*Geidai: Tokyo geijutsu daigaku o abreviado
Geidai, es la Universidad nacional de bellas artes y música de Tokyo. Según he
investigado, es muy prestigiosa y tiene muchos egresados famosos, entre ellos
uno de los co-fundadores de Sony.
------
Según la certeza ineludible mostrada por el
calendario el día que volvimos de la finca del sr. Kang, nos quedaban 32 días
para que Sungmin y yo nos separáramos -según creíamos- para siempre.
El efecto de esa sentencia que había tratado
de ignorar con todas mis fuerzas durante tanto tiempo, acabó con mi estabilidad
emocional, mi salud y mi felicidad de una sola ráfaga destructiva. Las
consecuencias se hicieron visibles y empezaron a hacer estragos en nuestras
vidas a lo largo de dos fases. Esto afectó nuestra percepción del tiempo e hizo
que se enlenteciera, aunque eso no significó que la tortura de la separación
fuese menos dolorosa. Que la primera fase estuviera enteramente centrada en la
negación es evidencia clara de eso.
Estaba desesperado.
Sungmin se iba de mis brazos sin que yo
pudiese hacer nada. Odiaba eso, quería tener el control, quería que todo
volviera a ser como antes y dejarlo así para siempre, o al menos pretender que
podía lograr semejante locura. Me entregué a la pasión intensa que producía
dicha desesperación y busqué físicamente a Sungmin tanto como me fue posible.
Las palabras se desvanecían en el aire una vez se pronunciaba la última letra y
las conversaciones se empezaban a olvidar en cuanto estas terminaban, pero si
yo le hacía el amor duro y prolongado a Sungmin, podía ver los estragos de su
orgasmo por al menos 10 minutos en su respiración acelerada y embeleso, su piel
estaría sudada por mis atenciones toda la noche y los chupones repartidos en su
cuerpo durarían máximo 3 días. Aún si yo no estaba cerca de Sungmin durante el
día, todas esas cosas me aseguraban que él seguía siendo mío y que no se
apartaría de mi lado al menos hasta que los efectos pasaran, y yo estaba
enteramente decidido a que eso no ocurriera. Apenas el entraba a nuestro
dormitorio, yo lo acechaba e incitaba para que tuviéramos sexo. Era otro de mis
razonamientos estúpidos, más no encontraba otra salida de esto. No había
opciones, no una que no significara generar un cataclismo en nuestras vidas y
en la de quienes nos rodeaban. Sungmin alcanzó un día a disfrutar plenamente de
mi aumentado deseo sexual. Para él yo era un libro abierto y de nivel
preescolar, y por tal, sabía que yo no era de actividades y acciones
espontáneas. Siempre después del sexo, conversábamos y nos reíamos, a veces
esas cosas propiciaban un segundo round, sin embargo, ya no era más así, ahora
hacíamos el amor, de una forma tan apasionada que nos hiciera perdernos en el
cuerpo del otro, y cuando no podía más, me refugiaba en sus brazos, atormentándome
en silencio hasta caer dormido. Se dio cuenta de inmediato de que algo me
ocurría. Día tras día me ametralló con preguntas y sólo cuando lo medio -convencía
de que estaba perfectamente bien, accedía a mis insinuaciones, no obstante, al
día siguiente al no ver mis habituales sonrisas y rebosante energía, las dudas
retornaban con más fuerza a su cabeza.
“Estoy muy preocupado, Kyu. Dime qué te pasa, seguro tiene solución”
“No te preocupes, no me pasa nada”
Mientras estuve en esa fase, temía constantemente
que esas conversaciones se transformaran en algo más contundente, que Sungmin
enfadado por mi hermetismo iniciara una pelea y eso hubiese acabado con nuestra
relación, sin embargo, nunca lo hizo. Quizás si lo hubiera hecho no habría
resultado tan mal. Sabríamos claramente que lo nuestro acabó y tendríamos una
base sólida para decidirnos y seguir libremente con nuestras vidas. Habría
culpa y todo eso, pero sería más fácil, mil veces más fácil de superar, que
saber que le permitimos a las nimiedades de la vida terminar con un amor tan
hermoso e intenso como el nuestro, esa culpa es peor. Mas no fue así, y pasó
mucho tiempo antes de que esas angustiosas conversaciones y los estragos de la
segunda fase dejaran de atormentarme.
Como era de esperar, mi estado de negación y
miedo empeoró las cosas. Me estaba comportando como un niño berrinchudo que no
quiere dejar sus juguetes e irse a dormir, y mientras más me aferraba, más me
mataba la idea de perderlo, y eso me estaba pasando la cuenta. Ese camino me
estaba llevando -por quien ya sabe cuántas veces- al límite de mi cordura, y
fuera cual fuera la salida a eso, tenía que tomarla antes de que fuera
demasiado tarde.
