jueves, 13 de diciembre de 2018

El acuerdo [08/10]


 *Geidai: Tokyo geijutsu daigaku o abreviado Geidai, es la Universidad nacional de bellas artes y música de Tokyo. Según he investigado, es muy prestigiosa y tiene muchos egresados famosos, entre ellos uno de los co-fundadores de Sony.

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 Según la certeza ineludible mostrada por el calendario el día que volvimos de la finca del sr. Kang, nos quedaban 32 días para que Sungmin y yo nos separáramos -según creíamos- para siempre.

 El efecto de esa sentencia que había tratado de ignorar con todas mis fuerzas durante tanto tiempo, acabó con mi estabilidad emocional, mi salud y mi felicidad de una sola ráfaga destructiva. Las consecuencias se hicieron visibles y empezaron a hacer estragos en nuestras vidas a lo largo de dos fases. Esto afectó nuestra percepción del tiempo e hizo que se enlenteciera, aunque eso no significó que la tortura de la separación fuese menos dolorosa. Que la primera fase estuviera enteramente centrada en la negación es evidencia clara de eso.

 Estaba desesperado.

 Sungmin se iba de mis brazos sin que yo pudiese hacer nada. Odiaba eso, quería tener el control, quería que todo volviera a ser como antes y dejarlo así para siempre, o al menos pretender que podía lograr semejante locura. Me entregué a la pasión intensa que producía dicha desesperación y busqué físicamente a Sungmin tanto como me fue posible. Las palabras se desvanecían en el aire una vez se pronunciaba la última letra y las conversaciones se empezaban a olvidar en cuanto estas terminaban, pero si yo le hacía el amor duro y prolongado a Sungmin, podía ver los estragos de su orgasmo por al menos 10 minutos en su respiración acelerada y embeleso, su piel estaría sudada por mis atenciones toda la noche y los chupones repartidos en su cuerpo durarían máximo 3 días. Aún si yo no estaba cerca de Sungmin durante el día, todas esas cosas me aseguraban que él seguía siendo mío y que no se apartaría de mi lado al menos hasta que los efectos pasaran, y yo estaba enteramente decidido a que eso no ocurriera. Apenas el entraba a nuestro dormitorio, yo lo acechaba e incitaba para que tuviéramos sexo. Era otro de mis razonamientos estúpidos, más no encontraba otra salida de esto. No había opciones, no una que no significara generar un cataclismo en nuestras vidas y en la de quienes nos rodeaban. Sungmin alcanzó un día a disfrutar plenamente de mi aumentado deseo sexual. Para él yo era un libro abierto y de nivel preescolar, y por tal, sabía que yo no era de actividades y acciones espontáneas. Siempre después del sexo, conversábamos y nos reíamos, a veces esas cosas propiciaban un segundo round, sin embargo, ya no era más así, ahora hacíamos el amor, de una forma tan apasionada que nos hiciera perdernos en el cuerpo del otro, y cuando no podía más, me refugiaba en sus brazos, atormentándome en silencio hasta caer dormido. Se dio cuenta de inmediato de que algo me ocurría. Día tras día me ametralló con preguntas y sólo cuando lo medio -convencía de que estaba perfectamente bien, accedía a mis insinuaciones, no obstante, al día siguiente al no ver mis habituales sonrisas y rebosante energía, las dudas retornaban con más fuerza a su cabeza.

Estoy muy preocupado, Kyu. Dime qué te pasa, seguro tiene solución

No te preocupes, no me pasa nada

 Mientras estuve en esa fase, temía constantemente que esas conversaciones se transformaran en algo más contundente, que Sungmin enfadado por mi hermetismo iniciara una pelea y eso hubiese acabado con nuestra relación, sin embargo, nunca lo hizo. Quizás si lo hubiera hecho no habría resultado tan mal. Sabríamos claramente que lo nuestro acabó y tendríamos una base sólida para decidirnos y seguir libremente con nuestras vidas. Habría culpa y todo eso, pero sería más fácil, mil veces más fácil de superar, que saber que le permitimos a las nimiedades de la vida terminar con un amor tan hermoso e intenso como el nuestro, esa culpa es peor. Mas no fue así, y pasó mucho tiempo antes de que esas angustiosas conversaciones y los estragos de la segunda fase dejaran de atormentarme.

 Como era de esperar, mi estado de negación y miedo empeoró las cosas. Me estaba comportando como un niño berrinchudo que no quiere dejar sus juguetes e irse a dormir, y mientras más me aferraba, más me mataba la idea de perderlo, y eso me estaba pasando la cuenta. Ese camino me estaba llevando -por quien ya sabe cuántas veces- al límite de mi cordura, y fuera cual fuera la salida a eso, tenía que tomarla antes de que fuera demasiado tarde.

 Así que con unas nauseas horribles, el estómago hecho un desastre, el pecho apretado, terribles jaquecas y un dolor horrible recorriendo mi cuerpo, volví a arruinar nuestra relación.

 Poco a poco, todavía insistiendo en que estaba bien, pasé de buscarlo en exceso a no buscarlo para nada. Él quedó atónito al verme actuar así, y sé que también lo herí profundamente. En sus intentos de hablarme percibí un dejo de desesperación, uno que no trató de remediar con ninguna otra acción, y luego cuando insinué que quería dejar de hablarle, con expresión contrariada cesó sus intentos de inmediato.

Quiero concentrarme el resto del semestre en mis exámenes para entrar a Geidai*”

  Desde que le dije eso, sentí como si todo lo positivo en mí hubiera muerto.

 Me levantaba en las mañanas, comía (Muy poco), estudiaba y dormía por pura inercia. Nada me motivaba a abrir los ojos al día siguiente, sólo lo hacía para confirmar que seguía vivo y, a su vez, para mantenerme con vida. Estaba lleno de dolor, odio y tristeza. Al parecer, cada vez que terminaba de sufrir por algo y empezaba a ser feliz, el dolor a continuación era aún peor que el anterior, y no podía culpar a nadie y a nada excepto a mí. Siempre supe que esto pasaría si accedía a estar con Sungmin, siempre lo supe y por eso luché tanto para impedirlo, sin embargo, terminé cediendo y tropecé consciente y voluntariamente con la misma piedra. Me había ganado cada consecuencia y, de todas formas, no me arrepentía de haberlo hecho, cada momento que vivimos juntos valían su peso en oro. Lo único que pesaba en mi mente era que mis acciones hicieran sufrir a Sungmin. Sé que ambos teníamos participación en esto y fuera como fuera, habríamos tenido el mismo final en la misma cantidad de tiempo, no obstante, ver su carita surcada de tristeza me mataba más que cualquier otra cosa. De la dicha y la energía que envolvía su cuerpo mientras fuimos felices ya no quedaba nada, sus ojos no brillaban y por lo que podía notar las pocas veces que lo veía, cada día estaba más cerca de terminar en mi estado, y yo estaba realmente mal. Sentir el tiempo escaparse de mis manos era una tortura. Pronto llegó un momento en que no pasó noche en que no llorara ni par de días que haya superado sin vomitar en un momento de máximo estrés y dolor. No podría ver nunca más a mi Sungmin, ni siquiera roto y demacrado como en ese entonces, y ya lo extrañaba a morir. Quería tomar mis escasas fuerzas restantes y, como un masoquista, usarlas para volver a hablarle una última vez, darle un último beso, hacerle el amor y decirle todo lo que padecía por la idea de perderlo y suplicarle que me perdonara por ser tan cobarde y hacerlo padecer por eso.

 No sabía honestamente si lo que estaba viviendo había asesinado mi espíritu. Me daba igual, era seguro que cumplir o no cumplir mi deseo me aniquilaría, y pues… mejor morir haciendo lo que uno quiere ¿No?

 Terco, o más bien gallina, me resistí hasta el final, pensando que si recibía el odio rotundo de Sungmin por mi indiferencia en todas esas semanas, al menos podría morirme en libertad y no en ese claustro. Por ello, la noche ideal para decidirme fue la anterior a nuestra graduación. Ese era el momento más feliz que un estudiante del internado podría tener en su vida, darle el último adiós a ese lugar, volver a ser normales -Aunque la gran mayoría con uno o varios trastornos psicológicos y recuerdos que preferirían olvidar- y más encima recibiendo todas las recompensas que nos significaba haber vendido nuestra adolescencia a ese lugar. Ese era el instante en que el prestigio y los conocimientos conseguidos adquirían valor y la felicidad experimentada por todos era bien fundada y sincera. No obstante, ahí estábamos nosotros, sin poder disfrutar nada de eso. Nuestras lámparas eran las únicas iluminando la estancia dándole un tono lúgubre acorde a nuestros ánimos. Yo estaba sobre mi cama observándolo fijamente hacer sus cosas. Con una lentitud preocupante, guardaba algunas cosas en sus maletas dándome la espalda. Lo miré de arriba abajo. Su cuerpo se notaba varios kilos más delgado, su piel estaba pálida y su cabello había perdido brillo. Estaba demacrado, más demacrado que nunca, y mis ojos rojos se volvían a llenar de lágrimas con esa devastadora imagen. Traté de impulsarme hacia adelante varias veces para levantarme y hablarle, y no tuve el valor suficiente hasta que lo vi terminar e ir en busca de otra tarea. Sabía que de perder esa buena oportunidad, no tendría otra mejor.  No supe que hacer, y en cuanto iba a dar un paso para ir a otro lado, me levanté rápidamente y me abracé a su espalda, escondiendo mi rostro en su nuca soltando sonoramente el aire en mis pulmones. Era lo mismo que había hecho cuando le pedí una segunda oportunidad luego de demostrarle mi torpeza innata en nuestra primera vez, y esperé que resultara igual de fácil, aunque sabía que esta vez no me saldría barata. Su cuerpo se tensó y sentí una frialdad en el ambiente que provocó un escalofríos en toda mi espina. Él suspiró luego de varios segundos y finalmente habló.

