las actividades de mi club y en cuanto el profesor lo permitió, tomé mis cosas y corrí a nuestro dormitorio. Frené brusco ante la puerta y la abrí con torpe prisa. Él estaba ahí. Se giró impresionado aún con su traje de artes marciales, y sin esperar una reacción, cerré la puerta, tiré mis cosas al suelo y lo empujé sobre el catre.

Mensaje recibido. Empieza el ataque.

—¡Mmm!

 Con las mejillas rojas y la respiración agitada, me quitó la camisa con dificultad mientras yo besaba su pecho y le arrancaba todo de la cintura para abajo. La desesperación por entrar en él me impidió desnudarlo entero, y dejándole la parte de arriba a medio camino en sus brazos, me volví a levantar, lo tomé y lo di vuelta de modo que quedara con las manos apoyadas sobre la cama y los pies en el suelo. Golpeé su trasero y gimió de placer, aunque no tanto como al empezar a lubricar su entrada con mi propia lengua, entonces se aferró al cobertor e incluso llegó a morderlo en tanto me enterraba rudo y placentero en su interior. Estuve así, arremetiendo fuerte y rápido un largo rato, cuando el encantador sonido de su trasero golpeando mi entrepierna y el corcoveo de su espalda a merced de los espasmos pronto no me parecieron suficiente. Me salí de su interior, lo di vuelta y poniendo sus piernas sobre mis hombros volvía entrar.

—¡Ahhhhh! — Gimió largo y fuerte, aferrándose a mi espalda.

 El no pudo ni intentó apagar sus gemidos en todo lo que duró el encuentro y yo aproveché de tocarlo y hacerlo mío tanto como él lo hizo conmigo. Fue una de las mejores cogidas que tuvimos en ese lugar, lástima que la satisfacción no duró tanto como quisimos. El problema de coger con tanta energía estando agotadísimos, es que al instante caímos profundamente dormidos, sin importarnos, al menos de momento, lo que eso conllevaba. Al día siguiente, Sungmin se despertó a las 5 de la madrugada totalmente horrorizado. Habíamos dormido en total 10 horas, varias de las cuales debió utilizar estudiando para el examen de matemáticas que tenía ese día y cuyo contenido no dominaba del todo.

—¡M-Me quedé dormido! ¡¿Qué voy a hacer ahora?! —Exclamó contrariado, tomándose la cabeza mientras yo me incorporaba a su lado— ¡Dios, era mi última oportunidad y la eché a la basura! ¡No puedo reprobar! ¡Mi-Mi padre…!

  Su rostro reflejaba toda la desesperación en su interior y sus ojos rojos parecían a punto de desbordarse en un llanto desesperado. No podía quedarme así. Lo rodeé con mis brazos y besé su sien.

—Calma — Le dije suave— Ya te he dicho que se me da muy bien en matemáticas ¿No? Si te enseño en el tiempo que nos queda, vas a estar más que listo para tu examen.

 Sungmin levantó el rostro y me miró fijamente, tratando de contener las lágrimas de aflicción.

—¿E-En serio…vas a ayudarme? — Inquirió inseguro.
—Por supuesto— Confirmé sonriendo y dejando un beso en su mejilla— Además, estudias mucho. Estoy seguro de que sabes de memoria todo el contenido, sólo te hace falta comprenderlo. Pongámonos manos a la obra.

 Sungmin se levantó, se quitó la parte del karategi que aún tenía puesta y, desnudo, fue hasta su escritorio, luego tomó unos cuadernos y volvió a la cama. Con el sentado entre mis piernas, efectivamente fueron suficiente 2 horas para que entendiera todo. Al terminar, casi no cabía en su felicidad.

—¡Lo comprendo todo, Kyuhyun! ¡No puedo creerlo! —Exclamó cerrando su cuaderno con la carita surcada por el asombro— ¡No había podido entender esto a mi profesor las 100 veces que me lo explicó y tú lo lograste en 2 horas!
—¿Ves? No sólo soy apuesto, también soy un genio— Bromeé con tono engreído.
—Sí que lo eres— Reafirmó él, lanzándose a mis brazos y dejando un par de cortos y tiernos besos en mis mejillas— Gracias, Kyuhyun. No sabes cuánto te lo agradezco.

 Su cariño me atontó por unos segundos, sin embargo, volví rápidamente a reaccionar. Abracé suavemente su cintura y la acaricié al mismo tiempo que dejaba húmedos besos por sus hombros. Las marcas de nuestro último encuentro estaban frescas en su cuerpo y si cogíamos en ese momento lo más seguro era que llegaríamos justos a clases y sin desayunar, más ningún argumento fue suficiente para hacerme entrar en razón. Lo acosté con suavidad y me acomodé sobre su cuerpo, él no puso objeción.

—Pues… podríamos hacer algo para tener una idea de lo agradecido que estás— Le susurré mirándolo con descarado deseo.
—Sí… eso estaría bien…— Respondió suave luego de una pequeña pausa.

 Acorté peligrosamente la distancia de nuestros rostros, rozando nuestras narices, y él se abrazó con una mano a mi cuello y con la otra acarició mi cabello. Sobre sus mejillas rosadas, sus ojos brillaban. Él era perfecto.

“Quiero besarlo”

 El deseo volvió a aparecer intenso. Acerqué mis labios a sus pómulos y los besé con mucha suavidad y lentitud, tratando de decidirme en qué dirección ir. Apreté las manos con furia y finalmente me fui directo a su cuello.

 Esa mañana, volvimos a hacerlo y llegamos por los pelos a tiempo a clases, no obstante, eso último no fue ni el menor de mis problemas, la verdadera complicación que tenía era aquel problema que por fin era obvio ante mis ojos: No podía confrontar y manejar esta atracción. Una vez me encontraba con el rostro de Sungmin, él me manejaba a mí. Lo peor es que me había dado cuenta demasiado tarde. No podía volver a imponer distancia entre él y yo, en este punto estar con él, tocándolo, hablándole y cogiéndolo, era como respirar. Sin Sungmin me moriría.

—Sin Sungmin me muero.

 Pronuncié una noche en la madrugada mientras él dormía profundamente. De inmediato abracé mis piernas y empecé a temblar aterrado de lo claro que lo tenía. No podía permitir que este sentimiento me invadiese más o de verdad me destruiría. Debía usar todas mis fuerzas restantes en cumplir mis crueles palabras y evitar a toda costa besarlo, porque si lo besaba, todo se jodía. Si lo besaba, en distintas formas, nunca podría dejarlo ir. La parte más profunda de mi alma gritaba eso, y por primera vez, yo estaba dispuesto a escucharla. Tenía que resistirme… o eso es lo que intenté.

 Es claro que si alguno de todos los planes que empecé hubiese resultado, todo lo que vivimos nunca habría ocurrido, yo me habría graduado con jaquecas crónicas y algunas pesadillas por todo el estrés, y no hecho pedazos como en verdad lo hice. Inevitablemente así fue. Cuando se trataba de Sungmin, yo no tenía voz ni lugar, y en lo que sigue de nuestra historia, él se encargó de dejármelo claro.


Continuará…