Así que con unas nauseas horribles, el
estómago hecho un desastre, el pecho apretado, terribles jaquecas y un dolor
horrible recorriendo mi cuerpo, volví a arruinar nuestra relación.
Poco a poco, todavía insistiendo en que estaba
bien, pasé de buscarlo en exceso a no buscarlo para nada. Él quedó atónito al
verme actuar así, y sé que también lo herí profundamente. En sus intentos de
hablarme percibí un dejo de desesperación, uno que no trató de remediar con
ninguna otra acción, y luego cuando insinué que quería dejar de hablarle, con
expresión contrariada cesó sus intentos de inmediato.
“Quiero concentrarme el resto del semestre en mis exámenes para entrar a
Geidai*”
Desde
que le dije eso, sentí como si todo lo positivo en mí hubiera muerto.
Me levantaba en las mañanas, comía (Muy poco),
estudiaba y dormía por pura inercia. Nada me motivaba a abrir los ojos al día
siguiente, sólo lo hacía para confirmar que seguía vivo y, a su vez, para
mantenerme con vida. Estaba lleno de dolor, odio y tristeza. Al parecer, cada
vez que terminaba de sufrir por algo y empezaba a ser feliz, el dolor a
continuación era aún peor que el anterior, y no podía culpar a nadie y a nada
excepto a mí. Siempre supe que esto pasaría si accedía a estar con Sungmin,
siempre lo supe y por eso luché tanto para impedirlo, sin embargo, terminé
cediendo y tropecé consciente y voluntariamente con la misma piedra. Me había
ganado cada consecuencia y, de todas formas, no me arrepentía de haberlo hecho,
cada momento que vivimos juntos valían su peso en oro. Lo único que pesaba en
mi mente era que mis acciones hicieran sufrir a Sungmin. Sé que ambos teníamos
participación en esto y fuera como fuera, habríamos tenido el mismo final en la
misma cantidad de tiempo, no obstante, ver su carita surcada de tristeza me
mataba más que cualquier otra cosa. De la dicha y la energía que envolvía su
cuerpo mientras fuimos felices ya no quedaba nada, sus ojos no brillaban y por
lo que podía notar las pocas veces que lo veía, cada día estaba más cerca de
terminar en mi estado, y yo estaba realmente mal. Sentir el tiempo escaparse de
mis manos era una tortura. Pronto llegó un momento en que no pasó noche en que
no llorara ni par de días que haya superado sin vomitar en un momento de máximo
estrés y dolor. No podría ver nunca más a mi Sungmin, ni siquiera roto y
demacrado como en ese entonces, y ya lo extrañaba a morir. Quería tomar mis
escasas fuerzas restantes y, como un masoquista, usarlas para volver a hablarle
una última vez, darle un último beso, hacerle el amor y decirle todo lo que
padecía por la idea de perderlo y suplicarle que me perdonara por ser tan
cobarde y hacerlo padecer por eso.
No sabía honestamente si lo que estaba
viviendo había asesinado mi espíritu. Me daba igual, era seguro que cumplir o
no cumplir mi deseo me aniquilaría, y pues… mejor morir haciendo lo que uno
quiere ¿No?
Terco, o más bien gallina, me resistí hasta el
final, pensando que si recibía el odio rotundo de Sungmin por mi indiferencia
en todas esas semanas, al menos podría morirme en libertad y no en ese
claustro. Por ello, la noche ideal para decidirme fue la anterior a nuestra
graduación. Ese era el momento más feliz que un estudiante del internado podría
tener en su vida, darle el último adiós a ese lugar, volver a ser normales
-Aunque la gran mayoría con uno o varios trastornos psicológicos y recuerdos
que preferirían olvidar- y más encima recibiendo todas las recompensas que nos
significaba haber vendido nuestra adolescencia a ese lugar. Ese era el instante
en que el prestigio y los conocimientos conseguidos adquirían valor y la
felicidad experimentada por todos era bien fundada y sincera. No obstante, ahí
estábamos nosotros, sin poder disfrutar nada de eso. Nuestras lámparas eran las
únicas iluminando la estancia dándole un tono lúgubre acorde a nuestros ánimos.
Yo estaba sobre mi cama observándolo fijamente hacer sus cosas. Con una
lentitud preocupante, guardaba algunas cosas en sus maletas dándome la espalda.