—¿Qué haces? — Preguntó con una dureza y desdén que nunca me había mostrado. Sentí como el corazón se me partía de antemano ante semejante reacción.
—Estemos juntos… esta última noche que nos veremos…— Respondí con temor. Él bufó.
—¿Y para qué harías tú eso? — Volvió a inquirir con una pequeña risa sardónica.
—Porque quiero que al menos tengamos un momento feliz antes de que… todo termine…— Añadí con mi voz hecha un hilo. Sin embargo, el no pareció tocado por ellas y volvió a reír con crueldad.
—No importa cómo me vea ahora, no necesitas hacer esto por mí —Dijo girando ligeramente la cabeza hacia mí con una sonrisa falsa— No quiero tu lástima, así que por favor, suéltame.

 Y dicho esto, quitó bruscamente mis manos de su estómago y caminó hacia el baño. Antes de que atravesara el umbral, atónito, fui hacia él y tomé con fuerza su brazo.

—¡Espera! ¡No es lástima! ¡Yo nunca—!
—¡No me mientas y déjame en paz si no quieres que te golpee! —Gritó de improviso, volteando para mirarme fijo. Sus ojos estaban rojos y su ceño lleno de enfado; yo endurecí el mío alargando el lapsus antes de que esa vista me afectara. No importaba si me golpeaba, no podía dejarlo así, no cuando esa sería la última vez que le vería. Lo tomé de los hombros y entre bruscos forcejeos de su parte para liberarse, traté de explicarme.

—¡Sungmin, no te estoy mintiendo! ¡Deseo hacerlo con todo mi corazón! ¡Te lo suplico, cree en mí! ¡No hay otra cosa en el mundo que quisiera hacer aparte de estar contigo!

Y entonces se soltó, me empujó y entre fieros manotazos, volvió a acuchillarme, esta vez con una rabia, un odio explosivo que no había visto jamás ni siquiera para todos aquellos que le habían hecho daño. Porque yo le había hecho más daño que todos ellos.

—¡MENTIROSO! ¡ERES UN CERDO MENTIROSO! ¡YO YA NO TE GUSTO! ¡NUNCA TE HE GUSTADO! ¡TE ENTRETUVISTE CONMIGO, TE APROVECHASTE DE MÍ Y LUEGO ME TIRASTE!
—No… no digas esas cosas…No es eso…— Le supliqué atónito, tratando de volver a sujetarlo sin suerte.
— ¡YA TUVISTE LO QUE QUERÍAS! ¡TE COJISTE AL PSICÓTICO Y MALNACIDO LEE SUNGMIN Y LO BOTASTE COMO LA BASURA QUE ES! ¡¿QUÉ QUIERES AHORA?!
—No es cierto, basta…— Gemí ya sin poder contener las lágrimas.
—¡¿QUIERES PRESUMIRLO?! ¡¿QUIERES REÍRTE EN MI CARA DE LO TONTO QUE FUI POR CREER QUE ERAS DIFERENTE Y QUE TE GUSTABA?! ¡BIEN, HAZLO! ¡PERO SI VAS A HACERLO, TEN COMPASIÓN E INVENTA UNA MENTIRA QUE PUEDA CREERME!
—¡BASTA, SUNGMIN!

 Mi grito hizo eco en todas las paredes de la habitación, generando un silencio sepulcral que sólo era interrumpido por mi respiración agitada y los espasmos de mi llanto. Sungmin sólo permanecía cabizbajo. No lloraba, aunque parecía a punto de hacerlo. Aprovechando su momentánea calma, volví a tomarlo de los brazos y dejé caer mi cabeza sobre su hombro.

—Te lo suplico, no lo repitas nunca más. Que creas que nunca te quise me destroza el corazón, porque la verdad no podría ser más distinta a eso. Siempre me has gustado más de lo que puedo admitir, y nunca va a dejar de ser así— Confesé hasta que la voz se me quebró. Él no pudo reprimirse más y con un ligero gemido me dio a conocer que también estaba llorando— Es por esa razón que… la sola idea de perderte me ha estado torturando a un nivel insondable. No tienes idea de todo lo que he sufrido y cuanto dolor más me ha costado mi propia inmadurez. Tenerte tan cerca mío y saber que en cualquier momento ya no estarás se siente… como enloquecer agonizando, y me asusté mucho. Decidí alejarme sin saber en ese momento que la cura… era peor que la enfermedad. La desesperación me ataca cada vez que te veo y no puedo hablarte o besarte… yo…no puedo resistirlo… no puedo…es por eso…yo…

 No fui capaz de seguir hablando. De mi boca lo único que podía salir eran gemidos ahogados. Él lloraba moviéndose apenas y aprovechando eso, volví a abrazarlo. Estuvimos así un par de segundos cuando él comenzó a golpearme en los hombros con sus puños cada vez más y más fuerte, sin embargo, se acurrucó en mi pecho, como si no tuviera intenciones de apartarse nunca más.

—Eres un verdadero idiota… ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué siempre te lo guardas todo? —Pronunció ya sin enfado. Su voz más bien delataba una terrible impotencia y tristeza.

  Yo me alejé lo suficiente para mirar conmovido su rostro.

—Lo sé, soy el mocoso más tonto sobre la faz de la tierra. Perdóname, nunca quise herirte, quería salvarnos del dolor, pero era imposible y sólo lo empeoré… perdóname, perdóname…

 Dicho esto, tomé su rostro y lo besé con desesperación y torpeza. Después de tanto tiempo, sus labios me parecieron lo más delicioso, y que me recibiese con la misma necesidad fue un golpe de alivio para mi debilitado cuerpo.

—Tanto tiempo que pudimos estar juntos… desperdiciado…— Se lamentó cuando nos separamos, dejando caer un par de gruesas gotas.
—Lo sé, lo lamentaré toda mi vida…
—Lo arruinaste… y yo lo arruiné— Exclamó volviendo a romper en su silencioso llanto, tapándose la cara con las manos. De inmediato se las quité de encima y busqué sus ojos con insistencia.
—No es verdad, tu no hiciste nada malo— Negué con una sonrisa triste— Fui yo nada más…
—Nooo, yo también actué mal. Vi que algo te pasaba y no hice absolutamente nada para ayudarte— Confesó con los ojos inundados.
—No, no…—Seguí negando. Él insistía de todas formas.
—Yo también estaba muy asustado y me negaba a pensar en la graduación. Sólo quería estar contigo el tiempo que nos quedaba y abandonar esos malos pensamientos, pero cuando empezaste a alejarte, sospeché que era por esa misma razón y no tuve el valor de confrontarte. Sentía tanta tristeza, y pensando en mi bienestar y tu indiferencia, preferí auto convencerme de que ya no me querías y que sería más sano enfadarme contigo…soy tan imbécil… en vez de hacer algo, sólo fui el cobarde que siempre he sido…

 Con la pinta de que literalmente se derrumbaría, decidí volver a abrazarlo y besé todo su rostro, no obstante, parecía que mi inmutable amor por él después de su confesión lo hacía llorar más.

—Damos asco juntos… Nos hacíamos los perfectos hablando tan bien de ciertas cosas, cuando la realidad es que nuestra comunicación apesta y no sabemos enfrentar nada de la vida…—Agregó mientras yo besaba sus sienes— Lo mejor que podemos hacer es aceptar esta irremediable separación y… todavía así… hasta la más diminuta parte de esa idea me mata…

 Al terminar de oírlo, la satisfacción de que sentíamos lo mismo y el dolor lacerante de lo que todo eso significaba volvió a provocarme el llanto. De todas formas, mis palabras estaban más claras en mi mente. Conecté nuevamente nuestras miradas mientras con una mano limpié sus mejillas.

—No importa si lo arruinamos o no, si de verdad no debimos nunca estar juntos, si incluso somos lo peor que nos pudo pasar en esta mierda de lugar, nada de eso importa. Lo único que cuenta es lo que sentimos, y yo nunca he sido más feliz en la vida de lo que he sido contigo, y todos los momentos que vivimos juntos no los cambiaría por nada, hasta los horriblemente dolorosos como este. Ahora nos vamos a separar por motivos que escapan de nuestro poder y voluntad, y sin importar que tan poco tiempo nos quede, yo quiero estar contigo hasta el último segundo que se me permita. Tú… me gustas mucho y quiero decírtelo toda la noche en pago y disculpa por no habértelo dicho directamente ni una sola vez.

 El rostro de Sungmin se contrajo en una marcada mueca de dolor y luego tiró todo su peso en mí para besarme. Estuvimos así hasta prácticamente perder el aliento.

—Ya no quiero seguir hablando de esto, no nos queda— Dijo con los ojos cerrados y tratando de respirar a la vez— Quiero que el resto de esta noche nos besemos y hagamos el amor… es después de todo, lo único que aprendimos a hacer a la perfección.

 Sonreí al notar que con todo lo que nos habíamos dicho, él igual podía avergonzarse tiernamente por las mismas cosas de siempre.

—Será un placer…

Y sin esperar más, di gusto a sus deseos.