Lo miré de arriba abajo. Su cuerpo se notaba varios kilos más delgado, su piel
estaba pálida y su cabello había perdido brillo. Estaba demacrado, más
demacrado que nunca, y mis ojos rojos se volvían a llenar de lágrimas con esa
devastadora imagen. Traté de impulsarme hacia adelante varias veces para
levantarme y hablarle, y no tuve el valor suficiente hasta que lo vi terminar e
ir en busca de otra tarea. Sabía que de perder esa buena oportunidad, no
tendría otra mejor. No supe que hacer, y
en cuanto iba a dar un paso para ir a otro lado, me levanté rápidamente y me
abracé a su espalda, escondiendo mi rostro en su nuca soltando sonoramente el
aire en mis pulmones. Era lo mismo que había hecho cuando le pedí una segunda oportunidad
luego de demostrarle mi torpeza innata en nuestra primera vez, y esperé que
resultara igual de fácil, aunque sabía que esta vez no me saldría barata. Su
cuerpo se tensó y sentí una frialdad en el ambiente que provocó un escalofríos
en toda mi espina. Él suspiró luego de varios segundos y finalmente habló.
—¿Qué haces? — Preguntó con
una dureza y desdén que nunca me había mostrado. Sentí como el corazón se me
partía de antemano ante semejante reacción.
—Estemos juntos… esta última
noche que nos veremos…— Respondí con temor. Él bufó.
—¿Y para qué harías tú eso? —
Volvió a inquirir con una pequeña risa sardónica.
—Porque quiero que al menos
tengamos un momento feliz antes de que… todo termine…— Añadí con mi voz hecha
un hilo. Sin embargo, el no pareció tocado por ellas y volvió a reír con
crueldad.
—No importa cómo me vea ahora,
no necesitas hacer esto por mí —Dijo girando ligeramente la cabeza hacia mí con
una sonrisa falsa— No quiero tu lástima, así que por favor, suéltame.
Y dicho esto, quitó bruscamente mis manos de
su estómago y caminó hacia el baño. Antes de que atravesara el umbral, atónito,
fui hacia él y tomé con fuerza su brazo.
—¡Espera! ¡No es lástima! ¡Yo
nunca—!
—¡No me mientas y déjame en
paz si no quieres que te golpee! —Gritó de improviso, volteando para mirarme
fijo. Sus ojos estaban rojos y su ceño lleno de enfado; yo endurecí el mío alargando
el lapsus antes de que esa vista me afectara. No importaba si me golpeaba, no
podía dejarlo así, no cuando esa sería la última vez que le vería. Lo tomé de
los hombros y entre bruscos forcejeos de su parte para liberarse, traté de
explicarme.
—¡Sungmin, no te estoy
mintiendo! ¡Deseo hacerlo con todo mi corazón! ¡Te lo suplico, cree en mí! ¡No
hay otra cosa en el mundo que quisiera hacer aparte de estar contigo!
Y entonces se soltó, me empujó
y entre fieros manotazos, volvió a acuchillarme, esta vez con una rabia, un
odio explosivo que no había visto jamás ni siquiera para todos aquellos que le
habían hecho daño. Porque yo le había hecho más daño que todos ellos.
—¡MENTIROSO! ¡ERES UN CERDO
MENTIROSO! ¡YO YA NO TE GUSTO! ¡NUNCA TE HE GUSTADO! ¡TE ENTRETUVISTE CONMIGO,
TE APROVECHASTE DE MÍ Y LUEGO ME TIRASTE!
—No… no digas esas cosas…No es
eso…— Le supliqué atónito, tratando de volver a sujetarlo sin suerte.
— ¡YA TUVISTE LO QUE QUERÍAS!
¡TE COJISTE AL PSICÓTICO Y MALNACIDO LEE SUNGMIN Y LO BOTASTE COMO LA BASURA
QUE ES! ¡¿QUÉ QUIERES AHORA?!
—No es cierto, basta…— Gemí ya
sin poder contener las lágrimas.
—¡¿QUIERES PRESUMIRLO?!
¡¿QUIERES REÍRTE EN MI CARA DE LO TONTO QUE FUI POR CREER QUE ERAS DIFERENTE Y
QUE TE GUSTABA?! ¡BIEN, HAZLO! ¡PERO SI VAS A HACERLO, TEN COMPASIÓN E INVENTA
UNA MENTIRA QUE PUEDA CREERME!
—¡BASTA, SUNGMIN!
Mi grito hizo eco en todas las paredes de la
habitación, generando un silencio sepulcral que sólo era interrumpido por mi
respiración agitada y los espasmos de mi llanto. Sungmin sólo permanecía
cabizbajo. No lloraba, aunque parecía a punto de hacerlo. Aprovechando su
momentánea calma, volví a tomarlo de los brazos y dejé caer mi cabeza sobre su
hombro.
—Te lo suplico, no lo repitas
nunca más. Que creas que nunca te quise me destroza el corazón, porque la
verdad no podría ser más distinta a eso. Siempre me has gustado más de lo que
puedo admitir, y nunca va a dejar de ser así— Confesé hasta que la voz se me
quebró. Él no pudo reprimirse más y con un ligero gemido me dio a conocer que
también estaba llorando— Es por esa razón que… la sola idea de perderte me ha
estado torturando a un nivel insondable. No tienes idea de todo lo que he
sufrido y cuanto dolor más me ha costado mi propia inmadurez. Tenerte tan cerca
mío y saber que en cualquier momento ya no estarás se siente… como enloquecer
agonizando, y me asusté mucho. Decidí alejarme sin saber en ese momento que la
cura… era peor que la enfermedad. La desesperación me ataca cada vez que te veo
y no puedo hablarte o besarte… yo…no puedo resistirlo… no puedo…es por eso…yo…
No fui capaz de seguir hablando. De mi boca lo
único que podía salir eran gemidos ahogados. Él lloraba moviéndose apenas y
aprovechando eso, volví a abrazarlo. Estuvimos así un par de segundos cuando él
comenzó a golpearme en los hombros con sus puños cada vez más y más fuerte, sin
embargo, se acurrucó en mi pecho, como si no tuviera intenciones de apartarse
nunca más.
—Eres un verdadero idiota… ¿Por
qué hiciste eso? ¿Por qué siempre te lo guardas todo? —Pronunció ya sin enfado.
Su voz más bien delataba una terrible impotencia y tristeza.
Yo me alejé lo suficiente para mirar
conmovido su rostro.
—Lo sé, soy el mocoso más
tonto sobre la faz de la tierra. Perdóname, nunca quise herirte, quería
salvarnos del dolor, pero era imposible y sólo lo empeoré… perdóname,
perdóname…
Dicho esto, tomé su rostro y lo besé con
desesperación y torpeza. Después de tanto tiempo, sus labios me parecieron lo
más delicioso, y que me recibiese con la misma necesidad fue un golpe de alivio
para mi debilitado cuerpo.
—Tanto tiempo que pudimos
estar juntos… desperdiciado…— Se lamentó cuando nos separamos, dejando caer un
par de gruesas gotas.
—Lo sé, lo lamentaré toda mi
vida…
—Lo arruinaste… y yo lo
arruiné— Exclamó volviendo a romper en su silencioso llanto, tapándose la cara con
las manos. De inmediato se las quité de encima y busqué sus ojos con
insistencia.
—No es verdad, tu no hiciste
nada malo— Negué con una sonrisa triste— Fui yo nada más…
—Nooo, yo también actué mal.
Vi que algo te pasaba y no hice absolutamente nada para ayudarte— Confesó con
los ojos inundados.
—No, no…—Seguí negando. Él
insistía de todas formas.
—Yo también estaba muy
asustado y me negaba a pensar en la graduación. Sólo quería estar contigo el
tiempo que nos quedaba y abandonar esos malos pensamientos, pero cuando
empezaste a alejarte, sospeché que era por esa misma razón y no tuve el valor
de confrontarte. Sentía tanta tristeza, y pensando en mi bienestar y tu
indiferencia, preferí auto convencerme de que ya no me querías y que sería más sano
enfadarme contigo…soy tan imbécil… en vez de hacer algo, sólo fui el cobarde
que siempre he sido…
Con la pinta de que literalmente se
derrumbaría, decidí volver a abrazarlo y besé todo su rostro, no obstante,
parecía que mi inmutable amor por él después de su confesión lo hacía llorar
más.
—Damos asco juntos… Nos
hacíamos los perfectos hablando tan bien de ciertas cosas, cuando la realidad
es que nuestra comunicación apesta y no sabemos enfrentar nada de la vida…—Agregó
mientras yo besaba sus sienes— Lo mejor que podemos hacer es aceptar esta
irremediable separación y… todavía así… hasta la más diminuta parte de esa idea
me mata…
Al terminar de oírlo, la satisfacción de que
sentíamos lo mismo y el dolor lacerante de lo que todo eso significaba volvió a
provocarme el llanto. De todas formas, mis palabras estaban más claras en mi
mente. Conecté nuevamente nuestras miradas mientras con una mano limpié sus
mejillas.
—No importa si lo arruinamos o
no, si de verdad no debimos nunca estar juntos, si incluso somos lo peor que
nos pudo pasar en esta mierda de lugar, nada de eso importa. Lo único que
cuenta es lo que sentimos, y yo nunca he sido más feliz en la vida de lo que he
sido contigo, y todos los momentos que vivimos juntos no los cambiaría por nada,
hasta los horriblemente dolorosos como este. Ahora nos vamos a separar por
motivos que escapan de nuestro poder y voluntad, y sin importar que tan poco
tiempo nos quede, yo quiero estar contigo hasta el último segundo que se me
permita. Tú… me gustas mucho y quiero decírtelo toda la noche en pago y
disculpa por no habértelo dicho directamente ni una sola vez.