 Lo besé tiernamente y a pasos cuidadosos, lo llevé a mi cama. Seguíamos llorando a mares, a decir verdad, nos veíamos horribles, mas no le dimos demasiada atención a eso y nos desnudamos tranquilamente el uno al otro. Completado eso, lo deposité suavemente sobre el colchón y volví a besarlo con deseo voraz.

Te prometo, cuando este momento pase
 y nos volvamos a ver ese día
Lo dejaré todo y me quedaré a tu lado,
y así, podremos recorrer el camino que fue hecho para nosotros.

 En cuanto complací ese fugaz capricho, me acerqué a mi velador y saqué un par de pañuelos para secar sus lágrimas y limpiar su nariz. Ante el detalle el me regaló su primera sonrisa honesta en semanas, y en cuanto se calmó, tomó otro pañuelo de mi mano y me devolvió el favor. Tiramos lejos los pañuelos al terminar y antes de que tocasen el suelo, ya estábamos besándonos de nuevo con más necesidad.

Esto es lo que llamamos “Destino”,
es algo que no podemos negar.
En mi vida,
¿Volveré a experimentar otra vez,
un día tan hermoso como este?

—¡Ah!

 El primer gemido que arranqué de su boca fue esencial para desatar toda mi lujuria y mis sentimientos. Sin pudor, sin control, me dediqué con mis caricias a ser más sincero de lo que nunca había sido mientras el calor se hacía con nuestros cuerpos. Sungmin recibió mis atenciones igual de honesto con sus dedos enroscados en mi cabello y su miembro suplicando más contacto dentro de mi boca. Pronto él también anheló mostrarme cuanto quería dejar de sí mismo esa noche y me estremecí con sus besos recorriendo todo mi cuerpo.

Tú eres un regalo de la vida,
en este camino tan agotador.
Siempre voy a cuidar y hacer brillar este amor para que no se oxide.

 Las ansiadas embestidas llegaron justo cuando el deseo estaba por enloquecernos. Sus piernas se enredaron en mis caderas meneándose al ritmo de las estocadas y nuestros dedos entrelazados se apretaban cada vez que las exquisitas sensaciones nos dejaban absortos. Fueron nuestros ojos, frente a frente, los únicos que nos lograron distraer de un momento tan delicioso y trajeron de vuelta la tristeza líquida a nublar nuestra vista.

—Cada momento que hemos vivido, hasta el más insignificante, siempre lo voy a recordar como si apenas lo hubiera vivido—Dije con convicción— Jamás voy a arrancarte de mi memoria y sin importar cuantas cosas pasen en mi vida, voy a pronunciar tu nombre con el mismo amor y familiaridad de ahora hasta el día en que muera.

 Su llanto explotó un segundo después y sus brazos y labios me reclamaron con apremio.

—Yo tampoco voy a olvidarte, juro que no lo haré— Exclamó entre lágrimas, casi gritando—Te tendré en mi mente todos los días. Nunca nunca nunca voy a permitir que ocurra lo contrario.

Nuestro encuentro fue corto como la ebriedad,
pero tú abriste el cerrojo y ocupaste mi corazón.
Incluso si nuestro amor es inalcanzable, no me arrepentiré
porque nada es para siempre.

—Ah…
—¡Ah, Dios!

 El crujido de la cama siguió imparable a pesar de la conmoción en nuestros interiores. Sin darnos tregua, nos besábamos con rudeza, en los labios y donde alcanzáramos a llegar. Como yo en la primera fase de mi degradación mental, queríamos dejar tantas marcas como fueran posibles para poder aferrarnos a ellas y no desmoronarnos al llegar a nuestras casas y enfrentar los cuartos carentes de la presencia del otro. Así mismo, queríamos ser marcados para demostrarnos a nosotros y a quien fuera que nos viera al día siguiente, que el rechazo que manifestarían a nuestra relación si la conocieran, no nos avergonzaría para nada. Con todo y el temor que teníamos a las consecuencias, siempre nos enorgulleceríamos de haber pertenecido al otro desde lo más profundo de nuestras almas.

Hay muchas cosas que quiero decir,
Pero tú ya las sabes.
Ese día, cuando nos encontremos en el camino,
por favor, no me dejes ir de nuevo.

—Si algún día me libero de mis ataduras y tú también lo haces, por favor, volvamos a encontrarnos…—Le susurré entre jadeos.

 En ese momento, llegué a ese punto que tanto lo enloquecía de placer y no supe si abrió los ojos a más no dar por ello o por la sorpresa causada por mi petición, lo único que supe fue que segundos después, sonrió con los ojos entrecerrados y brillosos y luego los cerró fuerte para asentir.

 En esos intensos momentos, fue la primera vez que vislumbré y admití para mis adentros que amaba a Sungmin. Fue confuso y arrasador darse cuenta ¡Vaya! Ahí estaba la respuesta, la que siempre supe y que decidí ignorar con ayudad de mi voluntad y mi no voluntad combinadas. Los nubarrones en mi cabeza se habían disipado, yo lo amaba. Y en esos instantes, con ese conocimiento tan poderoso en mis manos, sentí varias veces que podía confesárselo a Sungmin, y en cada ocasión me arrepentí al instante, temeroso de cuanto más podría llegar a destruirnos pronunciar en voz alta semejante información. Finalmente, precisamente porque lo amaba, decidí callar y llevarnos al primero de los orgasmos más tristes y placenteros que tendríamos en nuestro tiempo juntos.

—¡A-ah, Kyuhyun!

El amor que no pudimos tener en esta vida…

 Y exactamente como mi memoria recordó al ver a Sungmin de nuevo, nuestro último encuentro se prolongó hasta el amanecer. Antes de que la luna pensara en esconderse otra vez, nosotros ya estábamos exhaustos, sin embargo, fuimos necios y nos mantuvimos pidiendo un round más, un beso más, una última mirada o palabra antes de que tuviéramos que decir adiós. Fue Sungmin quien finalmente decidió que nos detuviéramos. No quedaba ni un ápice de fuerza en su cuerpo y de todas formas su voluntad lo alentaba a aferrarse a mí. Conmovido, yo lo contuve todo el tiempo con mis también escasas energías y lo besé y acaricié en silencio. Ya no quedaba deseo, no quedaba llanto desconsolado ni rabia que compartir, a esa hora sólo quedaba nuestro amor y la resignación de perderlo de la mejor manera posible.

El destino que no pudimos tener en esta vida…

—Kyuhyun…— Me llamó en un momento con la voz queda y los ojos suavemente cerrados mientras ambos éramos bañados por las luces cálidas del amanecer.
—Dime…—Le dije con tierna suavidad.
—También me gustas… mucho… yo tampoco fui capaz de decírtelo antes… y lo siento…— Susurró con la voz cada vez más aguda y baja. Yo sonreí.
—No te preocupes, siempre supe que no podías resistirte a mis encantos…

 Él se rio bajito y en menos de un minuto se quedó profundamente dormido. Fue entonces que volví a romperme. Estreché su cuerpo con mis brazos y sin alejarme por un instante, en un llanto silencioso lo contemplé y acaricié durante el par de horas que nos quedaban. Al llegar el momento límite, las manecillas del reloj avanzando musicalizaron una marcha fúnebre en medio del silencio. Cerré fuertemente los ojos y solté un suspiro en el que se liberó todo el resto de vida que quedaba en mi interior. Con sigilo, me salí del agarre de Sungmin y me levanté de la cama, trastabillando por la falta de fuerza física y mental. De todas formas, como pude, tomé mis ropas para la ceremonia y me vestí en el baño. Cuando terminé, tomé mi mochila ya preparada y me dirigí a la puerta. Permanecí varios minutos parado frente a ella, sin ser capaz de mover un solo músculo. Miré mi reloj, faltaban 5 minutos para que el despertador sonara, no podía quedarme más tiempo. Girando la cabeza, contemplé a Sungmin dormir. Cansado y destruido como estaba, no dejaba de parecer una obra de arte de lo hermoso que se veía envuelto en las sábanas. Mi vista se nubló y la cabeza empezó a punzarme al escaparse una lágrima.

Ese día cuando otra vez nos encontremos en el camino,
por favor…

—Adiós, mi amor…—Susurré reprimiendo un bufido.

 Y sin prolongar más lo inevitable, me fui.

No me dejes ir…

 Nunca supe cómo reaccionó Sungmin al no encontrarme cuando despertó, pero hasta hoy creo que de todas mis decisiones estúpidas e inmaduras de aquel tiempo, esa fue la más decente. Nuestra despedida durante la noche había sido de sobra llena de sinceridad, le di de mí todo lo que podía darle en ese momento y sé que él también lo hizo. Por esa razón, no consideraba necesario alargar nuestro sufrimiento con otra despedida en el deplorable estado que nos encontrábamos.

 Fue una gran suerte para ese propósito que Sungmin y yo no nos encontráramos en lo que restó de nuestro tiempo ahí. Apenas salí de la habitación fui a los baños de mi club de atletismo, me aseé y preparé adecuadamente para la graduación y me quedé ahí contemplando la nada hasta que el momento de fingir que aquel era el día más feliz de mi vida llegó. Recibí las palabras y mimos de mi familia con verdadero agradecimiento, más no fui capaz de entregarles más que sonrisas y excusas falsas sobre mi demacrado aspecto. Durante la ceremonia me mantuve ajeno a los discursos arrogantes e hipócritas de alumnos, profesorado y la administración. El único instante donde participé fue cuando Changmin me hizo espabilar para que fuera a buscar mi diploma. Subí al escenario con lentitud y recibí con estoicismo el enérgico saludo de mano del director entre tibios y protocolares aplausos. Mientras nos sacaban las fotos de rigor, miré hacia el público. No era lo prudente, pero lo busqué por todo el lugar. Nada, ni Sungmin ni sus padres se encontraban ahí, como tampoco se le mencionó cuando su curso recibió los diplomas. Se graduó, claro, la ceremonia era un mero formalismo y que se saltara una última cuota de humillación pública fue un gran alivio, no obstante, su ausencia era rara y el motivo me llenó de dudas hasta hoy.