El rostro de Sungmin se contrajo en una
marcada mueca de dolor y luego tiró todo su peso en mí para besarme. Estuvimos
así hasta prácticamente perder el aliento.
—Ya no quiero seguir hablando
de esto, no nos queda— Dijo con los ojos cerrados y tratando de respirar a la
vez— Quiero que el resto de esta noche nos besemos y hagamos el amor… es
después de todo, lo único que aprendimos a hacer a la perfección.
Sonreí al notar que con todo lo que nos
habíamos dicho, él igual podía avergonzarse tiernamente por las mismas cosas de
siempre.
—Será un placer…
Y sin esperar más, di gusto a
sus deseos.
Lo besé tiernamente y a pasos cuidadosos, lo
llevé a mi cama. Seguíamos llorando a mares, a decir verdad, nos veíamos
horribles, mas no le dimos demasiada atención a eso y nos desnudamos tranquilamente
el uno al otro. Completado eso, lo deposité suavemente sobre el colchón y volví
a besarlo con deseo voraz.
Te prometo, cuando este momento pase
y nos volvamos a ver ese día
Lo dejaré todo y me quedaré a tu lado,
y así, podremos recorrer el camino que fue hecho para nosotros.
En cuanto complací ese fugaz capricho, me
acerqué a mi velador y saqué un par de pañuelos para secar sus lágrimas y
limpiar su nariz. Ante el detalle el me regaló su primera sonrisa honesta en
semanas, y en cuanto se calmó, tomó otro pañuelo de mi mano y me devolvió el
favor. Tiramos lejos los pañuelos al terminar y antes de que tocasen el suelo,
ya estábamos besándonos de nuevo con más necesidad.
Esto es lo que llamamos “Destino”,
es algo que no podemos negar.
En mi vida,
¿Volveré a experimentar otra vez,
un día tan hermoso como este?
—¡Ah!
El primer gemido que arranqué de su boca fue
esencial para desatar toda mi lujuria y mis sentimientos. Sin pudor, sin
control, me dediqué con mis caricias a ser más sincero de lo que nunca había
sido mientras el calor se hacía con nuestros cuerpos. Sungmin recibió mis
atenciones igual de honesto con sus dedos enroscados en mi cabello y su miembro
suplicando más contacto dentro de mi boca. Pronto él también anheló mostrarme
cuanto quería dejar de sí mismo esa noche y me estremecí con sus besos
recorriendo todo mi cuerpo.
Tú eres un regalo de la vida,
en este camino tan agotador.
Siempre voy a cuidar y hacer brillar este amor para que no se oxide.
Las ansiadas embestidas llegaron justo cuando el
deseo estaba por enloquecernos. Sus piernas se enredaron en mis caderas
meneándose al ritmo de las estocadas y nuestros dedos entrelazados se apretaban
cada vez que las exquisitas sensaciones nos dejaban absortos. Fueron nuestros
ojos, frente a frente, los únicos que nos lograron distraer de un momento tan
delicioso y trajeron de vuelta la tristeza líquida a nublar nuestra vista.
—Cada momento que hemos
vivido, hasta el más insignificante, siempre lo voy a recordar como si apenas
lo hubiera vivido—Dije con convicción— Jamás voy a arrancarte de mi memoria y
sin importar cuantas cosas pasen en mi vida, voy a pronunciar tu nombre con el
mismo amor y familiaridad de ahora hasta el día en que muera.
Su llanto explotó un segundo después y sus
brazos y labios me reclamaron con apremio.
—Yo tampoco voy a olvidarte,
juro que no lo haré— Exclamó entre lágrimas, casi gritando—Te tendré en mi
mente todos los días. Nunca nunca nunca voy a permitir que ocurra lo contrario.
Nuestro encuentro fue corto como la ebriedad,
pero tú abriste el cerrojo y ocupaste mi corazón.
Incluso si nuestro amor es inalcanzable, no me arrepentiré
porque nada es para siempre.
—Ah…
—¡Ah, Dios!
El crujido de la cama siguió imparable a pesar
de la conmoción en nuestros interiores. Sin darnos tregua, nos besábamos con
rudeza, en los labios y donde alcanzáramos a llegar. Como yo en la primera fase
de mi degradación mental, queríamos dejar tantas marcas como fueran posibles
para poder aferrarnos a ellas y no desmoronarnos al llegar a nuestras casas y
enfrentar los cuartos carentes de la presencia del otro. Así mismo, queríamos
ser marcados para demostrarnos a nosotros y a quien fuera que nos viera al día
siguiente, que el rechazo que manifestarían a nuestra relación si la
conocieran, no nos avergonzaría para nada. Con todo y el temor que teníamos a
las consecuencias, siempre nos enorgulleceríamos de haber pertenecido al otro
desde lo más profundo de nuestras almas.
Hay muchas cosas que quiero decir,
Pero tú ya las sabes.
Ese día, cuando nos encontremos en el camino,
por favor, no me dejes ir de nuevo.
—Si algún día me libero de mis
ataduras y tú también lo haces, por favor, volvamos a encontrarnos…—Le susurré
entre jadeos.
En ese momento, llegué a ese punto que tanto
lo enloquecía de placer y no supe si abrió los ojos a más no dar por ello o por
la sorpresa causada por mi petición, lo único que supe fue que segundos
después, sonrió con los ojos entrecerrados y brillosos y luego los cerró fuerte
para asentir.
En esos intensos momentos, fue la primera vez
que vislumbré y admití para mis adentros que amaba a Sungmin. Fue confuso y
arrasador darse cuenta ¡Vaya! Ahí estaba la respuesta, la que siempre supe y que
decidí ignorar con ayudad de mi voluntad y mi no voluntad combinadas. Los
nubarrones en mi cabeza se habían disipado, yo lo amaba. Y en esos instantes,
con ese conocimiento tan poderoso en mis manos, sentí varias veces que podía
confesárselo a Sungmin, y en cada ocasión me arrepentí al instante, temeroso de
cuanto más podría llegar a destruirnos pronunciar en voz alta semejante
información. Finalmente, precisamente porque lo amaba, decidí callar y
llevarnos al primero de los orgasmos más tristes y placenteros que tendríamos
en nuestro tiempo juntos.
—¡A-ah, Kyuhyun!
El amor que no pudimos tener en esta vida…
Y exactamente como mi memoria recordó al ver a
Sungmin de nuevo, nuestro último encuentro se prolongó hasta el amanecer. Antes
de que la luna pensara en esconderse otra vez, nosotros ya estábamos exhaustos,
sin embargo, fuimos necios y nos mantuvimos pidiendo un round más, un beso más,
una última mirada o palabra antes de que tuviéramos que decir adiós. Fue Sungmin
quien finalmente decidió que nos detuviéramos. No quedaba ni un ápice de fuerza
en su cuerpo y de todas formas su voluntad lo alentaba a aferrarse a mí.
Conmovido, yo lo contuve todo el tiempo con mis también escasas energías y lo
besé y acaricié en silencio. Ya no quedaba deseo, no quedaba llanto
desconsolado ni rabia que compartir, a esa hora sólo quedaba nuestro amor y la
resignación de perderlo de la mejor manera posible.
El destino que no pudimos tener en esta vida…
—Kyuhyun…— Me llamó en un
momento con la voz queda y los ojos suavemente cerrados mientras ambos éramos
bañados por las luces cálidas del amanecer.
—Dime…—Le dije con tierna
suavidad.
—También me gustas… mucho… yo tampoco
fui capaz de decírtelo antes… y lo siento…— Susurró con la voz cada vez más
aguda y baja. Yo sonreí.
—No te preocupes, siempre supe
que no podías resistirte a mis encantos…
Él se rio bajito y en menos de un minuto se
quedó profundamente dormido. Fue entonces que volví a romperme. Estreché su
cuerpo con mis brazos y sin alejarme por un instante, en un llanto silencioso
lo contemplé y acaricié durante el par de horas que nos quedaban. Al llegar el
momento límite, las manecillas del reloj avanzando musicalizaron una marcha
fúnebre en medio del silencio. Cerré fuertemente los ojos y solté un suspiro en
el que se liberó todo el resto de vida que quedaba en mi interior. Con sigilo,
me salí del agarre de Sungmin y me levanté de la cama, trastabillando por la
falta de fuerza física y mental. De todas formas, como pude, tomé mis ropas
para la ceremonia y me vestí en el baño. Cuando terminé, tomé mi mochila ya
preparada y me dirigí a la puerta. Permanecí varios minutos parado frente a
ella, sin ser capaz de mover un solo músculo. Miré mi reloj, faltaban 5 minutos
para que el despertador sonara, no podía quedarme más tiempo. Girando la
cabeza, contemplé a Sungmin dormir. Cansado y destruido como estaba, no dejaba
de parecer una obra de arte de lo hermoso que se veía envuelto en las sábanas.
Mi vista se nubló y la cabeza empezó a punzarme al escaparse una lágrima.
Ese día cuando otra vez nos encontremos en el camino,
por favor…
—Adiós, mi amor…—Susurré
reprimiendo un bufido.