 Finalmente, la ceremonia terminó y sin dedicarme a ofrecer palabras de afecto y agradecimiento a nadie, me subí rápidamente al auto que nos llevaría a casa y esperé a que mi familia hiciera lo mismo. Tanto ellos como mis amigos quedaron impresionados ante tal conducta, mas ninguno trató de inmiscuirse en mis motivos. Mis amigos por un lado estaban tan felices de marcharse que nada les importaba, y habían llegado a la conclusión de que todas las etapas de dolor, ira y locura que atravesé se debían a mi hastío de ese lugar, además sabían que nos mantendríamos en contacto pues todos nos iríamos a Japón. Por otro lado, mi familia especuló un poco más, luego consideraron mi buen ánimo en las vacaciones de verano y mis ausencias en los días festivos, y pensaron que mi desanimo se debía a que extrañaría el internado y que como hombre era demasiado orgulloso para mostrar mis emociones al respecto.

 Aquellas razonables e ingenuas teorías fueron ideales para ocultar mi secreto del mundo, sobre todo de mi padre que desbordaba dicha por un hijo con un futuro tan prometedor en el horizonte. De sospechar ellos algo desde ese momento, habría sido bastante difícil disuadirles cuando poco después caí en el más absoluto descontrol.

 Como ya estaba anticipando, una vez pisé el exterior entré en una profunda depresión, cuya etapa más cruda e insoportable duro poco más de 2 años. Lloraba a diario, dormía poco, comía porquerías y pasaba días y noches trabajando en mis proyectos mientras bebía enérgicamente litros y litros de alcohol, todo en aras de un sosiego imposible. Si bien gracias a eso pude armar las bases de los videojuegos que me catapultarían al éxito, también me valió conocer la verdadera locura. Sobrio empezaba a torturarme viendo nuestras fotografías y entre lágrimas caminaba de un lado a otro creando y deshaciendo planes sin sentidos para mandar todo al diablo y empezar una nueva vida junto a Sungmin; ebrio empezaba a destruir todo a mi paso -generalmente, en mi habitación- e insultaba a gritos a Sungmin, a mí, a todo el mundo. Sobrio me sentía tan atormentado que buscaba a la muerte en cada esquina y rincón a mi alrededor, temiendo que me atrapara desprevenido y me llevara con ella; ebrio, morir o vivir me daba exactamente igual y no me contenía ni en mis actos ni en lo que ingería. Claramente, esta última actitud temeraria me hizo terminar varias veces intoxicado o herido en la sala de urgencias del hospital, y sólo gracias a Changmin, mi padre nunca se enteró de tales visitas. Fue él, único de mis amigos con el que compartí universidad, quien estuvo presenciando mi descenso al fondo, salvó mi pescuezo en distintas formas y además me sacó de esa espiral autodestructiva.

Vas a dejar de hacerte esta mierda ahora mismo o llamaré a tu padre y se acabará tu teatro del hijo perfecto

Con esa amenaza atacando a mi punto débil fue que me hizo recapacitar en una de nuestras últimas visitas al hospital. Mi padre había sido la razón por la que nunca llegaba a realizar mis descabellados planes de escape o intenté directamente suicidarme. Mi voluntad siempre se veía doblegada ante el amor y respeto que le tenía. Sus esfuerzos y sacrificios por nuestra familia me eran - y son todavía- conmovedoramente heroicos. Él me había enseñado tanto con sus íntegras acciones, me había dado tanto, incluso renunció a su sueño de que yo continuara su legado para poder crear el mío. Enorgullecerle el resto de mi vida era lo único con que podía pagarle tales gestos monumentales, y estar con Sungmin, aún fuera el significado de mi felicidad, no formaría nunca parte de ese objetivo. Rememorar eso con las palabras de Changmin resultó el punto de partida para mi rehabilitación. No fue fácil, de no ser por su ayuda habría recaído muchas veces a causa del dolor de la abstinencia y de mi pena, pero él estuvo incansablemente a mi lado, apoyándome hasta en los episodios más crudos. Y bueno, a diferencia de cuando estuvimos en el internado, no preguntó ni intentó saber nada acerca de mis razones. Por eso y por cierta situación, estoy seguro de que ya las conocía. Fue en uno de mis días malos de rehabilitación, cuando vomitaba sin parar por los estragos de la larga sobriedad, que yo me disculpé por hacerlo pasar por tal disgusto y me pareció oírle susurrar:

Es lo mínimo que puedo hacer por un amigo que sufre tanto por amor

 No lo niego, me aterré a muerte ante la incertidumbre de haber escuchado o no tan peligrosas palabras, pero él no volvió a repetirlas nunca más y pronto me di cuenta de que sacar el tema a colación era innecesario.

Superado el infierno, volví a mi consumo poco frecuente de alcohol, mi adicción al trabajo se mantuvo a niveles manejables y eso me permitió terminar la universidad con honores e iniciar exitosamente mi compañía junto a Changmin y otros colegas de la universidad. Volví a ser normal, o más bien, no di señales directamente visibles de que algo atroz había apagado la luz de mis ojos y cambiado mi personalidad para siempre. Todo en lo que me convertí, o sea, un neurótico de sonrisas protocolares, relaciones sociales mayormente laborales y con hábito a las bebidas energéticas, eran características perfectamente acordes a un joven CEO prodigio en camino a una enorme riqueza y fama como lo era yo, y como acostumbraba, dejé que así lo creyeran porque sentí que podía tolerar vivir con eso. No volví a llorar por Sungmin, nunca lo busqué -aunque me enteré de algunas cosas- y tampoco pronuncié su nombre otra vez. Lo único que hice fue pensar en él. De madrugada con insomnio sobre mi cama, distraído en una reunión con mi equipo creativo, bebiendo solo en mi estudio o en mi auto camino a donde sea, honraba mi palabra y pensaba en él apasionadamente y atesoraba cada recuerdo en que estuviera presente. Lo hacía hasta que me cansaba o algo me exigía regresar a la realidad, y siempre al terminar pensaba en aquello que le dije cuando nos despedimos.

Si algún día me libero de mis ataduras y tú también lo haces, por favor, volvamos a encontrarnos…”

Han pasado años, muchos años, y he esperado obsesivamente a que ese momento llegara, incluso involuntariamente he condicionado mi vida en torno a esa espera. Mas por fuera, la realización de esa promesa me parecía una mera ilusión, una utopía personal en mi cabeza. Hasta ayer, hasta hoy en la mañana, hasta hace unos segundos, Sungmin era un recuerdo tan amado como imposible, y no importaba que cosas hiciera, mis esperanzas de que algo resultara y volviera a encontrarme con él estaban pulverizadas. Y eso provocó que ni el más potente sentimiento pudiera sacarme de la estoica estupefacción en la que caí al verlo.

—Sungmin…
—¿Kyuhyun?

De todas formas, fue necesario eso nada más para que las chispas destellaran en mis ojos y luego de 10 largos años mi alma diera señales de vida.

Ese día cuando otra vez nos encontremos en el camino,
 por favor, no me dejes ir de nuevo…



Continuará…





jueves, 6 de diciembre de 2018

El acuerdo [07/10]


*Kaomojis: Son emoticones japoneses. Representan caras y emociones con un estilo muy cercano al anime y manga. Ej: o(≧∇≦o) ೭੧(❛▿❛✿)੭೨ ヘ(= ̄∇ ̄)ノ

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 Sin importar que no pude ver a Sungmin durante el mes y medio que duraron nuestras vacaciones de verano, la felicidad que sentí desde nuestro primer beso no se apartó de mi pecho ni un segundo. Con el transcurso de los años y luego de repasarlo 1000 veces, denominé a esta parte de mi vida como “La publicidad de coca-cola”. Estábamos en medio de una larga y emotiva película, llena de escenas de suspenso, giros dramáticos y encuentros intensos entre los protagonistas que eran lastimados y luchaban contra dificultades que iban mucho más allá de las fuerzas que poseían. Pero de repente en esta larga y dolorosa película, había un intermedio para descansar, y mientras el público estiraba las piernas, iba al baño o respondía los mensajes en su celular, en la pantalla se proyectaba un comercial de coca-cola, donde aparecían una serie de escenas de gente desconocida con botellas del refresco en la mano, envueltos en la más perfecta e inmutable felicidad. Familias reunidas en una mesa redonda, una pareja en un mirador, un grupo de amigos en una playa, todos con amplias sonrisas en sus rostros y ningún dejo de preocupación en sus miradas, porque sus vidas eran irrealmente satisfactorias y todo lo que les rodeaba era amistoso y agradable a la vista. Así me sentía. Estaba contento, animado, creía que nada en mi vida podía estar mejor y esperaba muerto de ansias el instante en que Sungmin y yo nos volviéramos a encontrar, sin embargo, sabía que estar lejos un tiempo de él me ayudaría a digerir y comprender lo que había ocurrido entre nosotros.

 Era la ocasión ideal para bajar un poco mis defensas y aceptar parcialmente lo que sentía por él.