Y sin prolongar más lo inevitable, me fui.
No me dejes ir…
Nunca supe cómo reaccionó Sungmin al no
encontrarme cuando despertó, pero hasta hoy creo que de todas mis decisiones
estúpidas e inmaduras de aquel tiempo, esa fue la más decente. Nuestra
despedida durante la noche había sido de sobra llena de sinceridad, le di de mí
todo lo que podía darle en ese momento y sé que él también lo hizo. Por esa
razón, no consideraba necesario alargar nuestro sufrimiento con otra despedida
en el deplorable estado que nos encontrábamos.
Fue una gran suerte para ese propósito que
Sungmin y yo no nos encontráramos en lo que restó de nuestro tiempo ahí. Apenas
salí de la habitación fui a los baños de mi club de atletismo, me aseé y
preparé adecuadamente para la graduación y me quedé ahí contemplando la nada
hasta que el momento de fingir que aquel era el día más feliz de mi vida llegó.
Recibí las palabras y mimos de mi familia con verdadero agradecimiento, más no
fui capaz de entregarles más que sonrisas y excusas falsas sobre mi demacrado
aspecto. Durante la ceremonia me mantuve ajeno a los discursos arrogantes e
hipócritas de alumnos, profesorado y la administración. El único instante donde
participé fue cuando Changmin me hizo espabilar para que fuera a buscar mi
diploma. Subí al escenario con lentitud y recibí con estoicismo el enérgico
saludo de mano del director entre tibios y protocolares aplausos. Mientras nos
sacaban las fotos de rigor, miré hacia el público. No era lo prudente, pero lo
busqué por todo el lugar. Nada, ni Sungmin ni sus padres se encontraban ahí,
como tampoco se le mencionó cuando su curso recibió los diplomas. Se graduó,
claro, la ceremonia era un mero formalismo y que se saltara una última cuota de
humillación pública fue un gran alivio, no obstante, su ausencia era rara y el
motivo me llenó de dudas hasta hoy.
Finalmente, la ceremonia terminó y sin
dedicarme a ofrecer palabras de afecto y agradecimiento a nadie, me subí
rápidamente al auto que nos llevaría a casa y esperé a que mi familia hiciera
lo mismo. Tanto ellos como mis amigos quedaron impresionados ante tal conducta,
mas ninguno trató de inmiscuirse en mis motivos. Mis amigos por un lado estaban
tan felices de marcharse que nada les importaba, y habían llegado a la
conclusión de que todas las etapas de dolor, ira y locura que atravesé se
debían a mi hastío de ese lugar, además sabían que nos mantendríamos en
contacto pues todos nos iríamos a Japón. Por otro lado, mi familia especuló un
poco más, luego consideraron mi buen ánimo en las vacaciones de verano y mis
ausencias en los días festivos, y pensaron que mi desanimo se debía a que
extrañaría el internado y que como hombre era demasiado orgulloso para mostrar
mis emociones al respecto.
Aquellas razonables e ingenuas teorías fueron
ideales para ocultar mi secreto del mundo, sobre todo de mi padre que
desbordaba dicha por un hijo con un futuro tan prometedor en el horizonte. De sospechar
ellos algo desde ese momento, habría sido bastante difícil disuadirles cuando
poco después caí en el más absoluto descontrol.
Como ya estaba anticipando, una vez pisé el
exterior entré en una profunda depresión, cuya etapa más cruda e insoportable
duro poco más de 2 años. Lloraba a diario, dormía poco, comía porquerías y
pasaba días y noches trabajando en mis proyectos mientras bebía enérgicamente
litros y litros de alcohol, todo en aras de un sosiego imposible. Si bien
gracias a eso pude armar las bases de los videojuegos que me catapultarían al
éxito, también me valió conocer la verdadera locura. Sobrio empezaba a
torturarme viendo nuestras fotografías y entre lágrimas caminaba de un lado a
otro creando y deshaciendo planes sin sentidos para mandar todo al diablo y
empezar una nueva vida junto a Sungmin; ebrio empezaba a destruir todo a mi
paso -generalmente, en mi habitación- e insultaba a gritos a Sungmin, a mí, a
todo el mundo. Sobrio me sentía tan atormentado que buscaba a la muerte en cada
esquina y rincón a mi alrededor, temiendo que me atrapara desprevenido y me
llevara con ella; ebrio, morir o vivir me daba exactamente igual y no me
contenía ni en mis actos ni en lo que ingería. Claramente, esta última actitud
temeraria me hizo terminar varias veces intoxicado o herido en la sala de urgencias
del hospital, y sólo gracias a Changmin, mi padre nunca se enteró de tales
visitas. Fue él, único de mis amigos con el que compartí universidad, quien
estuvo presenciando mi descenso al fondo, salvó mi pescuezo en distintas formas
y además me sacó de esa espiral autodestructiva.