 Bien, Sungmin me gustaba y estaba dispuesto a admitirlo ante quien le incumbiera, es decir, ante él y nadie más que él. A pesar de todos los cupidos y unicornios rondando por mi cabeza, todavía entendía lo fatal que sería para ambos si algún tercero se enterara de lo nuestro, y no tenía intención alguna de auto-delatarme y sabía que Sungmin tampoco lo quería.

 Es por tal razón que viví mis vacaciones lo más normal posible: Viajé con mi familia, dormí mucho, hice borradores e investigaciones para los primeros juegos que crearía y también salí en reiteradas ocasiones con mis amigos. En esos encuentros, Changmin posó varias veces su vista sobre mí de forma insistente, y en otras cuando nos encontrábamos solos, con un ceño de preocupación parecía tener la intención de decirme algo, no obstante, yo siempre lo evitaba yéndome o hablando primero de cualquier otra cosa, algo que funcionó pues al poco tiempo dejó de insistir y volvió a dirigirse a mí con normalidad. Era seguro que él no diría nada si yo le decía la verdad, lo sabía bien a pesar de su rechazo a Sungmin, pero aunque me hubiera hecho bien hablar con alguien del tema, no sentía en ese entonces que ese fuera asunto suyo, además quería prolongar mi felicidad con Sungmin lo más posible y correr tal riesgo podría acortar ese tiempo.

 Y bueno, si bien evité mostrar cualquier comportamiento anormal a quienes me rodeaban, no me restringí de usar el número que Sungmin me dio en el hotel. Bajo una timidez romántica, nos escribimos todo el verano sobre temas absolutamente triviales, y lo hacíamos durante horas. Mis mejillas dolían de todo lo que sonreía leyendo sus respuestas. Como lo esperaba, tenía una ortografía impecable, fluida redacción y una marcada y adorable tendencia a poner al menos un kaomoji por mensaje. Conservo hasta hoy todas esas conversaciones en una tarjeta de memoria. Mi adoración por él era tanta que muchas veces me tenté a decirle lo que sentía. No lo hice, claro, porque sabía que me aguardaba algo mucho mejor si esperaba a decírselo cara a cara.

 Y después de varias semanas, el ansiado día llegó.

 En el largo viaje en auto al internado, mi padre insistía en contarme experiencias de su vida mientras conducía y yo, sentado a su lado y con los pantalones arrugados en mis puños por la ansiedad, nada más podía pensar en tomar el acelerador y ponerlo a toda marcha. Mi tortura acabó después de una hora cuando estaba a punto de tirarme del auto en movimiento y echarme a correr. Los dos empleados del internado que salieron a recibirnos se sorprendieron al verme precipitarme bruscamente hacia fuera apenas el auto frenó. Sin perder tiempo, di la vuelta para abrirle la puerta a mi padre, le ayudé a salir y ante su confundida mirada le dediqué unas escuetas palabras de despedida, le di un abrazo apretado y luego salí corriendo como un poseso a los dormitorios.

 Más tarde me contaría risueño que esa situación le había convencido de que yo había disfrutado mis años en el internado. Yo jamás confirmé ni negué su pensamiento.

 Como había hecho tantas veces ya, corrí por pasillos y escaleras hasta parar frente a la puerta del dormitorio. Pensé unos segundos. En ese punto me parecía irreal haber pasado todo el verano experimentando sentimientos tan profundos y complejos como para que deseara volver voluntaria y dichosamente a ese pedazo de infierno ¿De verdad todas esas cosas habían ocurrido? ¿En serio Sungmin me hacía sentir tan extasiado al recordarlo siquiera? Más por esa enorme curiosidad que por la emoción, abrí la puerta con lentitud.

 Y como había pasado también varias veces, él se dio la vuelta sorprendido, mientras apilaba ropa sobre su cama. Sus ojos brillantes se conectaron con los míos instantáneamente.

 Sí, claro que esos sucesos y sentimientos habían ocurrido.

 De ahí, todo pasó en cosa de segundos. Sonreímos, y tanto él como yo nos acercamos a paso rápido al otro sin despegar las miradas, y mientras mi mano cerraba la puerta de un portazo, él estiraba sus brazos, los que llegaron justo a tiempo para amarrarse a mi cuello cuando yo, fundiendo nuestros labios en un beso, lo abracé de la cintura y lo hice girar en nuestro eje.

 Fue mágico, lo más mágico que he sentido en toda mi vida.



 Palpar de nuevo su lengua con la mía fue como recibir un nuevo aliento de vida. Sentí mucha más energía positiva de la que había sentido en todo el verano, muchísima más, e hice uso de ella cargando a Sungmin hasta pegarlo a la pared. Sólo me alejé de sus labios cuando necesité respirar, sin embargo, no perdí el tiempo y mientras recuperaba aire, besé sus mejillas, su mentón, sus ojos y todo lo que encontraba hasta que él cogió mi rostro con sus manos y guío de nuevo mis labios a los suyos.

—Hola— Le dije entre besos. Él sonrió instantáneamente.
—Hola— Respondió riéndose.

 Pasaron un par de minutos antes de soltarnos. Caminamos juntos hasta su cama y nos sentamos, mirando al frente y con un pequeño espacio separándonos el uno del otro. Nos preguntamos, esta vez en persona, las mismas trivialidades que hablábamos tímidamente por teléfono ¿Qué tal tus vacaciones?, ¿A dónde viajaste?, ¿Hacía buen clima allá?, y habríamos seguido de esa manera sin atrevernos a decir nada directo e importante, si él no hubiera preguntado aquello.

—Y… en Italia o en esos otros lados donde fuiste… ¿Co-Conociste a alguien?

 Entonces toda la energía en mi interior explotó al mismo tiempo.

—¡Por supuesto que no! — Grité enojadísimo. No quería sonar tan alterado, pero no sabía de qué otra manera expresar mi indignación. Después de todo lo que habíamos vivido, de todo lo que había pasado por mi cabeza antes de decidirme a aceptar mi atracción por él, ¿Cómo podía preguntarme eso?

  Por su parte, pareció muy sorprendido ante mi reacción y no dijo nada más. Yo inmediato me sentí mal y avergonzado, así que escondí mi rostro. No servía de nada enfadarse o seguir dándole vueltas al asunto, aquel era el momento destinado para decirle todo. Ni un segundo pasó cuando mi cara enrojeció y mis manos empezaron a sudar. No pensé en lo vergonzoso que era confesarse por primera vez hasta ese instante. Respiré hondo y traté de concentrarme en decir lo primero que viniera a mi mente y trasmitiera lo que quería decir.

—Te lo dije… hace tiempo… que guardaría mi primer beso para alguien que de verdad…me gustara…

 No era muy claro y romántico, pero esperaba que lo hubiera comprendido. Estaba tan abrumado que ni siquiera podía balbucear otra palabra, me limitaba a mover nerviosamente los dedos. Pasaron unos segundos hasta que sentí su mano colarse entre la mía. Volví otra vez la cabeza para ver el agarre. 10 dedos entrelazados que calzaban perfectamente en sus espacios, qué bonito se veía. Luego me atreví a mirar su rostro. Tenía la mirada en el suelo y sus mejillas estaban sonrojadas, pero había una tímida y hermosa sonrisa en su rostro. Lo había entendido. Soltando una pequeña risa, sonreí con él. Menudos babosos éramos en aquel tiempo. Un instante después, elevó la vista y la unió a la mía. Su mirada brillaba con más fuerza que nunca; él me sonreía con sus ojos.

  Al fin había logrado que se sintiera feliz.

 Lleno de esa misma emoción, acorté la distancia entre nuestros rostros y cuando estaba a punto de volver a saborear sus labios, unos nudillos golpearon con fuerza la puerta.

—¡Señorito Cho! ¡Somos los empleados Choi Seunghyun y Dong Youngbae! ¡Venimos a dejar sus pertenencias!

 Sorprendidos y asustados, saltamos al menos 5 pulgadas de nuestros lugares, separándonos al momento. Explicarles a los sujetos porque estábamos rojos de pies a cabeza fue un lío de 10 minutos.

 Esa noche entre las sábanas de mi cama, rompimos el acuerdo oficialmente e hicimos el amor por primera vez. Podría decir que las sensaciones fueron aún más distintas que después del primer beso, no obstante, eran exactamente las mismas. Nuestros cuerpos ya se habían vuelto sinceros desde ese entonces, lo único que faltaba era serlo a través de nuestros pensamientos y palabras. Por supuesto que eso no pasaría, pero al menos sabíamos que nos gustábamos, conocíamos la existencia de un amor no calculado que era recíproco y eso era suficiente para que el sexo de esa noche tuviera un nombre distinto en nuestros corazones.

 Me desperté a la mañana siguiente muy temprano con Sungmin entre mis brazos. En 5 segundos, mis ojos se abrieron rebosantes de energía al saborear la idea de despertar todos los días de esa misma forma. Alegre, decidí alejar a Sungmin de su tranquilo sueño a punta de besos, los cuales poco a poco empezó a corresponder con una tierna somnolencia.

—Fuenoz díaz— Balbuceó con mis labios sobre los suyos.

 Sin apremio, nos levantamos y preparamos para el primer día de clases. En 40 minutos, limpios y con los uniformes puestos y los portafolios en mano, me aseguré de que mis agujetas estuvieran bien atadas. Cuando me incorporé listo para salir, Sungmin me miraba con ojos grandes a un metro de distancia. Era increíble como con el encanto de su belleza sinigual y temprana edad podía usar ese horroroso uniforme y hacerlo lucir como si todo lo que representara fuera algo completamente inofensivo. “Vaya cosas que nos esperaban” Pensé con amargura, la que rápidamente me tragué para sonreír. No era momento de afligirse por ello. Le di un dulce y largo beso, luego tomé su mano y bajo la discreción del crepúsculo, salimos de la habitación.

 En esta parte, el comercial de coca-cola llega a su momento máximo de felicidad, donde en pequeños recuadros, las personas felices mostradas anteriormente miran a la cámara con botellas en la mano mientras el narrador habla acerca de lo bien que sienta el refresco a los momentos felices de quienes lo beben.

 Éramos novios. Nunca lo dijimos, era esa clase de conocimiento implícito y obvio que no necesita una reafirmación directa, porque:

1.-Después de tantas situaciones deliciosas y horribles, de tantos sube y baja en nuestra relación, por fin habíamos ascendido a nuestro nivel límite del entendimiento mutuo, y no sólo en un aspecto o dos, sino en todos a los que podíamos aspirar.

2.- Otra cosa que nunca dijimos pero que muy en el fondo conocíamos y asumíamos naturalmente era el hecho de que no teníamos demasiado tiempo. Perderlo en más conversaciones y dudas ridículas sobre algo obvio, sería perder tiempo de nuestra felicidad, y ninguno estaba dispuesto a hacer tan tonto sacrificio.

 Es por tales razones que nos dedicamos plenamente a disfrutar la relación, y a pesar de las condiciones especiales en que vivíamos y la necesidad de escondernos, nuestro noviazgo fue relativamente normal. Sobra decir que nos habíamos acostado muchas veces ya, pero al no habernos visto hace tanto tiempo y presenciando todo bajo una luz distinta, empezamos con el mismo entusiasmo de aquellos que recién se convierten en amantes, y por al menos 2 semanas, si no era por las clases o los estudios, no nos despegamos ni por un segundo. También redistribuimos todo nuestro tiempo y obligaciones para poder pasar más tiempo juntos. Empezamos a acudir con menos regularidad a nuestros clubes (Sin abandonarlos para no levantar sospechas), y si necesitábamos hacer un trabajo o preparar un examen, tomábamos lo que necesitáramos de la biblioteca y nos íbamos directo a la habitación. Con situaciones así tomé realmente el peso de nuestra gran confianza y capacidad de entendimiento, pues si no entendíamos algo podíamos recurrir sin vergüenza al otro y comprendíamos con mucha más rapidez que con todos los otros métodos a los que habíamos recurrido en el pasado.

 Un hermosa y casi mágica capacidad de comunicación… hasta hoy pienso cuanto más hubiera querido aprovecharla.

 Por otro lado, si no atendíamos nuestras responsabilidades escolares, nos la pasábamos en grande juntos. Utilizando mi habilidad para hackear computadoras, veíamos películas y sobre todo jugábamos en línea. Viéndolo tan sereno y aplicado, me sorprendí al descubrir en él un gran aliado de batalla. Era hábil y de rápido pensar, me sentía orgulloso - y algo excitado- cuando mis amigos y otros jugadores me preguntaban quién era el desconocido con el que hacía equipo. El único contra era cuando perdíamos, pues se ponía furioso. De todos modos, no sabría decir si eso era malo para mí, dado que sus rabietas me resultaban muy tiernas y divertidas, además que sabía exactamente cómo aplacarlas.

 También hacíamos otras cosas. Sin formalidades y tantos límites, nuestra habilidad de hablar por horas se agudizó mucho más. Podíamos reírnos a carcajadas, decirnos cualquier tontería que nos venía a la cabeza y escuchar nuestras opiniones sobre diversos temas. Los momentos después del sexo continuaron siendo los mejores para referirnos a temas más profundos e íntimos. Fue gracias a ellos que una noche al fin pude enterarme de la verdad tras ese odio irracional y unánime de los alumnos hacia Sungmin. Él me contó todo con pelos y señas, puedo recordarlo perfectamente, sin embargo, había algo esencial que él desconocía, es decir, la enorme atracción sexual que provocaba en los alumnos, y aquello no le permitía entender bien la razón de que todo terminara así para él. Es por eso que yo contaré desde mi perspectiva lo que Sungmin me reveló.

 Todo empezó con su primer compañero de habitación. Junsu -como se llamaba-, era un año mayor que Sungmin y vivieron juntos casi todo el tiempo que él cursó la secundaria. Se llevaban bien, si bien para Sungmin no eran amigos, dado que su personalidad siempre le dio mal augurio.

 “Se sentía como esos estafadores que engatusan a la gente con su enorme carisma” Me comentó, y no eran presentimientos infundados, pues Junsu constantemente trataba de imponer confianza de la nada entre ellos y lo invitaba a “conocer a algunas chicas” o a “probar cosas nuevas” en los días libres.

 Cortés y afable como era, Sungmin lo rechazó todas las veces con mucho tacto, lástima que para el tipo, esas amables negativas le parecían pura timidez, y combinado con el hecho de que Sungmin- con 14 años- no veía peligroso o anormal cambiarse de ropa delante de otro hombre, impulsaron a Junsu a formarse ideas equivocadas sobre él. En pocas palabras, Junsu creía que Sungmin gustaba de él, y para ser honestos, Junsu no se sentía nada incómodo con esa idea. Fue debido a esto que empezó a invitarlo con más frecuencia e insistencia, al punto de acabar con la paciencia de Sungmin. Agobiado, él tenía dos opciones: Encararlo y decirle que dejara de insistir pues no le interesaba su amistad, o darle una oportunidad. Sungmin no fue bueno con las confrontaciones ni en ese tiempo ni cuando estaba conmigo, por lo que decidió aceptar sus invitaciones, siendo ese su primer gran error.

 Lejos de lo que esperaba, en las salidas Junsu fue muy agradable y Sungmin poco a poco fue bajando su guardia, incluso llegó a arrepentirse por sus prejuicios. Y cuando Junsu vio que por fin tenía su confianza y simpatía, empezó a actuar. En las siguientes salidas, el chico fue mostrando paulatinamente sus verdaderas intenciones, portándose más como un galán que como un amigo, y Sungmin, que en realidad nunca lo miró de esa forma, no lo notó hasta que fue demasiado tarde.

 En los días festivos por Chuseok, Junsu lo invitó a la isla Jeju para un concierto exclusivo que daría la banda favorita de Sungmin, y luego se irían a hospedar a un hotel de 5 estrellas donde supuestamente llegarían en la noche otros amigos -Retrasados por motivos no especificados-, y con ellos irían al día siguiente a un festival de K-pop que se celebraría en la misma isla. Confiado, Sungmin no se preocupó de las sospechosas circunstancias y disfrutó de la maravillosa velada, feliz por haberse dado la oportunidad de tener un amigo como Junsu. Y el sentimiento no desapareció hasta que regresaron al hotel. A esa hora Sungmin esperaba ver a los demás chicos ahí, pero al no estar ninguno de ellos se extrañó enormemente y le preguntó a Junsu que había ocurrido. Entonces este le confiesa la verdad, los chicos no vendrían y todo fue planeado por él para poder pasar un momento mágico a solas, porque estaba enamorado de Sungmin. Asustado e incómodo, Sungmin procura rechazarlo con mucha suavidad, y lejos de ponerse triste, Junsu sonríe, diciéndole que sabe que no es así y que lo rechaza por mera timidez, pues ha visto como se le insinúa en el internado. Sungmin trata y trata de convencerlo de que no es así, pero su nerviosismo y falta de firmeza convencen más a Junsu de que no puede resistirse a él, y como una forma de “ayudarlo” a aceptarlo, trata de forzarlo a que le dé un beso. Sungmin se desespera y empiezan un forcejeo que se vuelve cada vez más violento una vez caen en una de las camas de la habitación. En su brusquedad y su rostro lleno de excitación, Junsu demuestra que no es un beso lo único que quiere y que está dispuesto a conseguirlo quiera o no Sungmin. Él con su habilidad en artes marciales trata de defenderse, no obstante, Junsu siendo más grande y fuerte se lo deja difícil. Entendiendo que no podría contra él, Sungmin empieza a gritar, a tirar patadas y a hacer todo el escándalo posible, y para su suerte, un huésped que pasa por fuera de la habitación lo escucha y corre a pedir ayuda. En menos de un minuto vuelve con 3 botones que abren la puerta e intervienen en el pleito. Sungmin sale corriendo al pasillo junto al huésped mientras los hombres someten a Junsu. Y por esa noche al menos, termina todo.

 Tanto la policía como el internado son contactados debido a este problema. La evidencia en cámaras y el testimonio de los botones y el huésped dejan claramente la situación a favor de Sungmin, por lo que Junsu habría sido inmediatamente expulsado del internado si no fuera por Sungmin, quien usando su gentileza y el cariño aún existente intercedió por él pidiendo que lo dejaran quedarse si él prometía no meterse más con él. Después de varias súplicas y conversaciones - y además por el bien de la imagen pública del internado-, el director del internado decidió que no expulsarían a Junsu, pero ya no compartiría habitación con Sungmin y si cometía tan solo una falta o volvía a meterse con Sungmin, no tendría más compasión de él y lo expulsarían al instante.