“Vas a dejar de hacerte esta mierda ahora mismo o llamaré a tu padre y
se acabará tu teatro del hijo perfecto”
Con esa amenaza atacando a mi
punto débil fue que me hizo recapacitar en una de nuestras últimas visitas al
hospital. Mi padre había sido la razón por la que nunca llegaba a realizar mis
descabellados planes de escape o intenté directamente suicidarme. Mi voluntad
siempre se veía doblegada ante el amor y respeto que le tenía. Sus esfuerzos y
sacrificios por nuestra familia me eran - y son todavía- conmovedoramente
heroicos. Él me había enseñado tanto con sus íntegras acciones, me había dado
tanto, incluso renunció a su sueño de que yo continuara su legado para poder
crear el mío. Enorgullecerle el resto de mi vida era lo único con que podía
pagarle tales gestos monumentales, y estar con Sungmin, aún fuera el
significado de mi felicidad, no formaría nunca parte de ese objetivo. Rememorar
eso con las palabras de Changmin resultó el punto de partida para mi
rehabilitación. No fue fácil, de no ser por su ayuda habría recaído muchas
veces a causa del dolor de la abstinencia y de mi pena, pero él estuvo incansablemente
a mi lado, apoyándome hasta en los episodios más crudos. Y bueno, a diferencia
de cuando estuvimos en el internado, no preguntó ni intentó saber nada acerca
de mis razones. Por eso y por cierta situación, estoy seguro de que ya las
conocía. Fue en uno de mis días malos de rehabilitación, cuando vomitaba sin
parar por los estragos de la larga sobriedad, que yo me disculpé por hacerlo
pasar por tal disgusto y me pareció oírle susurrar:
“Es lo mínimo que puedo hacer por un amigo que sufre tanto por amor”
No lo niego, me aterré a muerte ante la
incertidumbre de haber escuchado o no tan peligrosas palabras, pero él no
volvió a repetirlas nunca más y pronto me di cuenta de que sacar el tema a
colación era innecesario.
Superado el infierno, volví a
mi consumo poco frecuente de alcohol, mi adicción al trabajo se mantuvo a
niveles manejables y eso me permitió terminar la universidad con honores e iniciar
exitosamente mi compañía junto a Changmin y otros colegas de la universidad.
Volví a ser normal, o más bien, no di señales directamente visibles de que algo
atroz había apagado la luz de mis ojos y cambiado mi personalidad para siempre.
Todo en lo que me convertí, o sea, un neurótico de sonrisas protocolares,
relaciones sociales mayormente laborales y con hábito a las bebidas
energéticas, eran características perfectamente acordes a un joven CEO prodigio
en camino a una enorme riqueza y fama como lo era yo, y como acostumbraba, dejé
que así lo creyeran porque sentí que podía tolerar vivir con eso. No volví a
llorar por Sungmin, nunca lo busqué -aunque me enteré de algunas cosas- y
tampoco pronuncié su nombre otra vez. Lo único que hice fue pensar en él. De
madrugada con insomnio sobre mi cama, distraído en una reunión con mi equipo
creativo, bebiendo solo en mi estudio o en mi auto camino a donde sea, honraba
mi palabra y pensaba en él apasionadamente y atesoraba cada recuerdo en que
estuviera presente. Lo hacía hasta que me cansaba o algo me exigía regresar a
la realidad, y siempre al terminar pensaba en aquello que le dije cuando nos
despedimos.
“Si algún día me libero de mis ataduras y tú también lo haces, por
favor, volvamos a encontrarnos…”
Han pasado años, muchos años,
y he esperado obsesivamente a que ese momento llegara, incluso
involuntariamente he condicionado mi vida en torno a esa espera. Mas por fuera,
la realización de esa promesa me parecía una mera ilusión, una utopía personal
en mi cabeza. Hasta ayer, hasta hoy en la mañana, hasta hace unos segundos,
Sungmin era un recuerdo tan amado como imposible, y no importaba que cosas
hiciera, mis esperanzas de que algo resultara y volviera a encontrarme con él
estaban pulverizadas. Y eso provocó que ni el más potente sentimiento pudiera
sacarme de la estoica estupefacción en la que caí al verlo.
—Sungmin…
—¿Kyuhyun?
De todas formas, fue necesario
eso nada más para que las chispas destellaran en mis ojos y luego de 10 largos
años mi alma diera señales de vida.
Ese día cuando otra vez nos encontremos en el camino,
por favor, no me dejes ir de
nuevo…
Continuará…