 De esta manera, Sungmin creyó que todo estaba superado. Claramente no fue así. Al volver al instituto días después, Junsu apareció sin la menor intención de ocultar todos los rasguños y moretones que Sungmin le había dejado y con su manipulador carisma empezó a diseminar entre amigos y todo el que quisiese escuchar la historia con los roles invertidos. Es decir, dijo que Sungmin era un enfermo marica que había tratado de violarlo luego de engañarlo largo tiempo fingiendo que era su amigo, y además inventó, que después de ser descubierto lo iban a expulsar, pero como su padre tiene una influencia económica muy grande en el internado-Algo que siempre fue mentira- el director lo indultó. El rumor se esparció por todo el internado, aunque en ese tiempo fue más por diversión que por su credibilidad. Daba igual, Sungmin sufría producto de eso, y peor aún la tenía, pues Junsu no se satisfizo con eso. Junto a los que antes habían sido sus amigos, empezaron a acosarlo por los pasillos, a gritarles insultos, burlas, a darle empujones y hacerle zancadillas. Puesto que estos habían sido sus amigos quienes de la noche a la mañana habían cambiado, para Sungmin le era difícil sentirse enojado, más bien estaba pasmado y dolido ante tan extraña situación. Por este motivo, un día durante clases se acerca a los chicos pidiéndoles conversar después de almuerzo para intentar aclarar las cosas como gente madura. Junsu y los demás se observan entre sí con un semblante extraño, decidiendo aceptar segundos después. Esta vez sin pecar de ingenuo, previo al encuentro Sungmin deja una nota anónima en la sala de profesores advirtiendo que algo malo podría pasar en la cancha de basketball del ala oeste después de la hora de almuerzo. Nada más cerca de la realidad. En cuanto llega, huele el peligro cuando ve aparecer a los chicos con sonrisas burlonas y una pequeña multitud curiosa detrás de ellos.

“Si tienes tantos deseos de hacernos mamadas, aquí te hemos traído a muchos voluntarios para que quedes satisfecho” Sungmin imitó a Junsu con la mirada vacía mientras recordaba.

 Sin saber cómo reaccionar ante una situación tan horrible, hace lo primero que se le viene a la mente y grita a todo pulmón negando lo dicho y revelando lo que en realidad ocurrió. Por supuesto los chicos se ríen y los curiosos murmuran sin creerle ¿Qué es la palabra de una persona contra la de un grupo entero? Sungmin se pone en posición de defensa cuando ve a los que habían sido sus amigos asomar sogas, consoladores y otros sórdidos juguetes sexuales (Conseguidos por medio de Jo Kwon).

 Mientras Sungmin relataba esto, entendí que esa amistad que había tenido tanto con Junsu como con sus demás amigos, había sido un mero paso previo a ese momento. De todos los degenerados que deseaban a Sungmin, ellos eran la fracción más extremista y era cosa de que se dieran ciertos estímulos en sus mentes para que se decidieran a materializar sus más oscuros deseos. Sungmin nunca lo vio así, siempre creyó que todo partió por el despecho de Junsu y no queriendo arruinar los buenos recuerdos que tenía previos a que todo se arruinara, no tuve corazón para revelarle la verdad.

 Volviendo al tema, los chicos empezaron a acorralarlo. Anunciaron con un cinismo impresionante que detestaban la idea, pero viendo la insistencia de Sungmin, no tenían más remedio que darle una lección a ver si se le quitaba lo marica. Él trata de luchar, consigue dejarles el ojo morado a algunos, pero finalmente es sometido. Los expectantes, que no tenían idea del plan de los chicos, miran intrigados y ninguno es capaz de hacer nada ante tan espantosa situación. Todos en su interior desean participar de eso, aunque sea mirando. Sungmin se desespera al ver la falta de apoyo y grita esperando que su plan haya funcionado. La ayuda llega justo cuando Junsu le baja los pantalones. Como si fuera una redada policiaca, en cosa de un segundo aparecen 6 guardias de seguridad, 2 supervisores y 1 profesor descubriendo a los sujetos in fraganti. Tanto curiosos como victimarios se dan a la fuga, pero varios son atrapados y los que no, son póstumamente identificados gracias a las cámaras de seguridad. Lo obvio se da. Junsu es expulsado junto con todos sus amigotes, y por presión de la madre de Sungmin, la policía es nuevamente notificada y esta vez sí se levantan cargos. Los muchachos no van a la cárcel por ser menores, pero sus nombres e información genética quedan anotados en el registro nacional de depredadores sexuales (Todo bajo una gran discreción) y se les obliga a recibir ayuda psiquiátrica. Por otro lado, gracias a que acceden a colaborar con el esclarecimiento de los hechos y que no participaron del crimen en sí, los espectadores no son expulsados, no obstante, a cada uno se le marca 5 faltas y sus padres son informados de la situación. Esto les hace guardar resentimiento hacia Sungmin y explica el porqué aquel martirio no terminó con ese suceso. Vengativos, los “sobrevivientes” empiezan a alterar la historia que cuentan a los demás, diciendo que Sungmin había tenido una reacción exagerada ante una broma obvia de sus amigos, que había fingido ser atacado para no ser expulsado y que antes de que les descubrieran, Sungmin parecía estar bien dispuesto ante los ofrecimientos del grupo.

 Y al haber ocurrido en el mismo internado, teniendo la confirmación de más personas y dado que era un hecho la expulsión de Junsu y los chicos, los rumores empezaron a ser creíbles para los demás, aunque sorprendentemente, el odio generalizado hacia Sungmin no se dio de forma abrupta.

 En ese tiempo los chicos, frustrados y calientes, se vieron más atraídos por una parte de los rumores que por la maraña en sí. Era inconsciente que lo único que podían escuchar es que Sungmin era gay y promiscuo, los involucrados en el accidente eran capaz de jurarlo por escrito, y eso significaba que quien tuviera la suerte de ser su próximo compañero de habitación tendría quizás la oportunidad de acostarse con uno de los chicos más deseables del instituto. Fue de ese modo que desde su primer día de preparatoria en el internado y durante 2 años, Sungmin tuvo que soportar las insinuaciones e intentos de propasarse de poco menos de una decena de compañeros de habitación. Las únicas veces que realmente pudo dormir tranquilo en ese largo tiempo fue cuando hablaba con el asignador de dormitorios sobre los malos comportamientos de sus compañeros y mientras le buscaban otro tenía la habitación para él solo, sin embargo, de clases agradables no supo nunca más puesto que sus ex compañeros al verse rechazados por alguien que era —según “fuentes confiables” — el culo más fácil del internado, los llenaba de despecho y rencorosa rabia, y les motivó a crear sus propios rumores malintencionados. Entonces, cada vez que Sungmin perdía un compañero, una serie de feos chismes salían sobre él, sobre su desequilibrio mental, sus fetiches enfermos, su adicción al sexo y sus posibles enfermedades venéreas, generando el odio que caía sobre él hasta el momento en que me contó todo.

 Sungmin dijo que muchas veces pensó en largarse del internado. De hecho, creía que en cualquier momento sería el internado quien lo expulsaría por ser un foco de problemas. Ciertamente lo era, pero las circunstancias y su belleza enloquecedora no eran culpa de él. Responsabilizarlo sería una clara transgresión a sus derechos y si lo echaban para evitarse unas pequeñas jaquecas, existía la posibilidad de que Sungmin los denunciara y comentara públicamente todas sus vivencias ahí, algo que sin dudas destruiría el prestigio centenario del establecimiento. De ese modo, el internado no lo expulsó ni él se fue. La reacción de su severo padre al ver que renunciase a tan “buena oportunidad” por “nimiedades” le aterraba, por lo que aguantó como un “hombre”, como el internado y la sociedad nos dice que debemos aguantar la mierda que nos tiran.

 Cuando Sungmin terminó de contarme todo, los primeros rayos del sol se colaban entre las cortinas y yo no tenía ni una pizca de sueño. Estaba lleno de emociones turbulentas, una de las más predominantes era la ira, ira impulsada por potentes razones. Cuando entré a mi primer año en el internado, sabía que los alumnos comentaban sobre un gran escándalo y que esta giraba en torno a alguien en particular, sin embargo, estaba demasiado ocupado horrorizándome del lugar en general como para prestarle atención. Si hubiera preguntado una vez que ocurría, quizás - solamente quizás-habría podido hacer algo. No lo hice, y esas circunstancias de la vida me provocaban tanta rabia que deseaba acabar con mis propias manos con esos bastardos, y cuando me sumergía en ese burbujeante odio, una aterradora pregunta invadió mi mente y se apoderó de toda mi atención “¿Mi actitud inicial le había recordado alguna vez a los malos momentos que vivió con esos sujetos?” Tembloroso, no pude evitar pronunciarlo en voz alta. Él contempló mis ojos angustiados, sonrió y dijo:

“Tú nunca tuviste malas intenciones, hayas creído o no en esos rumores, y no hiciste ninguna cosa que yo no quisiera. Además, a pesar de la frustración y todo el deseo sexual reprimido que nos enloquece a todos, sé que si yo te hubiera dicho que no la primera vez, habrías sido capaz de abandonar el internado antes de forzarme a tener sexo contigo”

 Nunca me sentí más aliviado que en ese momento. Él sabía que yo no era igual a esos enfermos, o sabía que lo amaba y que nunca querría dañarlo, no importaba, el asunto es que lo sabía, él lo sabía. Sin tratar de disimular mi felicidad, me tiré encima para abrazarlo con fuerza y lo besé hasta perder el aliento. Una vez más nos fortalecimos, y yo, en un esfuerzo por reemplazar esos malos recuerdos con unos maravillosos, no tardé en pedirle que nos viéramos fuera del instituto.

—¡Me encantaría! —Me respondió con su hermosa sonrisa.

 Durante el semestre me encontré con mi familia únicamente en Navidad, todos los demás días festivos tomé mis maletas, la mano de Sungmin y luego de inventar excusas a nuestros padres, nos fuimos a quedar a hostales y casas de veraneo familiar. En estas casas, siempre procurábamos pedir expresamente que no hubiera servidumbre e inventábamos formas de pasar desapercibidos. Advertíamos a los cuidadores que nos abastecieran de mucha comida, pretendiendo que irían varias personas, y le decíamos que no era necesario esperar nuestras llegadas. Cuando no teníamos más opción que ir a los hostales, lo echábamos a la suerte y quien perdía iba vestido de mujer.



 Era bastante engorroso ocultarse fuera del internado, pero era divertido y valía la pena. Sin el uniforme, los cuadernos y el temor de que alguien estuviera viéndonos, aprovechamos cada segundo del día conociéndonos como verdaderos humanos y aprendiendo del otro. En un grato y divertido ambiente, le enseñé a Sungmin a usar la lavadora ( “¡Nunca en mi vida había visto una de frente!” Me confesó), le enseñé a conducir con el auto de mi hermana y le hablé de como mi padre había emprendido desde cero y de la admirable ética laboral con la que trabajaba. Él por su parte, me enseñó a andar en vela, a tocar el piano y me habló de los múltiples aspectos a considerar para reconocer un juego de tazas de calidad, de la magnífica colección de vajilla Richard Ginori que su padre tenía y como al heredar su puesto esperaba reavivar el interés de la industria hotelera en la calidad estética de sus servicios de restaurante, y de esta forma, iniciar una nueva era dorada para la manufactura de cubiertos y vajillas. 

 Y sin importar que lo hubiésemos querido -eso jamás-, no podíamos dejar de mezclar esa nueva forma de conocernos con nuestra calentura y juventud. En cada ocasión que nos encontramos fuera del internado, probábamos aquello que nos había causado curiosidad en el encierro y a su vez no deseábamos compartir con nadie más excepto nosotros mismos. Tanto buenos como malos resultados aún me hacen reír o estremecer cuando los evoco. Recuerdo exactamente como se veían mis rodillas y el trasero de Sungmin quemados por la fricción intensa sobre la alfombra persa de la casona de su tío, luego de haber hecho el amor frenéticamente bajo los efectos del éxtasis; Siento en mi boca el horrible sabor de la sopa que me preparó Sungmin para reponerme luego de que vomitara todo tras habernos embriagado; puedo escuchar los incesantes disparates, gemidos y gritos que salían de sus labios sin ningún filtro luego de que aspiráramos cocaína.

“¡Ah! ¡Kyuhyun, sí! ¡Cógeme duro! ¡Cógeme! ¡Cógeme!¡Cógeme hasta que explotemos!”

 Y también recuerdo inevitablemente con mucho detalle cuando él, bajo los efectos de la marihuana - y de todas formas muy nervioso-, me preguntó si podíamos en esa ocasión invertir nuestros roles. Esa noche supe que si desde la primera vez hubiera sido así, Sungmin con su tacto suave y gentil, nos habría evitado buena parte del dolor que sufrimos. Claro que era sólo un pensamiento. Considerando mi postura al principio no hubiera accedido a eso, y aunque fue una experiencia extrañamente agradable, yo me sentía bastante cómodo con mi rol, y por suerte Sungmin también lo estaba y se dio por pagado con ese único cambio.

 En resumen, yo sentía que éramos la pareja más perfecta. A veces peleábamos, sí, como todos: por celos, por diferencias de opiniones, por asuntos de nuestro dormitorio, por estupideces, etc. Sin embargo, nuestro enojo no duraba más de unas horas o máximo un día. Contribuía a eso nuestra ya mencionada necesidad de no desperdiciar el tiempo. Por mucho preferíamos disfrutar, concentrarnos en disfrutar, pensar en qué hacer para disfrutar al día siguiente y disfrutar más.   

 El último festivo que tuvimos para salir, nos hospedamos en el lugar más grande. El señor Kang, abuelo materno de Sungmin, no era únicamente el más rico de su familia, sino que también tenía un gran interés ecológico, y cada año compraba enormes estancias forestales que convertía en santuarios privados en los que cuidaba de su flora y fauna nativa. La casona que él nos prestó, poseía a su alrededor 50 hectáreas de cerros verdes, donde fluían cristalinos riachuelos y habitaban en su mayoría conejos, lagartijas y pequeñas aves. En los límites del jardín de la casa, el abuelo había mandado a hacer una serie de amplios caminos que dieran a cada cerro para poder explorar con libertad y que también sirvieran de cortafuegos. Sungmin y yo decidimos salir a recorrerlos el día anterior a irnos. Hacía un día precioso y si bien el viento estaba un poco frío por ser invierno, después de almorzar, nos encaminamos en shorts y poleras esperando entrar en calor una vez subiéramos el cerro más alto de todos, nuestro objetivo.

 Atravesando el césped del patio, entrelacé mis dedos con los de Sungmin y en cuanto dimos el primer paso sobre el camino de tierra, sentimos la magia envolvernos.

 El camino que debía ser rocoso y áspero, era liso y de arena suave; las hojas de los árboles, las cortezas, frutos y ramas se lucían con tonos de tal exotismo que juraría nunca haber visto colores tan hermosos y brillantes; el viento soplaba más agradable a cada paso, traía un aroma delicioso a naturaleza en su estado puro y silbaba una preciosa tonada improvisada que hacía danzar a hojas y espigas; los pequeños animalitos que vivían en el lugar, no nos mostraban temor y se aproximaban a darnos la bienvenida, a veces colándose juguetonamente por nuestros pies ¿Cómo podía ser aquello posible? Mis ojos no dieron más de la estupefacción al llegar agotados a la cima y presenciar la belleza irreal y despampanante frente a nosotros. Los largos kilómetros de bosque profundo que se internaban bajo el atardecer, eran lentamente adornados por luciérnagas que prendían una a una sus colas y daban vueltas buscando a sus almas gemelas. Más a lo lejos, varias bandadas de pájaros volaban coordinadamente encima de una ciudad que, consciente del espectáculo, permanecía en un voluntario silencio y con ninguna luz sin prender.

 En mi cabeza no lograba hacer encajar mis pensamientos. En ese viaje no habíamos experimentado con ninguna droga, estaba saludable, y de todas formas, lo que se presentaba a mi alrededor me impresionaba por su perfecta belleza y no por su anormalidad o imposibilidad de ser. Sungmin llamó mi atención acomodando ligeramente sus dedos entrelazados a los míos. Con un brillo sereno en sus ojos, las mejillas rojas por el esfuerzo y una dulce sonrisa en sus labios, observaba tranquilamente el paisaje. No era magia, era él. Ahora soy consciente de todo lo feliz que Sungmin me hizo, pero en ese entonces no hacía más que pensar, respirar y actuar por la felicidad de mi novio, además de vivir el momento. Nunca había reflexionado seria y concienzudamente sobre lo feliz que me hacía estar con él, de cuanta salud y gozo había traído a mi vida. Desde que había comenzado el segundo semestre en el internado, yo no sabía nada de ese asfixiante estrés que tan furioso y demente me ponía, y al no padecer de ello que me debilitaba tanto a nivel mental y bajaba mis defensas, no me había resfriado ni un solo día; mis ojos, mejorados, ahora cada vez que se posaban en cualquier lugar, enfocaban únicamente lo bueno y bonito y lo intensificaban; todo lo que entraba a mis oídos tenía algo positivo y sonaba melodioso; cada cosa que caía en mis labios poseía un delicioso sabor, sobre todo sus besos; mis movimientos se sentían ligeros y libres, y el tacto con cualquier cosa se sentía terso y natural; siempre había razones para reír y hacer reír, nunca había razones para llorar, y estar en el internado adquiría paulatinamente más sentido.

 Y todo se debía a Sungmin. Él podía transformar el infierno mismo en el más perfecto paraíso.

 Alertado por mi insistente mirada, Sungmin volteó su rostro y se sorprendió al encontrarse con mis ojos acuosos cargados de conmoción.

—¿Sucede algo malo? —Me preguntó con un dejo de preocupación en su voz.
—No, todo está absolutamente bien— Respondí con voz segura y una sonrisa.

 Él me devolvió el gesto mientras el viento mecía sus sedosos cabellos. Sin contenerme, lo agarré por la cintura y besé sus labios. Él no tardó en seguirme el ritmo y tomando mis mejillas, nos besamos profundamente por un tiempo infinito.

 Nunca experimenté una felicidad tan avasalladora como esa en mi vida, ni antes ni después.



 Pero cuando volvimos al internado, esa dicha que adornaba cada centímetro de mí, se esfumó en un parpadeo. Pasó mientras pegaba varias de nuestras fotos en el mural secreto que teníamos en la parte trasera de un pizarrón. Involuntariamente, mis ojos se desviaron al calendario de junto, el cual mostraba que faltaba poco más de un mes para que nos graduáramos. Sin poder controlarlo, lentamente mi respiración se volvió errática y el aire tóxico.

 La gente volvía a sus butacas, los celulares se apagaban otra vez y los largos focos pegados a las paredes disminuían su luz hasta extinguirla. El narrador había terminado de hablar y ahora aparecía el logo de coca-cola en la pantalla. Como siempre, el comercial feliz terminaría y nosotros debíamos volver a la realidad.

Continuará…